Santiago de Chile. 
Revista Virtual. 
Año 8   
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
EDICION ESPECIAL
nº 22
Marzo de 2006 

escaner cultural

pag. 5

EL PENSAMIENTO ANTIIMPERIALISTA
DE OCTAVIO JIMÉNEZ


Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge

de un accionar claro y definido de corte antiimperialista en los ensayos y reflexiones de nuestro autor.

Por eso creímos conveniente rescatar algunos de sus ensayos relacionados con otros autores y pensadores, en los que él creía encontrar alguna plataforma para su antiimperialismo más bien de corte martiano, moral, éticamente sustentado, antes que de carácter técnico o economicista. Reiteramos este argumento porque a lo largo de todos sus trabajos, con dificultad encontramos en Octavio Jiménez algo más que la denuncia de las prácticas imperialistas en nuestros países. Lo que podríamos llamar el sujeto antiimperialista no aparece en sus ensayos. Y es que no podemos reducir el antiimperialismo a la mera denuncia, a la sola evidencia de la ilegitimidad imperialista en asuntos económicos, financieros y políticos.

Ese problema, de un antiimperialismo sin sujeto, estuvo presente en casi todos los pronunciamientos de las organizaciones y líderes políticos de orientación comunista, que no necesariamente marxista, en toda América Latina. La gran pregunta, ¿cómo se hace antiimperialismo?, solamente recibió una respuesta: denunciando moralmente al imperialismo.

Por eso no debe sorprender que Octavio Jiménez escribiera un bello ensayo sobre la visita que hicieran a los Estados Unidos él y el ilustre educador costarricense Omar Dengo (1888-1928) en 1915 ( Estampas, 1929). En él emergen los intereses artísticos e intelectuales reales de Octavio Jiménez, puesto que en el itinerario y en los contenidos del viaje mencionado se recuerdan una serie de autores norteamericanos cuya influencia ética fue decisiva en Martí, por ejemplo, y en varios de los escritores costarricenses como Dengo.

El conocido "trascendentalismo norteamericano", de pura cepa kantiana, tuvo en Henry David Thoreau (1817-1862) y en Ralph Waldo Emerson (1803-1882), a dos de sus más notables representantes quienes ejercieron, a su vez, una profunda influencia en autores como Margaret Fuller, Henry James (1843-1916), John Dewey (1859-1952), Walt Whitman (1819-1892), Marcel Proust (1871-1922) y Virginia Woolf (1882-1941). De esta forma no extrañaba que algunos autores, dueños de cierta sensibilidad y profundo compromiso intelectual con los avatares de su tiempo, como Dengo y Jiménez Alpízar, se sintieran también atraídos por ellos. La peregrinación en que ambos participaron en Boston, para visitar la casa de uno de los hijos de Emerson, lleva ese sello conciliatorio con la naturaleza, con el individuo, en busca de la recuperación de las potencias y posibilidades superiores de este último. El individualismo "emersoniano", si somos rigurosos, parecería no coincidir con el presunto colectivismo de Jiménez Alpízar, que se insinúa tras algunos de sus ensayos antiimperialistas.

Sin embargo, nuestro ensayista nunca hizo una defensa clara del socialismo como alternativa, y más bien tuvo ciertas reticencias contra el marxismo y sus distintas expresiones, tal es el caso de sus diversos desacuerdos con la estrategia política de la IIIa. Internacional Comunista, aquella fundada por Lenin en 1919 y que, luego de su muerte en 1924, fuera cooptada por los estalinistas para convertirla en una maquinaria de propaganda y "revolucionarismo" pro soviético, apoyada en una miríada de partidos comunistas, obedientes y sumisos, regados por todo el planeta.

