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UNA TARDE EN LA CIUDAD
Esto ocurrió a principios de los 90 en Santiago de Chile, en un tiempo en que mi vida giraba en torno al arte, la poesía y la vida en todo su esplendor, era joven, bello, delgado y no gordo como estoy ahora que relato estos hechos, como si de algo sirviera recordar el pasado para apalear los años que se han venido encima en mi cuerpo y mi consciencia: ahora estoy más calvo, pero más bello, de esa belleza que trasciende los años y el espacio-tiempo, pero recuerdo con gran nitidez los hechos que voy a relatar y con la satisfacción de haber vivido los años de mi juventud en plenitud. Aún hoy se me viene una sonrisa al rostro cuando recuerdo los buenos momentos de aquella época en que caminaba con mi cabellera al viento una tarde en la ciudad; con la energía desbordante y la vitalidad natural de los seres humanos a sus veinte años, quería vivir y lo hacía, mi realidad era compleja, como compleja es la vida de los que intentan tejer con sus propias manos la trama de su existencia.
Con toda la carga de pertenecer a las clases populares en el Chile de antaño, que por primera vez tenían la oportunidad de estudiar carreras profesionales, en una sociedad que se abría a nuevas posibilidades luego de una sangrienta dictadura. La universidad lo era todo para mí, pasaba todo el día en ella, entre las clases propiamente académicas y los talleres de arte que había convertido en mi guarida, en mi lugar dentro de la universidad y el mundo, todos me buscaban allá y el micro-mundo que me circundaba me conocía, auxiliares, personal administrativo, docentes, estudiantes, etc. Era un miembro más de la comunidad universitaria; mirándolo en forma retrospectiva era un hombre realmente feliz, porque creía en lo que hacía y porque luchaba por lo que yo creía era un mundo más justo, pleno y verdadero. Todas las mañanas nos reuníamos a primera hora en el aula central de la Universidad con mis compañeros y secuaces del arte, la cultura y la vida: El Cucho Territory, apodado así por su afición a la mítica banda brasileña de rock pesado Sepultura, el Mono Movilar, escultor insigne de la escuela de Bellas Artes, los Serafines: ambos geniales artistas experimentales, el arquíloco Rafael de la Serena, el hoy famoso director de arte Gonzalo Leiva y otros vándalos de las escuelas de teatro, periodismo y sociología.
Esperando la primera clase, teníamos el ritual de ver las compañeras llegar, y las mujeres de la Universidad lo Sabían. Reunidos en el hall central las veíamos pasar, bellas y altivas, la creación más hermosa de la naturaleza; y aunque en ese tiempo era mucho más nihilista de que lo que soy ahora y las dudas religiosas estaban en mí, ellas era la prueba más exacta de la existencia de Dios en la tierra, estaba enamorado, en su más alta expresión del género femenino, lo cual era un problema, todas me parecían hermosas, con sus mágicas formas naturales, sus particularidades y sobre todo sus peculiaridades: mirábamos las diferencias de sus labios, el tono de su piel: la piel morena, la piel tostada, la piel canela que personalmente me encantaba, pero también me gustaban las mujeres blancas con labios rojos, las pelirrojas con pecas en sus mejillas; las rubias me gustaban solo si se emborrachaban; pero lo que realmente me encandilaba era su forma de caminar, el estilo que conformaba su característica esencial, pero había algo más que realmente me volvía loco, era su sonrisa y ellas lo sabían; cada mañana entraban al vestíbulo con sus pasos de diosas indias, griegas y latinas, miraban de reojo sonriendo a ese grupo de bobos que las aplaudían y reían en un clima de respeto y veneración, creo que ellas gozaban de su propio espectáculo cada mañana, era su forma de saber que eran bellas y especiales. Nosotros establecíamos un Ranquin, de cuál de ellas se veía más bella esa mañana, nosotros también nos habíamos convertido en jóvenes príncipes rebeldes muy atractivos para las mujeres de la Universidad.
Una de ellas era para mí era la más bella, y yo le decía la princesa Mapuche, porque su piel morena, me imaginaba, era descendiente de alguna cacique guerrera, una weichafe de la raza más brava, valiente, gallarda y belicosa de esta parte del planeta; pero yo callaba y no me atrevía decirle nada, sus vestidos floridos y collares multicolores me recordaban que ella era de la realeza y yo un simple soldado de la legión extranjera.
Una día, me había quedado trabajando en el taller de pintura hasta bien entrada la tarde, ahora no recuerdo en que obra de arte o trabajo artístico, la cuestión es que de pronto al ver a mi alrededor, me encontraba solo, así que salí cerca de las 6, mirando a ver si encontraba por ahí a mis hermanos, para beber una par de cervezas antes de ir a casa, cuando de pronto sentada en una banca a las afueras de la universidad en pleno centro de la capital, estaba ella, la princesa Mapuche que leía con sus piernas cruzadas un viejo libro de sociología, se veía tan bella , divina, sublime, excelsa, casi irreal; cuando ella vio mis ojos, sonrió y me dio a entender con su mirada que le hablara; hola, le dije yo, que estás leyendo, yo no sé si era Michael Foucault o Walter Benjamin, no lo recuerdo, pero inventé que necesitaba ese libro en forma urgente, que si ella me lo podía prestar (aunque si lo quería leer), ya recuerdo, era Vigilar y castigar de Foucault, lo había visto en las manos de mis amigos, estudiantes de filosofía y sociología; entonces ella río, jajajajaja y me dijo que le dijera la verdad, que si yo me acercaba por el libro que ella leía o por conocerla, y yo, simplemente me sonrojé y reí, le dije que sólo quería saludarla y conversar con ella. Ella sonrío, se puso de pie y me dijo que camináramos, vamos a tomarnos una cerveza, me dijo, y fuimos, a una bar de aquellos que frecuentábamos y transformábamos del bello Barrio, justo en la esquina de la plaza Brasil, que a esas alturas era el nuevo barrio universitario de la ciudad; el tiempo pasó volando mientras platicamos algunos conceptos que hasta el día de hoy no he olvidado, el de reaccionario y revolucionario, y el de enajenado que yo había transformado ilusoriamente en el del ser unificado con el mundo y el devenir, pero nos reíamos mientras confabulábamos, porque ella sabía que para mí ella era una princesa mapuche, y entonces me lo preguntó directo a los ojos, pues bien le dije yo, para mi eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida, y con tu piel morena me encandilas, eres la luz del mundo y ella sonrío y me beso mientras yo bebía cerveza y sus gotas caían entre nuestros labios, fue verdaderamente el paraíso en la tierra y la aventura más jubilosa de aquella bella época.
Esa mágica noche ninguno de los dos, regreso a casa.
TARTUFO.
La imagen- Matriz xilográfica- 70 cm. x 50 cm. aprox. Tartufo 2008.