FOTO MOVIDA DE JULIO CORTÁZAR
FOTO MOVIDA DE JULIO CORTÁZAR
Carlos Yusti
La novela Rayuela en mis días de estudiantes me resultó otra pedantería más a la que son bastante afectos los argentinos. A duras penas logré leer algunas páginas, luego tuve que dejarla, no estaba preparado, ni intelectual ni emocionalmente, para traspapelarme en sus páginas. No obstante me obligué a indagar en su cuentística en la cual Cortázar fue un maestro certero y eficaz. Poco a poco descubrí a un escritor preocupado por la forma y el fondo, a un arquitecto creativo del lenguaje. Un escritor interesado de lo fantástico a ras de lo cotidiano, de retratar lo real con todas sus aristas insólitas tan cerca de la mano. En sus cuentos la ternura, el dolor, la nostalgia y el humor se complementan para ofrecer al lector relatos, no siempre fáciles, de una belleza textual y estilística de gran eficacia poética.
En libros como Último Round, Historias de Cronopios y de Famas, Un Tal Lucas y La vuelta al día en ochenta mundos está el Cortázar más emblemático, de ese escritor que no teme a la experimentación y que a la postre resulta menos enfático y desenfadado. Bastante contrario a su personalidad algo tímida, reservada y poco amante del desarreglo existencial al punto tal que gran parte de su vida fue una especie de funcionario. Su timidez le impedía lidiar de mala gana con su fama de escritor, más que fastidio le abochornaba que la gente en la calle le reconociera y se le acercara para pedirle un autógrafo o para que firmara un ejemplar de Rayuela todo maltratado por el uso. En una entrevista del año 1983 le comenta lo siguiente a Jason Weiss: “…estaba en Barcelona, caminando una noche por el barrio gótico, y había una chica norteamericana, muy bonita, que tocaba la guitarra y cantaba. Cantaba un poco como Joan Báez, con una voz muy pura, clara. Había un grupo de jóvenes de Barcelona escuchándola. Yo me detuve a escucharla, pero permanecí en la sombra. En un momento, uno de los jóvenes, que tendría mas o menos veinte años, y era muy joven y apuesto, se acercó a mí. dijo: “Julio, toma un pedazo”. Así que yo tomé un pedazo y me lo comí, y le dije: “Muchas gracias por acercarte y convidarme”. El me dijo: “Pero escucha, te di muy poco comparado con lo que tú me diste a mí”. Yo le dije: “No digas eso, no digas eso”, y nos abrazamos y él se alejó. Bien, cosas como esa son las mejores recompensas de mi trabajo como escritor.”
El muchacho de la torta fue exacto y los lectores incondicionales de Cortázar saben que él como escritor dio el cien por ciento. Nadie sale ileso luego de leer el Perseguidor, ese personaje hecho de retazos de aflicción y tiempo, ese músico de Jazz es un microcosmo y resume, en pocas pinceladas literarias, el padecimiento del artista en general, de ese artista que trata de aprehender con su arte la esencia del alma humana, que intenta de algún modo encontrar respuestas a esos demonios oscuros y a veces transparentes que lo vapulean a cada momento, que tejen sus insomnios y desvelos. Nadie se recupera con facilidad de esa odisea existencial en la que peregrinan La Maga y Horacio Oliveira.
Con Cortázar tenemos la profundidad de una escritura que indaga en su proceso, que bucea en el bituminoso espíritu humano, pero en la que al mismo tiempo se encuentran mínimos resquicios por donde la luz del humor se filtra, de ese humor que perturba todos nuestros parámetros y prejuicios, que empuja al lector hacia una reflexión risueña. Con personajes como los Cronopios (o ese desenchufado Lucas) el lector pronto siente empatía, son como ese espejo bromista donde el lector se ve deformado hasta ese absurda comicidad que le arranca una sonrisa.