De esta manera, será fácil encontrar en los ensayos de Jiménez Alpízar una poco disimulada simpatía por el ideario del trascendentalismo norteamericano, en el cual adquiere una gran relevancia todo lo que tenga que ver con el papel del individuo en la historia. Será frecuente encontrar referencias en sus estampas a los famosos trabajos del escritor inglés Thomas Carlyle (1795-1881), corresponsal generoso y gentil de Emerson, en quien Jiménez Alpízar no sólo veía a uno de los principales ideólogos del individualismo yanqui sino también a uno de los más feroces defensores de la libertad en sus distintas texturas. "Excelencias de los norteamericanos, nos dice, mas no las de los prestamistas; sí las de un Emerson que ilumina la vida del hombre despertándolo a la conciencia de que hay en la naturaleza humana un resplandor sagrado que està por sobre todas las comodidades transitorias que ofrece el oro. Conciencia que mata el instinto natural al servir de instrumento de las fuerzas opresoras a cambio de blanduras fugaces" ( Loc. Cit . ).

Siempre al lado de los luchadores por la independencia de criterio y de la libertad màs completa posible, Jiménez Alpízar nos reseña trabajos de poetas y prosistas de la talla de Heinrich Heine (1797-1856) y Jonathan Swift (1667-1745). El primero, un poeta alemán muy admirado y respetado por toda la familia de Marx, por ejemplo, y el otro, irlandés, la voz irónica más dura y despiadada con que tuviera que enfrentarse la monarquía inglesa durante el siglo XVIII, son un seguro y cierto ejemplo de la amplitud de las lecturas hechas por el ensayista costarricense. Hoy, cuando ya casi nadie lee a estos autores, clásicos por excelencia en todos los sentidos, resulta refrescante darse cuenta que Jiménez Alpízar era de los intelectuales que opinaba con conocimiento de causa ( Estampas, septiembre de 1929). En esta ocasión nuestro autor aprovechó sus reflexiones sobre estos notables escritores para hacer un conjunto de anotaciones sobre la profesión del Derecho, "estudio maldito de Dios", como lo llamaba Heine, casi siempre inclinado a proteger los deseos de los ricos. Aquellos dos maestros, nos decía Jiménez Alpízar, tuvieron la decencia de estudiar Derecho primero, para luego darse cuenta de que se trataba de una profesión especialmente diseñada para defender al poderoso. Y renunciaron a ella, para dedicarse a hacer todo lo contrario: denunciar los desmanes del poder, la "rabulisterìa" como la llamaba Jiménez Alpízar; el oportunismo diríamos hoy.

Ese oportunismo, el cual él denunciaba de manera constante, más parecido a cinismo que a otra cosa, hizo que nuestro autor se percatara de que, con frecuencia, algunas de las autoridades diplomáticas y representantes del gobierno de los Estados Unidos, visitaban los países caribeños y centroamericanos con el propósito explícito de demoler, a palos si era necesario, una institucionalidad que había tomado años levantar. En Nicaragua, por ejemplo, uno de esos funcionarios, el Señor Eberhardt, durante los años treinta, paciente y sistemáticamente, había tratado de traerse abajo un conjunto de instituciones que no operaban a tono con el ritmo impuesto por las componendas a las que aspiraban las compañías extranjeras en ese país. El mismo diplomático fue llamado por Washington para que se encargara de sus asuntos en Costa Rica. Pero Jiménez Alpízar aclaraba, en una de sus estampas ( Estampas, 1930), que el Señor Eberhardt iba a encontrar serias dificultades en Costa Rica porque, aquí, el desarrollo institucional tenía una fuerza y unos fundamentos históricos difíciles de hallar en otras latitudes. Sobre todo cuando se trataba de la libertad de prensa, mancillada y obstaculizada en Nicaragua por las manipulaciones del diplomático en cuestión.

En Costa Rica, anotaba Jiménez Alpízar, "la libertad irrestricta de la prensa es bien contra el cual no se ha podido atentar sin el estigma de traición. Para estos pueblos apetecidos por su situación geográfica y por su debilidad, una prensa libre significa una garganta de la cual salen hacia todos los confines del mundo las voces que denuncian un mal o dan gloria a un hecho trascendental. En la hoja impresa reside casi toda la libertad de estos pueblos. Es claro que con esto no proclamamos que todos disfruten de ese bien. Para muchos es una maldición. Porque nos beneficiamos de esa conquista estamos en el deber de volvernos fieros contra el poder, sea de una nación, de un hombre, que proyecte ensombrecerla. Si el Eberhardt en Nicaragua hizo de la prensa una porquería, tenemos derecho de oponerle nuestro veto" ( Loc. Cit . ).

