Responder al comentario
Por Carlos Osorio
clom99@gmail.com
El héroe se gesta y germina en la soledad que el ejercicio del poder necesita. En la oscuridad célibe, asexuada y onanista que algún asesor de la patria propone a secas y en seco. Nace para algunos y se hace el muerto para otros, porque se cría y crece odiosamente planificado; lo preparan para ser adulto, para que guíe nuestro calámbrico paso, nuestra inocente e inmadura necesidad de contar con héroes, una especie de orientador preciso, que señale el rumbo exacto y, si se puede, nos acompañe o nos lleve, eternamente, sobre su robusto y forjado lomo.
El héroe se fortalece, su bronce se asolea y no hay duda que la protección que porta lo hace más héroe. Estoico quizás, porque nadie sería capaz de soportar tanto bronceado que obsequia la débil capa de ozono o esa mácula climática cuando el frío arrasa. Son su cáncer de piel a vista de todo mundo, cuidado sin ungüentos, sin sombrillas, que no hace sombra a su recio y patinado porte. El héroe se halla héroe, para eso nace, por eso se desvive. Nadie le cuenta cuentos. Nadie le oxida su pasado, menos su paso terreno. Su miel romana es su maquillaje y ropaje de mil batallas, el irreverente estiércol palomero su única derrota y mancha, que bien cuestiona su exagerada hoja de vida.
El héroe es un anónimo antónimo, es conocido de todos y de nadie, eso pretende. El héroe no tiene nombre, se lo buscan en la guía de sociedades anónimas o en las lápidas señoriales exitosas; su bautizo se planifica en la pileta que baña a los de su clase, haciéndolo más a-dorado, más epitáfico, menos mundano. Se encuentra en la historia porque la historia reclama que sea el indicado, su yo merito, se esmera en la demanda que así sea, y la historia, que antojadiza se escribe, le obsequia el perfil benemérito con robustos escritos, con interminables loas, porque no es sencillo, ¡No! El héroe no inventa ser prócer, sus intermediarios derrochan coraje y uno que otro billete, con su rostro dorian gray, en aras de resarcir o de costurear toda filigrana que lo hará más retrato de héroe, más paño que cubra el polvo de la tierra o delicado sudario patrio infalsificable.
El héroe nos vigila, su panóptico mirar es nuestro guardián moral, y nos acusa porque delata nuestras carencias, nuestras calamidades cívicas. El desmedido sigilo que convoca desde su altar, desde su intachable plinto ciudadano, ante nuestra presencia, enaltece, de reojo, su rabillo coraje de identidad, comisura que demanda se reitere o copie (él sabe que no es posible) en todos quienes no tienen su suerte. El orden y patria es su misión prima, su gesto paternal de hermano prócer es palabra de ley. Allí enaltece su monumentalidad ética, que es su palacio de menosprecio, para los que abajo lo admiran y reclaman. Es el desnivel terreno, a su altura, que cuida su inmaculada y mortuoria plusvalía.
El héroe es mito, es riesgosa religión del objeto, alegoría que desfigura sus alcances, su de adeveras. Apariencia que jura de pié en el altar patrio, rodeado de autoestima y de cultura que, el héroe se advierte, y nos mira desde y hacia el infinito (todo es cercanía para su lejana presencia) para avisarnos que, a él, no le caben habladurías porque éstas le sobran. Y nos avisa su hidalguía, su valor, su bravura, sus razones, su cabal conocimiento, desde la engrandecida piedra angular de la mitomanía, desde la roca del falso ídolo, desde el embustero mito que se populariza, porque el héroe no se trepa en la historia, lo arriman a ella. El héroe es el arquetipo para cuando faltan o se ausentan los mitos.
El héroe es inacabable, para todos alcanza, su legado sobra para quienes todo les falta. Su estirpe educa y sensibiliza, el héroe no improvisa, para ello nos estudia desde su atalaya, es su post título de imposiciones con diploma broncíneo que con sangre entra. Nuestro temor es su coraje y con éste agrupa la poblada, manteniéndola adulada y en la raya que sosiega todo brote de revueltas, todo probable síntoma de desprecio hacia o para quienes nos dieron, en su generosidad estadista, la patria que hoy no reclama, nunca lo hace, y es allí en donde, el héroe, jamas ve dificultades, porque siempre se topará con ellas. En suma, el héroe congrega, reúne odios y se minimiza dispersando los elogios.
El héroe es héroe, no tiene parangón, no es copia porque su originalidad no es símil y no está al alcance de imprentas, clonaciones, fotocopiadoras ni escultores. Su legado, que es su servicio a la patria, es su matriz calcárea y cerosa, su molde es su molde y se rompe al instante que nace, porque allí muere junto a la fibra de héroe que oculta su origen. Su edición de identidad no tiene ADN, es prueba de estado sin idem, sin bis, no es mellizo de nadie, no es extensil, es genoma a prueba de robo. El héroe no tiene resquicios que le hagan mella, ni sombras que hagan dudar de su única y personal existencia. El héroe es idéntico, es espejo roto y reflejo de si mismo.
El héroe se prepara, él tiene su hora, el tiempo lo orada, y se alista con desenfado para todo rechazo, rígidamente contempla los riesgos, no los sufre porque su carne o piedra propia son tan duras que no le entran balas, porque son éstas las que hieren su orgullo. El héroe no siente riesgo alguno, porque morirse es su experiencia necesaria, y se impulsa, nada detiene su abordaje, para seguir muriendo con honor en su vanagloria de ser héroe, y se cubre de gloria para protegerse del fanatismo de algunos. No vaya a ser. El héroe no tiene enemigos, sencillamente, se los inventan, la patria se los dona, se los capta en cuotas.
El héroe es ilimitado, tan sólo tiene como fronteras la vida y la muerte, su límite desiste ser pedestal de la patria, porque sólo quisiese, su estrategia geopolítica le enseña, no estar en el borde justo, en aquel que lo mande de bruces a su heroico ocaso, al sitial de los que no tienen en dónde caerse muertos, en la extraña soledad de aventurar pasos de falso mesías, sin dios ni leyes, y terminar, tan solo, en el tacho en donde se derrite su prontuario, su viril presencia, su fina y ya extinta estirpe caudilla. Y llora esa escena, y llora porque, el héroe, teatraliza su mejor pose pública, su escarnio es su drama, su muerte en vida.