Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757

Hija del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Francisco I y de la archiduquesa de Austria Maria Teresa, esta pálida dama llegó a convertirse en la reina de Francia.

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En un siglo donde aún las monarquí­as osaban estar en pie frente a los cambios que se estaban comenzando a producir vivió Marí­a Antonieta, tal vez el blanco favorito donde todos los dardos de una sociedad hambrienta y agitada descargó su odio. Fue por este motivo que "La Delfina" pagó el precio de haber sido elegida reina de Francia en un perí­odo donde la turba estaba ávida de sangre producto de los excesos de la corte.


Muy joven fue traí­da desde Austria hasta Versalles para ser la esposa del Luis XVI, desde que ella era una niña su madre habí­a acariciado la idea de casarla y así­ enlazar definitivamente al imperio Austro-Húngaro con Francia. Ya en sus primeros momentos las falsas alianzas, al interior de la corte, miraron con desconfianza a la futura reina.

Tras su boda con "El Delfí­n" en 1770 , sus dí­as transcurrieron siempre con la demanda de ser madre y con el deber de cumplir con todos los protocolos que su posición le exigí­a. En Versalles, compartió con la nobleza, lidió con la más famosa amante del rey, Madame Du Barry ( quien recordemos que al igual que Maria Antonieta será devorada por el verdugo), y se le acusó de tener diversos amantes y de malgastar el dinero del pueblo en frivolidades tales como peinados exóticos, manjares, diamantes y fiestas interminables.

La historia de Maria Antonieta es por todos conocida, su trágico final y castigo fue por haber hecho lo mismo que cualquier otro miembro de la realeza, con la diferencia que la furia del pueblo y la injusticia acumulada por años estalló justo en el perí­odo donde reinó junto al joven Luis.

 

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Su belleza quedó retratada en las manos de muchos pintores que plasmaron su imponente talla y blancos cabellos rodeada por su dos pequeños hijos. Toda la ostentosidad que disfrutó fue severamente castigada por la sociedad que exigí­a un nuevo sistema de gobierno.

En un ambiente hostil donde -según algunos viejos libros de época- los niños tení­an su propia y linda revolución portando cabezas de gatos en garfios ensangrentados, Maria Antonieta fue despojada de sus hijos y encarcelada de inmediato en aras de la revolución y de la búsqueda de la abolición de la monarquí­a. Allí­, en su humillante reclusión, los guardias vieron como ella golpeaba su cabeza contra las vigas mientras esperaba su momento final alejada de sus infantes.

Su desfile hacia la muerte fue una de las escenas más esperadas por la multitud que habí­a sufrido la escasez de un sistema que no aseguraba sus necesidades básicas. Junto a este desagravio, tras cada paso que la reina daba el odio de cada asistente afloraba en forma colectiva, transformando las horas previas a la muerte en el peor infierno de una criatura humana que antes habí­a vivido prácticamente en el paraí­so.

Así­, la espigada reina pagó el precio de reinar una Francia que desde hace mucho tiempo vení­a deteriorándose. De esta forma la multitud desembocó su odio sobre ella y su figura desapareció para siempre de los corredores de Versalles, al igual que el resto de su familia y sus sirvientes; todos eliminados.

Acusada de alta traición y tras algunos intentos de huir, fue llevada a la guillotina en medio de los gritos y escupitajos de la multitud que si no fuera por los guardias también hubiera participado de su final.

Tras su muerte se declaró la guerra entre Francia y Austria mientras lo cadáveres continuaron multiplicándose en el optimista proyecto de la emancipación de la monarquí­a.

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