Este músculo poderoso de luchador insigne, lo ejercía Jiménez Alpízar cada vez que tenía la oportunidad, particularmente cuando el imperialismo y sus agencias más serviles encontraban el camino abierto para montar celebraciones y recordar efemérides donde los grandes pensadores y luchadores latinoamericanos quedaban por fuera. En 1932, por ejemplo, se dio el caso de que podía recordarse el centenario del nacimiento de uno de los escritores y pensadores màs ilustres de América Latina, el ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889). Pero la Unión Panamericana , una agencia imperialista con claros propósitos ideológicos a favor de las virtudes de la democracia norteamericana, aprovechó el momento para celebrar también el Pan American Day, que se festejó en las escuelas, colegios y universidades de la región donde se creía que el apoyo recibido de los Estados Unidos era la solución definitiva para los grandes problemas de América Latina. Esto sucedía sobre todo en países donde existían dictaduras claramente sostenidas por Washington.

A ese respecto Jiménez Alpízar decía, "volvamos a Don Juan Montalvo y hagámonos dignos de sus luchas formidables. Digámosle que sí ha dado fruto su enseñanza. Busquémoslo amorosamente para mostrarle el corazón de la gente nueva, de aquella que el imperialismo busca y halaga hipócritamente, corazón lleno de aspiraciones en bien de la libertad de estos pueblos. Busquémoslo con desvelo. No nos mire coreando los sermones de una organización funesta de imperialismo que lo excluye de todo recuerdo cuando él llega a los cien años de haber asomado a un continente lleno de pícaros y de malhechores. Pero busquémoslo realmente. Inspirémonos en Don Juan Montalvo si no queremos perecer. Nos absorbe el imperialismo yanqui con la complicidad del criollo descastado. Y Don Juan Montalvo luchó contra la picardía organizada. Es un guía grande, porque somos pueblos con amor a la libertad. Él es campeón de esa libertad. Exaltémoslo en su centenario para que el desengaño no sea cumplido en su memoria fecunda" ( Estampas, 16 de abril de 1932).

Octavio Jiménez tenía el cuidado y la delicadeza de organizar sus trabajos, aquellos en los que trataba la vida, asuntos y preocupaciones de pensadores y líderes políticos, de tal forma que fuera evidente la enorme importancia, el peso específico de las ideas en las biografías de tales personajes. En ningún momento se tratan las frivolidades existenciales de los biografiados. Existe un enfoque heroico al estilo de Carlyle, vía Emerson y Martí, en el que los detalles banales de las biografías intelectuales y espirituales de los personajes que le interesan son eliminados para poner el énfasis en sus obras màs notables y la lucha por las grandes ideas. Con mucho, el gran hèroe mueve a la historia, para Jiménez Alpízar, porque la lucha contra las pretensiones del imperialismo tiene un fuerte tono moral, en el cual los individuos son puntales esenciales de realización. En buena filosofía neokantiana, la moral es un asunto de los individuos no de las masas, menos aún de los pueblos, si los hemos de considerar entidades amorfas, ahistóricas e incultas.

Son los individuos los que tienen el poder de crear y promover la civilización. Cuando Jiménez Alpízar nos habla de Eugenio María de Hostos (1839-1903), el gran pensador puertorriqueño 35, nos lo presenta como el "maestro creador de civilización" ( Estampas, 1 de junio de 1933). Tradicionalmente conocido como un excelso tratadista en derecho público, Hostos representaba un reto para Octavio Jiménez, porque junto a ello había sido también un extraordinario maestro, fundador de la Escuela Normal en la República Dominicana , donde estuvo refugiado por muchos años, y un talentoso escritor de crítica cultural y de poesía. Al mismo tiempo reunía todas las condiciones del hèroe tal y como lo imaginaba para esta América Latina humillada y vilipendiada por el imperialismo norteamericano.

