CÁMARA OSCURA
CÁMARA OSCURA
Raúl Hernández
Abunda la desgracia. Se supone que uno debiera estar adormecido por la televisión o por los calambres de las portadas de los periódicos. Pero no, se puede estar atento a lo indeseable como en una fotografía de Diane Arbus. Hablar de esto compartiendo un café de doscientos pesos en el carro de alguna esquina, con colectiveros que a lo lejos divulgan el vapor de sus corazones. Se puede conversar en estos adoquines inclinados. Familias al borde del precipicio, historias que no forman parte de algún horóscopo. Toda aproximación al destino es una techumbre derrumbada. La lluvia merodea estas imágenes de ventanas polvorientas, closets semi abiertos, paseos fantasmales dentro del hogar.
Salgo a la calle y me encuentro con personas afectadas por sus calamidades. Se conversa de lo que queda, no de lo que se fue. Accidentes motores, enfermedades cíclicas, depresión. Ayudo a atravesar la calle a estas sensaciones. Nos miramos en las esquinas, como se miran los forasteros. Hermosos perdedores. Vuelvo hacia extraños sucesos impensados. Ahora camino y permanezco atento a lo que no se piensa, puede ser algo cotidiano. Todas estas fotografías de una cámara oscura. Miro hacia el cielo y mis sueños se quedan en la zapatilla que cuelga del tendido público.
Hace un tiempo comprendí el retrato de la perdición humana. Esa decadencia muchas veces oculta y simplificada en todo lo que se supone, nunca nos involucrará. Historias genuinas que están ahí, presentes y decidoras, como las conversaciones en una estación de tren. Esperando con maletas y chal, con un sombrero heredado. Con el polvo que adorna los pantalones y recuerdos que desaparecen entremedio de la gente. Una despedida o un encuentro. Conversaciones definitivas, con pálpito, con novedades pasajeras.
Recuerdo cuando era niño y miraba por la televisión esos campeonatos orientales en los cuales la competencia consistía en disponer un dominó tras otro generando distintas figuras multicolores que al empujar el primero se generaba el gran efecto visual en cadena que duraba un par de minutos. Todo ese trabajo para el desarme, siempre pensaba en eso. Toda una fracción de vida, de construcción, para finalmente lanzar todo a la borda en un escape de indagación. Quizás todas las historias fatales estén cayendo una tras otra como una competencia de dominó y debamos esquivar la demolición.
Ante todo dolor humano y pasaje oscuro del diario acontecer, siempre habrá una fotografía que arranca todo el suceso y lo transforma en un recuerdo comentable, que funciona como diapositiva dentro de la narración oral. Diane Arbus sabía muy bien que el impacto de un acontecimiento sucio y descarnado va acompañado inevitablemente por una imagen, una visión memorable que traspasa lo monstruoso del evento y lo sacude en finas experiencias complejas, los alambres de púas del camino. Como subir a la azotea de un edificio y ver a lo lejos un neón que dice Moon Palace mientras se incendia el garaje del barrio. Mañana serán otras fotografías los enfoques de toda esta calamidad. Un abrazo a lo lejos, al final de toda este pasaje. Una piedra lanzada a las estrellas. Un teléfono sonando en una habitación vacía.
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