Santiago
de Chile. Revista
Virtual.
Año 4
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Número 46
Diciembre de 2002
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FRIDA KALHO,
SU REVOLUCIÓN PERMANENTE
Desde
Chile, Rolando Gabrielli
Salma Hayek paraliza, pone en off la realidad
con sus encantos .La realización en Frida Kalho, la pintora
que entró al lienzo de la vida en unos colores únicos,
irrepetibles, perdurables francamente, refleja su pasión
por arrancarle todos los tiempos y despojarla de ese mal oficio
de no ser, sino declinar e instalarse en el sucio vacío
estuche del conformismo.
Única por plantársele a la vida siempre por delante,
Frida, empujó a la realidad siempre un paso más
allá con ese talante lleno de colorido, acción,
sinceridad aterradora, deslumbrante belleza y un talento que
crece con los años, como siempre, regateado en vida.
Ya se escuchan no pocas voces que esta no es toda la Frida
que hizo historia, pero sabemos que el celuloide es un espacio
restringido para una vida común y corriente, y en este
caso, cómo pintar con sus mismos colores una vida tan
colorida, puede ser una interrogante a resolver.
Frida Kalho pasó a la historia porque hizo lo que su
corazón le dictó y en esa época no es poco
decir, y en cualquier otra. Es su espíritu el que debemos
recorrer con la divina Salma Hayek, el derroche de vida, la
pasión, el salvajismo natural de este maravilloso animal
que nos parió México, sin consultarle a nadie
en el mundo,
Sus ojos parecen robados al fuego, su cabellera fue hecha para
el brillo y el viento que ella misma agitaba con su paso y movimientos.
Lo que fue y no fue, siempre se lo entregó a la vida
y allí se instaló, con el amor de su vida, el
pintor Diego Rivera, con la pasión de su genio, de su
hermosura de diosa genital. Un ícono de México
dice la publicidad, el marketing de pasarela, de la banalidad
banal. Es, a mi juicio, parte de la gran raíz de México,
país de pintores colosales, y ella entra hoy a Hollywood
de la mano del éxito como lo conocemos hoy, tan exitista,
pero debemos buscar en la artista, la mujer, su lucha contra
la adversidad, y sumar todos sus placeres y sufrimientos, para
rescatarla desde la hondura de su dolor casi perfecto.
Nació para vivir la vida y los grandes desenlaces, torear
el destino, carga su época como una huérfana que
sólo busca el amor, pero que lucha denodadamente contra
la adversidad y por conquistar cada peldaño en su propia
existencia. No pidió ni le dio cuartel , ni un gramo
de sombra, a la vida y a su voluntad de ser y hacer.
Vivió en el extremo de la punta, y en la orilla del
otro extremo, como en el centro del vórtice, cuando fue
necesario, y casi siempre lo fue.
Caló hondo en su tiempo, Frida, y si fue toda de carne
y hueso, una estampa de realidad viviente, transmitía
la fuerza innegable de un espíritu superior y más
allá de su tiempo, el que hoy se recoge a raudales en
tantos y diferentes escenarios, que sólo conducen, a
esta enigmática, ardiente, dolida, apasionada, delirante,
temperamental, sensual, erótica, volcánica, yaciente,
vital, dulce, desgarrada de si misma, la Kalho soporta todos
los calificativos, porque ella es su propio adjetivo, siempre
nuevo, cambiante. Mujer de renuncias y retornos, en el amor,
la política, siempre con pasión, de uno a otro
lado de la esquina.
Su vida fue ese huracán en tierra firme. Su visión
de tempestad, no evitaba que permaneciera firme en sus convicciones
,atada a sus propios cimientos. La vida siempre le empujo una
cuarta más allá de lo permitido, desde la temprana
poliomelitis que sufrió a los seis años al trágico
accidente que cambió su vida, la inició en la
pintura y al crucificó en vida.
Fue amiga de Trotski, cuando llegó a México en
los años 37, dicen que su amante ocasional, conoció
a Bretón, el padre del surrealismo, expuso por primera
vez en Nueva York de manera individual, al año siguiente
en París, pero nunca dejó de ser Frida Kalho,
porque había nacido para ejercer su propia e inclaudicable
pasión. Vino a pintar la vida y el dolor, a amar en 47
silbantes años, cuando en 1907, al siglo en sus albores
se le ocurrió parir a la Kalho, de madre mexicana y padre
alemán.
Los tiempos estaban frescos aún en el lienzo, pero ella
decidió arribar con esas mágicas vestimentas de
diosa semivencida. Tuvo la rara sensación desde un inicio
que venía con menos tiempos que el habitual, y se entregó
a la revolución en todas sus manifestaciones diarias,
porque ella fue un compromiso con la vida y lo que le rodeaba.
Su pasión, querida Frida, es su mejor color, la pintura
que nos deja sin alienta y ciega al mismo tiempo, porque es
innecesaria su explicación. Quien la trajo, sabía
lo que hacía, usted sólo siguió el cortejo
de la vida sin claudicar. Usted abrazó el universo con
ese amor gitano que nace en algún lugar y nunca muere,
sus blancas ropas albas, me traen tanto recuerdos, de que un
espacio nunca termina por ser ocupado. De tantas formas usted,
personalísima, secreta, popular, nos dejó en sus
ojos, lo que sus cuadros hoy hablan y nos revelan.