Pero las enseñanzas de Hostos, muy dentro de la tradición creada por Sarmiento en Argentina, donde la férrea disciplina moral y la voluntad de sacrificio jugaban un papel central en el desarrollo del ser humano que queríamos formar en América Latina, acostumbrado a la displicencia, la desidia y el abandono, estaban orientadas a eliminar la ignorancia, la superstición, el cretinismo y la barbarie ( Loc.Cit. ). La libertad era un asunto de construcción diaria, que estaba muy relacionado, dicho sea de paso, con la elaboración, màs o menos acabada, de una cierta idea de patria. Y el heroísmo era el engarce dialéctico entre la civilización y el patriotismo 36. Esta plataforma moral que nos proponía Hostos caló profundamente en unas vanguardias intelectuales latinoamericanas deseosas de claridad, orientación y sentido para sus luchas contra el materialismo que provenía de los Estados Unidos, sobre todo en las condiciones en que se encontraba Puerto Rico, por ejemplo.

En otro de sus artículos, Jiménez Alpízar dice: "El instinto de la barbarie aparece en las masas y entonces traicionan, se vuelven cobardes, huyen, matan a sus guías. Todo eso es caos. Y el hombre que tiene conciencia del estado caótico lucha por ordenar, por tender los nuevos ejes que centren el alma vacilante que perdió el sostén de la rutina. Trotsky es el màs grande de la Revolución Rusa " ( Estampas, 11 de noviembre de 1933). La lectura que hiciera de la autobiografía de Lev Trotsky (1879-1940), le dio al escritor costarricense una buena y oportuna motivación para conjurar sus prejuicios anti-soviéticos, luego atemperados por un acercamiento cauteloso a la experiencia socialista soviética, pero también para reflexionar de nuevo sobre el hèroe y el heroísmo como vehículos para construir el orden y la civilización. Estos rancios postulados, pertenecientes a la más vieja racionalidad burguesa ilustrada, se encontraban detrás tanto del pensamiento y del accionar de los bolcheviques como del màs inveterado de los liberalismos. Por eso Trotsky sedujo fácilmente a Octavio Jiménez, un hombre siempre en busca del revolucionario que pusiera orden en estas repúblicas latinoamericanas, abusadas por un imperialismo norteamericano oportunista que sabía detectar dónde y por què el desequilibrio político era su mejor aliado. Es decir que, en buena racionalidad burguesa, a Octavio Jiménez también lo asustaba el desorden, pero por razones y motivaciones distintas a las convencionales preocupaciones del buen burgués asustado de perder su posición en la sociedad 37. El desorden que lo crispaba era aquel que fuera aprovechado por el imperialismo, como lo había hecho en Panamá, Nicaragua, Colombia y muchas otras naciones latinoamericanas afectadas por su inestabilidad política y cultural.

Octavio Jiménez era un pensador y un escritor para el cual algunas ideas básicas deberían estar siempre presentes en cualquier argumento contra el imperialismo. Con frecuencia lo leemos utilizando nociones y conceptos tales como patria, patriotismo, estado nacional, intelectuales y políticos decorosos, elementos o ingredientes que apuntalan la mayor parte de sus embates contra el imperialismo y sus apologistas, velados y abiertos. De tal forma que cuando debate y discute las ideas de algunos autores, sobre todo aquellos procedentes de los Estados Unidos, Jiménez Alpízar encuentra vías para cuestionar no tanto los argumentos, que casi siempre le resultan muy fáciles de debatir, sino las ideas y los aspectos más sueltos, más evidentes de una moralidad que difícilmente se sostiene sin ideología.

