Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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SURREAL

 

Por Enrique de Santiago

 

Muy pronto, saldrán publicados por Ediciones La Polla Literaria, un par de libros que hablan del amor excepcional, esa manifestación que es digna de ser sabida, replicada y admirada. El primero titulado "De tiempos y memorias" de Cathy Giusti, y el segundo se llama "Los días acurrucado en tus ojos" de su esposo Jorge Giusti. Un par de libros que emocionan, no sólo por su calidad literaria, sino por su esencia que es plena del amor más profundo.

Ha continuación les presento el texto a modo de comentario de ambas publicaciones que serán lanzadas el día 30 de septiembre a las 19 hrs. en al sede de la SECH. (Almirante Simpson Nº 7, Providencia, Metro Baquedano)

 

 

Pensares para encender las alas

 

 

Tuve la estrella viva en mi regazo,

y entera ardí como un tejido ocaso.

Gabriela Mistral

 

Estos nuevos escritos de Cathy Giusti: “De tiempos y memorias”, son parte de su segundo libro y una nueva prolongación esencial al igual que su obra plástica, ambas lucen sus notables transparencias y claridades, donde yace la voz del estío sempiterno, esa que desea abrirse paso a través de la realidad gris que se descuelga inoportunamente desde “otro” tiempo y memoria en los paisajes humanos. Éste libro desea empujar y desterrar las desigualdades, esas afrentas que asolan al habitante terrestre y especialmente a los niños, los que para Cathy son una parte importante de la inspiración y motor para estos escritos y su pintura. Estos son sus versos, sus cuentos, que resumen su historia de mujer y artista, que da cuenta de sus amores, dolores, alegrías y de su laboriosa vida como dirigente y gestora en el arte, tanto en la APECH (Asociación de pintores y escultores de Chile) como en su diligente labor dentro del Consejo Nacional de la Cultura, que con frecuencia apunta en su auxilio amoroso hacia los desposeídos, ya que ella siempre prefiere levantar proyectos culturales en poblaciones de riesgo social, en barrios donde acechan las tentaciones raptoras de infantes, hogares sin colores, sin hadas ni juguetes, los sectores más precarios de nuestra urbe. Allí llega Cathy, con baldes de pintura, con decenas de metros de papel, con brocha y pinceles, con música, con esperanzas, con sueños, para cubrir con optimismo los malos recuerdos de los anhelos truncados por la pobreza y la falta de oportunidades. Y esto es éste libro, la sumatoria de una vida entregada a iluminar, un pintar palabras para conjurar las negaciones, y así al sonreír y apretar sus ojos claros, poder desnudar el alma y abrir las confianzas. Ella nos lo indica, en sus versos que apelan a observar con detención:

 

                Triste sonrisa. Colgada en la ventana, ella

     escalar los peldaños de sueños inco

   El frío viento del otoño que se va,

          muerde la oscura sombra de Prometeo.

    Bajaron las estrellas a pedir tibieza

            para el rocío que cubría tus pies de niño.

 

 

La obra se divide en dos partes igualmente luminosas y vitales, la primera titulada “Pensares”, donde se da rienda suelta a la poesía, que en Cathy, es un gesto espontáneo, ésta nace sin previo aviso, simplemente en el momento en que surgen las ganas de escribir y se busca el primer trozo de papel que está a la mano. A diferencia de su trabajo plástico de taller, la escritura asoma en cualquier lugar e instante, no ha sido concertada, ésta se inmiscuye desde cualquier esquina del ser, ya sea llamada por el amor o el dolor, dolor que ese amor por el otro produce, pues en sus escritos nunca se ausenta la mirada social, y la reconocemos como ser sensible en todos sus aspectos, ya que para ella esta manera la única forma de vivir. Cathy, así mira al mundo, intensamente, y husmea la vida hasta en sus más recónditos rincones, ella quisiera con el verbo limpiar la ignominia de los muchos, desea alzar colores sobre los techos, vestir a los niños, “sus niños”, pues ella derrocha la misma voluntad que décadas atrás nos enseñara nuestra querida Gabriela Mistral. Amar sin límites es el verbo, sin sosiego, sin tregua y a su manera, aunque el despliegue de tanta belleza fuera anacrónica o contraria a la realidad, como bien nos indicaba Theodor Adorno: “El arte es la antítesis de la sociedad”

Me detuve y miré el camino de tierra, casas roídas por el tiempo sin tiempo, niños cubiertos de harapos jugando en medio de la esperanza, masticando ilusiones, alzando sus manos, aprisionando el aire, para que no se escape.

 

Pero la mirada personal e intima también se encuentra adherida y circunscrita a sus escritos. En estos versos además encontramos el amor de pareja, el que en Cathy es inconmensurable, ya hace unos años hice mención de esta manifestación de afectos que hace que el mundo corrigiera su eje y actúe como un bálsamo sobre la epidermis de un lugar que pide a gritos más muestras de similares afectos.