El Julio Cortázar comprometido político es también una buena lección. En una entrevista con Omar Prego dice: “La toma de conciencia ideológica, política, que me dio la revolución cubana no se limitó solamente a las ideas. La revolución debe triunfar y se debe hacer la revolución porque sus protagonistas son los hombres, lo que cuenta son los hombres. Y esa cosa aparentemente tan trivial e incluso perogrullesca fue muy importante para mí, porque si yo había sido indiferente a los vaivenes políticos del mundo, era porque era indiferente a los protagonistas de esos vaivenes políticos. Yo podía tener mucha simpatía por los republicanos españoles y mucho odio por los franquistas, pero era a base de criterios mentales. No me gustaba el fascismo por razones obvias y sí me gustaba la democracia de los republicanos. Pero yo me quedaba afuera de la parte que correspondía la sangre, a la carne, a la vida, al destino personal de cada uno de los participantes en esos enormes dramas históricos”. Este despertar de su conciencia política también influyó en su obra y su novela Libro de Manuel es bastante característica en ese sentido. Otro libro es Fantomas contra los vampiros multinacionales. Libro un tanto desaparecido y casi mítico, pero que por los buenos oficios de la Editorial el Perro y la Rana vuelve a editarse en un edición facsimilar (2007). En uno y otro no deja de experimentar con recortes de prensa, textos subterráneos, cómics de suplementos, etc. Cortázar no fue nunca dado a ceñirse a fórmulas literarias, a parámetros preexistentes de escritura y por eso sus textos políticos están mas cercanos al surrealismo que al realismo socialista. Se inclinaba por una literatura que pactase con la imaginación antes que con alguna ideología determinada.
Era alto y Delgado, al pronunciar las erres las arrastraba en una cadencia de errática sonoridad. Su estatura nunca le impidió tener ese aire de niño grande, especie de Peter Pan en sentido inverso: grande, pero con cierto aire infantil en su rostro. La barba lo fue ubicando en ese lado del hombre maduro que nunca pudo con su corazón de pantalones cortos.
Los escritores que cumplen a cabalidad con su oficio no se olvidan con facilidad, pero con los Cronopios y Famas ya se sabe, por eso las instrucciones para recordar a Julio (anotadas en un papelito, o en una servilleta, que de seguro se traspapelará con los recibos de luz) nunca sobran: Lo primero es leer Rayuela aunque el mundo se desplace y en vez de fósforos de la caja salgan flores porque el jardín es un incendio. Así en vez de un beso de los labios de la mujer amada salgan globos de colores y los globos de colores estallen en el cielo como besos. Leer Rayuela para contaminarse de la Maga, envenenarse de la Maga y llorar con ella al momento de escribirle la carta a su hijito muerto. Buscar a una vieja y solitaria pianista para enamorarnos de esa tristeza con la cual toca las teclas. Leer El Perseguidor y volverse ansioso con eso del tiempo y desarmar un reloj pieza por pieza. Para no olvidar a Julio Cortázar se puede leer a través de Edgar Allan Poe o del Adriano de Margarite Youcenar. Para no olvidarlo se recomienda saber que los Cronopios se parecen mucho a la palabra solidaridad, que no envejecen nunca y no mueren, sólo cambian de dirección. Para no olvidar a Julio Cortázar es imprescindible ser a veces como el emputecido Oliveira, perderse en un capítulo de Rayuela y aparecer como una postal en el Libro de Manuel. Para no olvidar a Julio Cortázar es recomendable estar enterado que la vida está hecha de juegos y situaciones absurdas donde somos comediantes aficionados y que debemos reírnos de ser muchas veces serios como los velorios. En fin para no olvidar a Julio hay que irse caminando por alguna calle y con la timidez desplegada como un paraguas destartalado (“una catástrofe de relámpagos fríos y nubes negras,…”) esperar que lluevan pedazos de tortas y luego quedarse parado al borde de la vida a que el atardecer, que siempre es un espectáculo irremediable de la belleza, se desparrame en los ojos. A veces la belleza también se encuentra en algunas páginas escritas por ese imprescindible gran Cronopio que fue Julio Cortázar. Viste, el pibe grande escribió bellos y esplendidos atardeceres que muchos famas confunden (los pobres) con esa inefable acupuntura del alma llamada literatura.
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