En otra de sus Estampas (25 de febrero de 1933) Jiménez Alpízar utilizaba las palabras del Presidente Franklin Delano Roosevelt (1882-1945) (el segundo Roosevelt como lo llamaba, para distinguirlo del primero, Theodore Roosevelt,"Teddy", 1858-1919), con el afán de hacer una nueva defensa del derecho de los costarricenses a una socialización generalizada del uso de la electricidad, que la compañía gringa Electric Bond and Share quería acaparar a toda costa. En palabras de Roosevelt habían faltado valentía y coraje para que los hombres públicos y los pueblos se hicieran cargo de controlar la forma en que se producía y se distribuía la electricidad. La vigilancia que se ejerciera sobre los mecanismos de administración y producción de este bien, al que tenían derecho todos los seres humanos, definiría el grado de compromiso que se tuviera con la patria y con los pueblos, dice Jiménez Alpízar. Su preocupación de nuevo, como en otros de sus artículos, era utilizar la supuesta altura moral de algunos hombres públicos en los Estados Unidos, en esa ocasión se trataba de Roosevelt, para decirles a nuestros pueblos por donde debería irse para ejercer un control màs ajustado de los recursos naturales, siempre perseguidos por empresarios extranjeros y por sus esbirros a sueldo, como era el caso de los abogados nicaragüenses de la Bond and Share.

Jiménez Alpízar primero señalaba y desmenuzaba el argumento de autoridad para, luego, indicarnos por qué no hemos sido capaces de cumplir con lo que recomienda dicho argumento. A continuación señalaba las carencias morales, la falta de instrumentos para llevarlo a cabo, y, finalmente, apuntaba qué o quiénes podrían haber sido los responsables para impedir la realización de las enseñanzas morales y prácticas que dicho argumento nos hubiera dejado. Este procedimiento era frecuente, sobre todo, cuando se trataba de autores y pensadores, políticos y empresarios extranjeros. Al lidiar con los que estaban en nuestro pequeño mundo, el procedimiento no era del todo diferente pero presentaba una dureza y una rigidez estilística devastadoras.

Veámoslo en una de sus Estampas más comentadas y criticadas (25 de febrero de 1933), titulada La capitulación de Sandino. En este ensayo, Octavio Jiménez comentaba, con dureza y una ironía salpicada de tristeza, el acuerdo al que llegó Sandino con el gobierno de su país en febrero de 1932, manipulado por los Estados Unidos, para levantar la rebelión y alcanzar una pacificación sostenida por la punta de las bayonetas de la Guardia Nacional , herencia indubitable del imperialismo norteamericano en Nicaragua. Uno de sus destacados biógrafos europeos nos dice: "A partir de junio de 1933, comenzó a desarrollarse un proceso, que en pocos meses llevaría a la destrucción definitiva de Sandino y su movimiento. Con eso, simultáneamente, el país se encaminaba en dirección a la dictadura de la familia Somoza" (la cual estaría en el poder hasta 1979. R.Q.) 38.

El historiador alemán nos dice en otra parte de su trabajo: "La tragedia que iba a escenificarse en 1933, ya se veía venir. La retirada de las tropas de los Estados Unidos puso al descubierto la crisis estructural del antiguo sistema de partidos. Con ello llegó la hora de cosechar frutos políticos de la guerra. Con su lucha, Sandino había colocado sobre el tapete de discusión debilidades esenciales del antiguo sistema, ante todo, la determinación extranjera, la carencia de autonomía nacional y la cuestión social en su sentido más amplio. Pero fue incapaz de convertir su caudal moral o militar, en capital político. Tan pronto como entraba a la política, no hacía mucho màs que formular principios generales" 39. Aparte de que el último juicio nos parece inoportuno, en el tanto que Sandino nunca pretendió ser un teórico de la política, cosa que con frecuencia se les escapa a estos analistas europeos 40, el proyecto antiimperialista del nicaragüense fue mejor ponderado por Octavio Jiménez que por

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35 Véase nuestro trabajo El legado de la guerra hispano-antillano-norteamericana (San José: EUNED.2000).

36 A este respecto y màs puede consultarse el excelente estudio del poeta puertorriqueño Marcos Reyes Dávila, titulado Hostos: Las luces peregrinas (Universidad de Puerto Rico en Humacao. 2005).

37 Historia de la percepción burguesa (México: FCE. 1989) P.56.

38 Volker Wunderich. Sandino. Una biografía política (Managua, Nicaragua: Editorial Nueva Nicaragua. 1995) P. 303.

39 Idem. P. 273.

40 A este respecto puede verse nuestro trabajo El legado de la guerra hispano-antillano-norteamericana. (San José, Costa Rica: EUNED. 2001). Capítulo III.




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