Ella ama y enciende la cola de los cometas, ella asciende desde el cuerpo de su amado, así se desprende del peso terráqueo, flamígera y eterna, pura en su categoría de encender los espacios que aguardan su calor inmanente, su particular actio immanens. Así nos habla de aquello que le es inherente:

 

                                   Jorge, compartamos la tristeza del Adagio.

                    tomemos el barco y que las alas,

          nos lleven hasta las nubes

                para mecernos con sus velos.

 

 

¿Cómo es posible que quepa tantas veces el amar en su ser? sería la pregunta pertinente y acertada después de leer estos escritos, pues allí se encuentra el amor al amante, al padre, la abuela, la familia, el gato, sus niños desvalidos de las ciudades, amor al viento, a las flores, a los cielos, al agua, a las empanadas, al choclo, en fin, a todo lo que es la vida y su pulsión. Pasión de vivir que se aferra y que a su vez despierta el temor escatológico del porvenir, imprimiendo una tensión inicial que termina respondiéndose por sí misma, ya que la respuesta está en la misma vida y su principio circular.

        

         El último aullido.

        ¿Será cuando me cubra la sábana?

        ¿O, cuando me consuma el fuego?

        Pienso, ¿cuál es el principio, y el fin?

        Miraré el mar con miles de estrellas

        y el bosque, ya dejado atrás,

        que me sigue llamando.

 

La segunda parte del libro, es para sus “Cuentos para niños”, deliciosas historias para sus “predilectos”, niños de todas partes sin distinción, sólo niños, en su amplitud y pureza, pero en especial para aquellos que no tienen, y Cathy no hace sólo referencia a lo material, sino que a aquellos que son privados de amor y que por el contrario, son sumidos en la violencia que deja la carencia. Esta es una forma de aliviar a esos pequeños, es su manera de acercarles la magia de creer, quizás para que un día así puedan encontrar a una “elefantita Laurela” llegando a nado, a las orillas de cualquier playa en alguna frontera de la imaginación perdida de los niños

 

 

 

  

 

El amor, esa anchura que abraza los contrapuntos

 

 

Y ahora, 
que estoy viviendo en otra aurora 
no me expliquen el amor 
que aunque tenga que aprender 
nadie sabe más que yo.

Homero Expósito/ Héctor Stamponi

 

 

Quise comenzar este prólogo, con parte del texto del tango titulado: “Que me van a hablar de amor”, con letra de Homero Expósito y música de Héctor Stamponi, pues si en el anterior libro de Jorge Giusti titulado “Kantaten”, él nos estimuló para sumergimos plenamente en los versos bajo las melodías barrocas de Johann Sebastian Bach, en esta nueva publicación llamada “Los días acurrucados en tus ojos”, sus versos y las conversaciones previas con este poeta acerca de su nueva obra, apuntaron en grandes pasajes a esta forma musical tan única de Argentina (surgida en el S.XIX)

 

Aunque persiste en sus escritos el influjo de la música clásica,  sus aromas y recuerdos en esta ocasión no solamente nos remontan a Bach, Händel o Schubert, sino que en la medida que se avanza, encontramos rasgos de un sonido con cierto sabor de paisaje porteño, sonoridades que también percibía en nuestras tertulias y que nos llevaban siempre a finalizar con las palabras en torno al tango, a su Buenos Aires querido, y a ese sonido de bandoneón que en forma de nubosidades nostálgicas le acompañaban periódicamente en su periplo por el mundo, todo esto dicho, se puede además apreciar en el libro, con estas líneas: “Piazzola, ¿dónde estarás? ¿Vagabundeando por las calles de París? Inventando con el gangoso vozarrón de tu fuelle notas que jamás nadie imaginó. ¿Recordás nuestro encuentro en L’Eglisse de Saint Etienne? ¡Qué hermoso fue!”

 

Así, de esta forma, el lector ingresará primeramente a su caudal poético a partir de las notas barrocas de Bach, para posteriormente percibir el intrincado volar de las volutas en Mozart (Rococó), hasta llegar a los románticos sinfónicos. Pero a medida que avance en su lectura, la banda sonora del libro se tornará hacia el contrapunto tangueado, y durante un buen trecho, se nos parece que no hay retorno posible; pues la calle se dibuja de adoquines, de bares y de remembranzas. “Hemos entrado al puerto, El Correo. El Obelisco. Teatro Colón. Nacional Cervantes,” nos dice, y todo se torna un paisaje porteño, y cuando ya hemos recorrido los rincones, plazas y calles de esta gran ciudad, Jorge da un nuevo giro y nos re-direcciona nuevamente en el último tercio de lectura hacia los clásicos europeos, esto se entiende, debido a que el autor requiere retomar el tema del amor y su vida con Cathy. Entonces, él nos cuenta - ya en este nuevo ambiente - algo como en estas líneas: Arde el sol en la piel de mi amada./ Las olas se conjugan con el desnudo fuego,/ del amor. Mientras de fondo, suenan “Las cuatro estaciones” de Vivaldi. Así, con su compañera de la mano, y con su música bajo el brazo emprenden un largo viaje que iría extendiendo su amor por la extensa geografía del orbe.

