Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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En Valparaí­so en algun cerro, en alguna bajada o subida de calle o ascensor se gestaron estos cuentos que hoy nos cuenta Piera....

piera pallavicini

 

 

 

Calle Porteña

La calle Errázuriz reposaba frí­a esa noche. El invierno porteño ahuyentaba a los bohemios que brillaban por su ausencia y opacaban los llamativos bares. En la cuadra sólo caminaban dos sombras, que despistadamente chocaron sus cuerpos. La cabeza del muchacho estrelló el estómago de ella, quien no pudo equilibrarse por culpa de sus estrafalarios tacos. La mujer lo recriminó por ir mirando hacia abajo, él le reprochó el no esquivarlo. ¿Ya te vas?- Preguntó ella. "No, todaví­a no puedo volver a la casa, me faltan mil quinientos pesos, si no…no puedo entrar". Estamos en la misma- reclamó la mujer. "Me falta encontrar un par de clientes, si no…tampoco puedo volver". Suerte- dijo él. Igual- contestó resignada, mientras le acariciaba la cabeza. Hacia un lado siguió ella con su mini y escote en busca de alguno, hacia el otro siguió él para hacerle "dele, dele…" a un auto que se estacionaba en la Piedra Feliz.

"Destiempo"
(Nuestra casa era un nido, donde las aves solí­an no encontrarse)

Ella siempre me ha querido, lo sé. A veces le costaba demostrarlo y creí­a que con una buena comida yo me percatarí­a. Por las mañanas yo leí­a el periódico en la terraza y ella aparecí­a radiante, con un café cargado y alguna que otra vez con un pastelito de acompañante. A media mañana, a eso de las doce, a mi me daban ganas de conversarle. Los temas me daban igual, aunque porqué negar que siempre he querido contarle mis sueños de la noche anterior o simplemente comentar un reportaje que haya visto en el discovery channel. Sin embargo, justo a esa hora ella no podí­a saber de mí­. Presidí­a una reunión de actividades solidarias todas las mañanas, y las realizaban en casa, por lo que debí­a transformarse en la brillante anfitriona que es. A veces yo le hací­a "hola" con una seña como ésta. O le guiñaba un ojo aún sabiendo que lo ignorarí­a. Entonces, resignado, me iba a leer.
A la hora de almuerzo ella aparecí­a con una rica comida que, aunque era preparada por la criada, poní­a sobre la mesa con cara de "mira lo que hice para ti". Pero como yo no podí­a ver las noticias en otro horario, justo a la hora de almuerzo debí­a chequear si habí­an novedades, mi mujer comprendí­a que era mi trabajo y por ende, mi obligación. Entonces ella cuchareaba la sopa con desgano y me miraba (lo sabí­a porque a veces la miraba de reojo). Cuando terminaba el noticiero, yo me volteaba velozmente ya que la extrañaba tanto. Pero me encontraba con la silla vací­a y un café helado. Ella dormí­a placidamente la siesta cuando yo me iba al canal catorce a trabajar. Después no se que planes desarrollaba (no tení­a mucho tiempo para preguntárselo).
Al volver a casa a eso de las nueve, me tení­a una rica cena en el microondas en el cual pegaba una nota que decí­a "lo hice para ti". Y mi rostro esbozaba una sonrisa aún sabiendo que era mentira. Entonces, comprendí­a que debí­a haberse ido a la casa de su hermana a cuidar al pobre Pepe que está tan enfermo. Yo la admiraba por eso y aceptaba el porqué de sus siestas.
¡Qué desgracia que después del postre a mi me daban unas ganas desesperantes de conversarle! Entonces hablaba solo o llamaba a algún amigo y le contaba mis anécdotas del dí­a y lo que tení­a planeado para el siguiente.
Cuando me poní­a mi pijama yo siempre pensaba en ella, quizá por eso nunca me poní­a el color café (simplemente lo odiaba). En la televisión encontraba siempre una pelí­cula. A veces me entretení­a viendo unos films de acción pero me decí­a a mi mismo "¿que te dirí­a Laura si estuviera aquí­?". Entonces, comprensivo, cambiaba el canal y dejaba alguna pelí­cula romántica o un programa de esos que te rí­es de lo poco graciosos que son. Cuando mis ojos comenzaban a resbalar de sueño, poní­a su canal preferido. "Así­ cuando llegue va a estar contenta" le acomodaba bien su almohada, doblaba las frazadas, encendí­a la lamparita de su velador y le dejaba un vaso grande de agua.
En la mañana yo despertaba y ansioso me volteaba para saludarla, pero ella ya no estaba. La televisión en el canal de deportes ¡Qué bien! Entonces me duchaba y me iba a la terraza a leer el diario. En eso aparecí­a ella…radiante, con un café cargado y una que otra vez con un pastelito acompañante. Ella entendí­a que yo debí­a leer las noticias, por eso se retiraba discreta esperando que a media mañana me dieran ganas de conversarle y le fuera a guiñar el ojo por la ventana.

