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Escuchando Morphine, claro está.
DE BELLEZA E HILO CURADO
Raúl Hernández
Salgo disparado como un hombre bala. ¿Donde llego? No sé. Quizás a los pies de un cine en donde solo dan películas de Woody Allen. O quizás, termino como siempre, amarrándome los cordones de los zapatos en la calle Matucana. Y camino y camino y de pronto estoy dentro de un carrete de hilo curado que eleva volantines en collage multicolor, salen los chicos a la pesca, paso por la calle Quechereguas. Duermo una siesta y sueño: Vamos a ese bar, yo te miro a los ojos, y mientras las conversaciones de los parroquianos se transforman en murmullo insípido, me adentro en tu mirada. Soy un espectador y tomo la escalera mas corta para llegar dentro de ti. Despierto. Es la beldad, pienso, mientras me adentro en el libro Historia de la belleza de Umberto Eco y paso mi dedo por la línea del tiempo. Cierro los ojos y palpo las páginas, imagino la ternura, arrastro mil imágenes que se parecen a una boca, una boca delineada por los pétalos húmedos de un jazmín.
Voy a la plaza, miro los volantines echar una comisión. El viento que llega de improviso, la madre que le dice al niño que mire para ambos lados antes de atravesar la calle. Abro los ojos y me encandilo, ¿Qué es una musa? Yo no soy el dueño de este museo pero me atrevo a gritar desde la azotea. ¿Qué es una musa? Es la chica perdida que pintó Amadeo Modigliani, que no amó, que desertó y abandonó, que arrancó y se suicidó. ¿O es la chica a quien nadie saca a bailar? Es la mujer que abraza en el cuadro de Gustav Klimt. Es Isadora Duncan para Sergei Esenin. ¿O es otra cosa distinta? ¿Otra esencia fulminante? Si, puede ser otro concepto, la no displicencia con el formato de divinidad, la contradicción, el ceño fruncido, el mirar para atrás, el desenlace poco idóneo, el miedo a la metáfora, los pechos y la blusa entreabierta, un lunar que avanza en close up hacia el publico que mira esta película. Bah, de veras que esto no es una película. Pero sí una fotografía, apunto y click, una foto. Apunto y otro click, ya no estás. Y que importa. La ausencia es el preámbulo de un próximo regreso.
Ah, pero se me había olvidado que el hilo curado, el hilo curado es peligroso, puede hacer daño. Por eso, elevo con hilo sano y bondadoso, como la sonrisa de mi casera de la lavandería. Los volantines desde acá se ven re bonitos mientras trato de memorizar esa cueca: “lindas canchas de amores / caramba, los callejones”. Yo no sé que es la belleza, solo sé que se siente, como se siente un dolor de estomago, como se siente la lluvia en el pelo, como se enajena una sombra de madrugada que se emborracha de ignición. Miro fotografías, en todas ellas desaparecen sus protagonistas. ¿Qué esta pasando? En todas estas imágenes aparece un retrato certeramente abstracto, nunca algo perfecto, nunca algo equilibrado, porque en la fisura diseñada como un caleidoscopio vital, está la hermosura nunca buscada. No hay belleza en el paseo primaveral fútil. No hay belleza en los sueños reprimidos. Pienso esto mientras me subo a un árbol y trato de sacar el volantín atrapado. Miro hacia abajo: hormigas, libros en el pasto, una botella de cerveza sangrando.
Bajo y me encandilo. Es un flash, claro. Una nueva foto con flash que no me gusta pero acepto. Acá está el volantín que tiene tu nombre. Tiene tu olor, tiene tu esencia, tiene tu error, tiene tu forma inexacta, y claro, yo no estoy para películas de western. Me paro en la barra del bar y le hablo a un gato tuerto que me mira. Le digo: “yo no estoy para películas de western”. Tengo la mano dañada, quizás fue tu hilo curado, quizás fue tu mirada de indudable perversidad sublime, de genial deseo trasnochado, de piel sabor frutal, de genuino escape señero y eterno. Pues bien, en esta Historia de la belleza yo hago esta lectura: si me nombras, si me piensas, si participo del alambre de púas de tu sueño, yo soy tu belleza. Si te sueño y apareces lamiendo mi hombro, tú eres mi belleza. ¿Qué era una musa? Ya no lo sé. Quizás un fantasma de brocato, que sube por la escalera.