PD:
ROBERTO MATTA VIENE VOLANDO
Se nos fue un ícono chileno al estilo chileno: contigo en
la distancia. El menos solemne, irreverente, divertido, jovial,
juguetón, arquitecto de un destino prodigioso, que no dejó
escenarios por conquistar. Hombre de su siglo, pisó firme
y puso sus picas en el Flandes de la pintura universal. Ya estaba
inscrito su nombre hace años, pero se negaba a dejar de hacer,
con esa voluntad de la belleza y creatividad, del talento único
que impone el destino a quien nació con esta magia de los
pinceles. Me siento más sólo con la partida inevitable
de Roberto Matta, quien nació el 11 del 11 de 1911, en un
raro presagio de fechas que marcarían en su país y
el mundo una nueva historia.
Chileno de esa chilenidad universal, cargó el país
como una larga espina, como tantos otros famosos: Arrau, la Mistral,
el mismo Vicente Huidobro, que no reconocieron fronteras y se instalaron
con sus talentos allende las fronteras. Pablo Neruda, el viajero
inmóvil, supo combinar la lejanía con la chilenidad
in situ. Esa es harina de otro costal.
Un largo remo, es Chile, dijo la Mistral, el albatros y el largo
pétalo, para Neruda, la Loca geografía de Benjamín
Subercaseaux. Tantos Chiles para un solo nombre en el fin del mundo.
También el Chile de la espada.
Roberto Matta, discípulo de Le Courbusier, vivió,
pintó, viajó, respiró por dentro y por fuera
el siglo XX y sus alrededores. Es decir hasta el 2002, que a los
91 años vio despedir en su refugio de Tarquinia, en el centro
de Italia.
Su última Mostra fue en Italia, el pasado 6 de noviembre,
Sin título, la tituló, en su enigma, que quizás
ya presagiaba que todo se borraría de una vez para siempre
y para qué tantos títulos, si la obra quedaba para
ser interpretada al ojo del observador.
Se fue de Chile hace setenta años, reconoció una
vez, y usted me pregunta, yo no sé nada de ese lugar. Sin
embargo, cuando tardíamente recibió un reconocimiento
del gobierno chileno, al inicio de los noventa, en París,
sólo dijo: poto, poto, poto. Una palabra mágica chilena,
que viene desde el más profundo trasero, pero que no suena
mal, y quiere decir tantas cosas. El poto es un bien común
nacional y debiera erigírsele un monumento. Nunca pasará
de moda esa redonda expresión, tan chilena, como universalmente
humana, cargada en la misma posición desde Adán y
Eva. Huidobro, al morir, lo último que le dijo a una amiga
francesa, fue care poto. He ahí la magia de la palabra en
su redondez más pura del lenguaje único e intransferible.
Si partió al igual que la Mistral, Arrau, Vinay y otros,
que se enredador en el éxito del universo con sus obras y
talante muy personal. Pintó su siglo Matta, de eso ni hablar.
En Paris y Nueva York, dos grandes centros de su obra. Italia, Gran
Bretaña, Berlín, Estocolmo, Madrid. No dejo tierra
sin pisar, vivió en Polonia. Se codeó con los grandes,
desde Picasso a Bretón, en su tiempo y hora, García
Lorca, Dali, Duchamp, todos los surrealistas el minuto exacto de
la creatividad.
El le vio el reloj de la vida al ser humano en toda su corporalidad,
lo vivió en sus pinturas, hombre de compromisos, de adhesiones,
Roberto Matta no miró el siglo por sus ramas, procreó
cuadros ya en la historia de la pintura universal, como una familia
nutrida a través de cuatro matrimonios.
Sus cuadros son de Matta, su propia factura, vanguardista hasta
la saciedad, buscador de pepitas de oro como un minero hasta sus
últimos días. Es que Matta se montó en el caballete
a volar, no lo ven, si viene volando, diría Neruda, en la
vieja parodia a su poema célebre dedicado a Rojas Jiménez.
En sus largos lienzos llenos de colorido, miraba el esófago
a la humanidad, hurgaba en sus entrañas, allí buceaba
sin escrúpulos para arrancarle una vida única a sus
cuadros. No dejaba de guiñarle un ojo, para que supiera que
comprendía sus dolores, eructos y hemorragias, pero también
su inagotable existencia.
Hombre de compromisos, Roberto Matta, viajó a Chile a donar
cuadros y a pintar durante el gobierno de Salvador Allende. Se dio
tiempo para cumplir con su corazón. Después desapareció
tras la larga y luctuosa noche del apagón cultural. Estuvo
también Nicaragua con Julio Cortázar y Gabriel García
Márquez. No dejó lugar ni espacio sin su presencia,
y se pronunció.
Recientemente un crítico italiano, Piero Dorazio, dijo que
Matta era el heredero de la corona de Miró, el pintor más
célebre después de Matisse y Picasso.
Hoy Chile está de duelo oficial, pero la pintura se llenó
de nuevos colores con Roberto Matta...
Si desea escribir a Rolando
Gabrielli puede hacerlo a: panaglobal@hotmail.com
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