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Correjir es escribir
Carlos Yusti
Alonso Quijano es un lector compulsivo. Como a todo buen y gran lector (como es lógico) le asalta la tentación de escribir, pero no todos los grandes lectores cruzan la línea y se enfrentan a la hoja en blanco. Don Quijote expone, o más bien Cervantes, las razones por la cuales no escribe: “…,y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran.”
Tanto escritores grandes o pequeños se han visto zarandeados por la burla y el ninguneo de sus contemporáneos. El escritor Antón Chéjov le escribe (Moscú, 28 de marzo de 1886) a Dmitri V. Grigoróvich: “Todas las personas cercanas a mí siempre han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que escriben, y no puedo recordar ni a uno sólo que haya visto en mí a un artista. En Moscú existe el llamado “círculo literario”. Talentos y mediocridades de cualquier pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el reservado de un restaurante y dan rienda suelta a sus lenguas. Si fuera allí y les leyera una parte de su carta, se reirían de mí. Tras cinco años de deambular por los periódicos he logrado compenetrarme con esa opinión general de mi insignificancia literaria.”
No es por casualidad ni por prurito que el buen lector aplaza el momento de la escritura, ese momento de un encuentro de amor-odio con las palabras. No hay formulas para escribir, quizá existan algunos trucos, la consabida carpintería del oficio, pero a fin de cuentas todo escritor está un poco solo tratando de sacarle un brillo especial a esa hojalata de todos los días del lenguaje.
Los grandes escritores también han sido grandes correctores de sus libros. James Joyce realizó más veinte mil correcciones nuevas a las galeradas finales del Ulises. Stendhal sometió a implacables y profusas correcciones a la Cartuja de Parma. El más desquiciado corrector de sus libros fue sin duda Balzac y en una ocasión escribió: “Algunas veces una sola frase ocupaba toda la velada: la retorcía, la amasaba, la forma necesaria, absoluta, no se presentaba sino después de agotarse todas las formas aproximadas”. El torturado por excelencia con eso de la escritura fue Flaubert.
Pero La tentación de escribir no sólo asalta a despáginados lectores, sino que a figuras del rock. Modelos, músicos, deportistas y demás grey de la farándula mediática cuenta en algunas entrevistas ese deseo secreto: de haber sido escritores. Groucho Marx aspiraba ser recordado más por los pocos libros escritos que por sus películas. Los ejemplos en este contexto abundan.
Aplazar el momento de la escritura está sujeto a muchos prejuicios. Si se te ocurre decir que escribes familiares, amigos y conocidos enseguida buscan los argumentos más feroces para que desistas en ese vano empeño de convertirte en autor. Emil Cioran, el huraño filósofo rumano, por su parte crítica a uno de sus amigos que apartado en un pueblo de provincia le escribe su intención de escribir un libro y Cioran escribe en una especie de carta:“Siempre había creído, querido amigo, que, enamorado de su provincia, ejercitaba allí el desapego, el desprecio y el silencio. ¡Cuál no sería mi sorpresa al oírles decir que preparaba un libro! Instantáneamente, vi dibujarse en usted un futuro monstruoso: el autor en que se va a convertir. “Otro que se pierde», pensé. Renglón seguido Cioran pasa a despotricar del mundo literario, especie de infierno lleno de artificio y veneno, en el cual el único tema de conversación son los libros. A los literatos los califica de indiscretos desvergonzados. A pesar de los consejos y las recomendaciones uno se empeña en confrontar/enfretarse a la hoja (o la pantalla de la computadora) en blanco.
Después que uno se embarca en la escritura hay que corregir mucho, romper y atestar la papelera de hojas desechadas para no naufragar durante esa travesía plena de peligros e incógnitas. Aunque eso del peligro es ya literatura por aquello escrito por Steiner: “El intelectual, el mandarín universitario, la rata de biblioteca, no suele formarse en la valentía.”