Desde
México, Jorge Solís
Arenazas.
Un equívoco frecuente entre críticos e incluso varios
escritores consiste en anunciar algo llamado crisis de la poesía.
Otros tantos declaran, también erróneamente, que no es la
poesía, ostentada en su generalidad, sino una etapa muy
específica de ésta, ciertos valores líricos, la que se ha erosionado.
Pero, en rigor, no se trata de una crisis sino de un aletargamiento
debido, no sin cierta paradoja, a la ausencia de crisis reales.
La actitud del hacedor de versos pareciera cada vez más cómoda
y satisfecha. La tinta como gesto chirriante es algo cada vez
más inusitado. El poeta ahora ha vivido de sus seguridades y por
ello ha dejado de vivir como tal. Se ha extirpado lentamente,
de sus diccionarios y cuadernos de notas, la palabra "crítica".
El gesto se domeña y la escritura empieza a titubear en la palidez.
Ante tal abigarramiento de voces sólo puede surgir la
crítica, entendida como un poner en crisis los fundamentos
del horizonte de la escritura poética. Y no es desde la exterioridad
(precisando: un exterior solamente artificial) que esto puede
llevarse a cabo. Debe surgir desde el interior (esto es, el exterior
verdadero), en el tenor de un diálogo silencioso, como el que
puede encontrarse en la obra poética de Felipe Vázquez (Teotihuacan,
1966), que representa una dislocación con los vicios del gusto
literario actual, de todo "gusto" posible. En su lento acendramiento
crítico, renuncia a las sensualidades al uso, no reitera florilegios
canónicos ad náuseam, huye de las fabulaciones fáciles y de la
sonoridad fetichizada a partir de juegos inofensivos. No es éste
el yermo terreno de las musas ni la marejada emocional exaltada
sin más rigor que el de un balbuceo. Por el contrario, se halla
ese diálogo silencioso como un mirar críticamente al plano escritural
en el cual se incardina, en un juego de desciframientos, negaciones
y afirmaciones, desde un claro aliento interrogativo. Sólo a partir
de este diálogo el gesto resulta vital, frente a una tradición
que se ha traicionado a sí misma, en la medida en que se ha reproducido
sin la criticidad debida, terminando en el solio estéril, con
su correlativo desgaste retórico.
La obra de Felipe Vázquez tiene en la escritura su propio
sujeto, entendiendo esto desde dos planos. Primero, en la medida
que el cuestionamiento surge desde la ambigua boca espesa de la
escritura para anclar finalmente en sí misma:
El poema surge de lo blanco y nadie
en esa aparición
toca la ausencia del poema
(...)
Nombra lo blanco en su blancura pero nadie
lee blanco en lo blanco sino el blanco
Cumple el doble papel: actuante y escenario: actor y
condición de posibilidad de ser. Una realización de sí. Sujeto
no como el yo sino como el se, pronunciado en el tenor
de su vivir y en el cómo de su presencia. Con esto queda
claro que no se trata de sujeto porque en sus poemas se "hable
de". Como heredera real de la tradición crítica de la poesía moderna,
en su poesía el tema, cualquier tema, es imposible. Los referentes
lo son sólo de su estallamiento. No se dirá nunca "poesía erótica",
"poesía política", "poesía religiosa". Únicamente pesada gasa
sobre una voz que es multiplicidad y mirada que tan sólo obtiene
claridad de enfoque cuando éste se bifurca y canta el reino de
lo ambiguo: qué sino el sino del si no
Sujeto, en el segundo sentido de sujeción: escritura
como conciencia de su propia imposibilidad, siempre constitutiva.
Mas conciencia oscilante. Sólo a partir de ella se abre el otro
horizonte de posibilidad de ser. Por ello el decir se reconoce
en el desdecir, que no es enteramente suyo.
En busca de sí misma la palabra
se enrosca caracola
se abisma en su infinito hasta vaciarse
hasta cruzar del otro lado
más allá de sí misma
más allá de todo y aún más allá de la nada
y sin embargo
nunca la palabra encuentra su palabra
En su cuerpo la ausencia de sí misma cobra cuerpo
De ahí, también, que sea una poesía que tiene el olfato
suficiente para acudir al silencio, despliegue de una visión sobre
lo silente, la ausencia y la imposibilidad. Pero no únicamente
"sobre" sino desde. Con ello se emparienta con una línea
que surge muy claramente desde Mallarmé, como se ha hecho notar
sin la intención de registrar "influencias" ni familiaridades
genealógicas. Pero no sólo eso, sino la conciencia de la poesía
surgiendo de la página en blanco (la página brota casi en sesgo
desde el fondo del poema), lo cual no es de ningún modo accesorio;
encontrando, así, un segundo eco con esa línea encarnada desde
Un coup de dés.