Rosas

Ese dí­a te llevé rosas. Hací­a tiempo que tení­a una de sus espinas clavada en mi pecho ya que siempre quise regalarte flores. Ese dí­a pude arrancar la espina de mi corazón y liberar mi deseo ¿Y porqué no? ¿O sólo los hombres puedan hacerlo? No considero que sea un derecho. Además nunca lo hací­as, por más que yo quisiera o que lo esperase. No, no eras así­, no eras uno de esos- solí­as decir. Es por lo mismo que nunca supe porqué un dí­a llegaste con un ramo de rosas blancas. Las dejaste encima de mi cama junto a una nota: "no soy lo que esperas, no te amo". ¿Cómo sonreí­r por las rosas? ¿Cómo pensar que por fin eras lo que soñaba, si leí­a esas lí­neas tormentosas? ¿Será una burla? ¿Será una broma? Fueron dí­as sin saber de ti, no contestabas. Me llamó tu madre y me explicó todo. Por eso ahora te dejo estas rosas, porque ya no sirve reprimir lo que se quiere dar. Porque aunque te escapes de esta vida, el aroma penetra fuerte y no se va.

La caí­da

Volaba de acá para allá, zigzagueando. Se meneaba como una danzarina.
Se veí­a tan ligera al compás del viento, que daban ganas de frenar su inminente caí­da.
Poco a poco se fue desplomando. Parecí­a mirar a sus compañeras que de arriba comenzaban a vivir su inaplazable destino. Llegó el momento fatal. Se golpeó en los hombros con la calle del centro. Sus manitas intentaron afirmarse, pero no hubo caso, cayó como un plomo. Fue la primera en ceder.
El otoño habí­a comenzado.

Para usted, Maestro

Las teclas se hundí­an y los melodiosos acordes desbordaban la habitación. Lo recuerdo tan bien, con una nitidez que espanta. Tus dedos largos, no se cansaban en el ejercicio agotador de la sublimación. Y yo ahí­, mirándote. Sólo mirándote. ¿Qué más podí­a hacer? ¿Cómo hacerte sombra? ¿Cómo desviar la atención? Brillabas, resplandecí­as, destrozabas el aire, creabas el viento, moví­as la tierra. Todo era a tu manera, según lo quisieses, según lo ordenases, según lo sintieras. Yo no me moví­a, estaba absorta en tu armoní­a. Cerraba los ojos y podí­a hasta olvidar mi nombre, pero nunca el tuyo. Lo conocí­a más que a nada, te conocí­a más que a nadie. De pronto en un segundo te frenaste y con ese silencio murió la magia. Quedó el cruel sonido de la nada, quedaron tus dedos secos, tus manos acicaladas. Y ahora escuchaba el aire, esos trombones rocinantes. Y el ruido rompí­a mis oí­dos, las calles acababan con mis sueños. De pronto una ilusión ¿vendrí­as a mí­? ¿dejarí­as tus tonos tenues, por una poco cuerda como yo? Estaba indecisa, no querí­a estropearlo todo, no querí­a desafinar la armoní­a de la noche, sólo querí­a mirarte y escucharte. Me tomaste ferozmente, tus manos se sintieron frí­as, tus dedos se volvieron cortos y me recorrieron furiosos. Yo gritaba algunas notas y no sabí­a bien qué hací­a…hasta que me entregué. Tengo ese momento en blanco, no recuerdo lo que hicimos. El silencio del vací­o, el vací­o del silencio. Algo alcancé a escuchar antes de mirarte y por fin comprendí­ lo que hací­as ¡no habí­as matado la noche! ¡no era el silencio de la nada! Era un cambio de ritmo, era una parte del todo, la melodí­a continuaba. Ahora grité con ganas, dejé que resonara todo en mí­. Cerré los ojos nuevamente para escucharte, ahora que habí­a entendido, querí­a disfrutarte. El grandioso momento fue corto, pues volviste a él. Y esas teclas tenues me volví­an a estremecer. Me dejaste en otro lado, ya no te alcanzaba a ver. Escuchaba pasmada cómo tocabas su blanca piel. De pronto, un ruido desastroso, lo más grotesco que he escuchado. Te he escuchado llamarle "teléfono" yo sólo se que no tiene acordes afinados. Ese asqueroso aparato hizo que te pararas de ahí­. Tomaste una chaqueta, saliste corriendo y cerraste la pesada puerta dejando un do mayor retumbando, desapareciste. Quedamos solos, pero lo peor, callados. El piano me miró, tení­amos tantas ganas de ser tocados. ¡Malditos!- Querí­amos gritar, pero la voz no nos sale sin ti, sin ti no servimos para nada. Sin ti, no hay música y sin música no hay nada. Te esperamos callados e inmóviles, vuelve pronto para revivir…atentamente, tu piano y tu guitarra.

Piera Pallavicini cursa el quinto año de Psicologí­a en la PUCV (Valparaí­so, Chile). Comienza a escribir poemas y canciones a temprana edad. A los 18 años ingresa a un taller literario, iniciando así­, su incursión en la narrativa. Sus trabajos se encuentran inéditos, sin embargo algunas obras han sido publicadas en diversos medios electrónicos, en periódicos de la región y en el programa de Radio Agricultura "Cuentos y otras letras". Además de la literatura y la psicologí­a, su otra gran afición es la música. Ejecuta guitarra desde los 13 años, formando parte de grupos musicales, componiendo canciones y estudiando con diversos profesores.
www.pierapallavicini.cl



Este espacio de revista Escáner Cultural es para los escritores, para las escritoras que deseen ampliar su cobertura de posibles lectoras, lectores posibles puede haber en esta malla que gravita. Para quien quiera eso es, saludos del noheditor, manden relatos breves a clnito@lycos.es y si envian imágenes que sean livianas y en formato jpg, nunca junto al texto.

 

Agradezco de todo corazón a los creadores de "palabra".
Ricardo Castro.

Piukewerken.

www.escaner.cl
Revista virtual de arte contemporáneo y nuevas tendencias
año 9 - Número 92 - Abril 2007

 

 

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