Diáspora de silencios en la página
o fuga de signos vueltos hueco
el poema se nombra en sus fisuras
dice grietas que lo dicen
Aquí se da la obra en apertura. Explota el trabajo sobre
significantes, hay una mirada sobre las voces y sus sentidos,
y en este manejo de elementos es que puede estallar la significación
máxima y plena. También entendida como mirada sobre sus condiciones
(y no sobre su condicionamiento). Decir es decir fisura de sí,
página, signo cuya condición de existencia es el silencio, ausencia
que cristaliza para hacer vivir el poema, interrogación sobre
el yo de la escritura misma.
Por otro lado es una poesía en movimiento total:
Tal vez el mar esta noche y no
la voz hecha luz
Tal vez el sin
y no esta sed de lejanía
Tal vez los dados blancos del acaso
y no el tal vez
Se ve con claridad la exploración que no tiñe certezas.
La función de los versos no es unívoca; además de su papel directo
perviven frente a los versos anteriores haciéndolos saltar, arrancándoles
el eje mediante el cual podrían asegurar cierta fijeza en su voz
(voces). De pronto todo se nombra por antífrasis y todo se
afirma en el cuestionamiento. El "tal vez" queda como verdadera
función tácita del poema. Serpentea litóticamente, y por ello
su escritura es al mismo tiempo todo aquello que no se encuentra
en el "aquí" del poema, pero que participa de la significación
y la desconstrucción de lo significado. De suyo se entiende que
lo dicho siempre es otro, como otro es el decir. De ahí, de igual
forma, se comprende que las figuras como la alusión cobran un
papel total, no meramente recurso contenido sino en ejercicio
continente. El cometido es entrópico y su verdadero rostro es
proteico.
no sé qué dice cuando dice "digo
lo que digo" y calla, si
no dice nada, menos nada dice,
no habla y su silencio dice, nada
un pez en la palabra pez y muere
fuera del agua, ¿mi palabra muere
cuando dice palabra o cuando dice?
¿qué dice quien dice "digo lo que digo"
si agua se ahoga en el agua?
no dice nada un pez, nada -eso dice
Lo mismo ocurre con la intertextualidad que recorre
su escritura. Después de obras tan importantes como las de Pound
y Eliot, la poesía moderna tuvo en los recursos intertextuales
una de sus fuentes principales de construcción. La poesía como
diálogo se abría aquí a otro plano más, acentuando algunos de
sus más fuertes valores. Pero debe advertirse que en el aletargamiento
de la poesía, este recurso ha sido de los más desgastados. No
se ha operado una relación significante con los intertextos, haciéndoles
cumplir una función abierta. Erróneamente, se les adopta como
significados en sí, transportables a cualquier zona del texto
indefinido (e indefinidamente). Se les ha usado como verdaderos
amparos y se ha abusado de ellos como referentes monumentales,
sin otro ejercicio dialógico crítico de por medio. Por ello vuelve
a cobrar importancia lo que Felipe Vázquez hace al respecto, en
un trabajo significante que renuncia al guiño canónico, pero que
sabe ver de frente la tradición de la poesía moderna, de manera
viva.
Particularmente, los recursos intertextuales en la poesía
de Vázquez tienden al límite que, como ha demostrado Gérard Genette,
reside en un empleo que nunca nombra directamente sus elementos.
Pocas veces se encuentra una referencia intertextual abierta (como
en el caso de los epígrafes). Esto enriquece su poesía, pues entre
la referencialidad, el papel de la alusión y otros gestos intertextuales
abre los niveles de lectura posibles del texto que, cuestionándose
a sí mismo, implica que en cada nivel varios horizontes interrogativos
se erijan, escindiendo muchas veces la aparente unidad que hay
en los planos interpretativos posibilitados, operando el sentido
de varias dispersiones, enrareciendo la reunión probable y acudiendo
a una mayor tensión significante.
Desde este punto sus cuestionamientos no son conciencia
crítica de la ipseidad escritural. Una vista de su alteridad se
reintegra sobre ese mismo tono. Cada verso se vuelve actor de
escenarios tripartitos. Es interrogación sobre sí, diálogo con
la tradición y volatilización de sus referentes, que nunca logran
la concreción definitiva y que mutan de manera permanente al entrar
al laberinto de las voces, otro signo de la multiplicidad constitutiva
del poema. Una muestra de ello se da vivamente en el poema Bitácora
de Adán.
Dejo aquí el comentario, no sin advertir que Felipe
Vázquez ha ejercido una eticidad de la poesía, una poética,
al ser la mirada no un sensual reconocimiento que deviene comunicación,
sino una criticidad del verbo que empieza por una visión crítica;
no sólo desde "el" (cualquiera) sino también desde "su" propio
ethos, con lo cual se aleja, y es antitético, frente a aquello
que el propio autor ha nombrado en algún lugar como "onanismo
verbal". Desde este punto, se debe entender esta poesía como uno
de los caminos posibles a la crisis que nuestro apetito reclama.