 

Este poemario nos habla de toda una vida donde asoman sus años primeros, con sus días de juventud, su familia, los recuerdos de barrio, el constante tránsito de los años posteriores, con sus estaciones que se suceden, edificios y parques con sus paisajes humanos o urbanos, en fin, están todos aquellos lugares inherentes a cada existencia, pero en este caso, es el amor, el acento fundamental, al igual que en sus anteriores obras, y es allí sobre su cúspide, donde el poeta nos dice: “En plenitud, mis labios repiten tu nombre”. Y ante esto queda absolutamente de manifiesto su exaltación plena dentro de los dominios del eros más profundo.

 

En seguida surgen las siguientes preguntas: ¿Qué mágica conjunción debe suceder, para encender versos de tamaña magnitud amorosa? o ¿Qué ocultas constelaciones mueven el alma de un hombre para amar de esta forma? Sin duda la respuesta sería aquella en que el amor encierra sus propios misterios, pero esta cualidad (similar al goce frente a una epifanía reincidente) nos lleva hacia otro acto gozoso, como lo es el de la contemplación hacia tan singular y épico amor, sentimiento que ahora se graba y reside en su escritura, el cual emana desde el constante habitar en una “dársena”, según nos señala el mismo poeta.

Jorge ha querido y ha sabido en esta oportunidad, desplegar sus notables versos en una nota más profunda, sostenida y conmovedora, y nos emociona cuando nos presenta su sentir en su poema “La Rosa”:

Me estoy muriendo y mi cuerpo

                                                      sólo habla tu idioma, esposa

 

Aquí palpita, ese amor que se hace intrínseco y persistente, y digo “se hace” pues éste es aquel que sólo surge cuando la amada (la perfecta y única) es encontrada, donde felizmente no queda más que abandonar todo ánimo de voluntad propia, ya que toda resistencia se torna inútil ante el amor que embriaga cada sentido invisible del espíritu. Es en ese instante cuando el ser se olvida de quien fue y sintiéndose cómo el flamígero descontrol de sí mismo se convierte en amante. Es en este escenario es cuando arremete el símbolo, el cual es poderoso ornamento para dar a entender en su justa dimensión a la poesía, y así el verso es salvaguardado por sí mismo, transformándose en una almena de piedra irreductible frente al olvido, ya que el amor bajo su coraza simbólica será preservado, y por ello cito estos versos que sin duda testificarán en ese sentido:

 

Plasmar con mis manos tu geografía.

      Memorizar en la noche tu contorno de luz.

                Mecer tus blancas cumbres en un extraño cántico.

 

 

Cada palabra de este poemario, es una afirmación desde lo que podemos distinguir como la forma abstracta de una estética cimentada en el amor, siendo su dimensión originaria una inmedible suma del constructo ejercido en cada día de entrega hacia la amada, como también, lo es y ha sido una vida asumida en su plenitud. Este y no otro sentir está plasmado por Jorge Giusti en estos versos, que los hacen sentir como una gran suma ontológica, una suerte de fusión entre el placer erótico y el displacer del miedo al arrebato, pues tan pleno es el éxtasis en el quehacer amoroso, que su posibilidad de no ser, atormenta al alma del poeta. Ese rechazo a la presencia del desamor (en su otra faceta: el fraternal) se desprende en su mirada para aquellos que han tenido el infortunio de una vida con menos sosiegos y afectos, como en estos pasajes: “Aquí nacieron su oscuro nacimiento./ Aquí se quedaron y vivieron su miserable vida./ Aquí se morirán y seguirán muriéndose/ en el muerto presente./ Toda su liberadora muerte.” Es en este momento donde se sumerge en voces nostálgicas, recuerdos de Buenos Aires, con sus pasados difíciles, esos de la vida como el tango, y son estas páginas evocadoras de una realidad que no duda en morder cuando tiene la oportunidad de hacerlo, y es en esta zona áspera del libro, donde deja atrás la música sinfónica con aquella cascada de notas suaves en sus cuerdas, pues ya no se requiere de los adagios placenteros que resuenan en paisajes de ciudades menos crudas, pues esta otra urbe es más brava y torna difíciles las más mínimas ansias, y es aquí donde nos dice: “Después de vagar entre los tragaluces,/ sorbiendo el café con leche /de la miseria del vivir,”. Pues para Jorge, la vida, su poesía y la música son un contrapunto, desde Bach hasta el tango, en un persistente punctus contra punctum (nota contra nota), ya que es así también gran parte de la música y vitalidad de Occidente, una suerte de polifonía de contrastes y claroscuros, y es en este escenario donde un hombre, un poeta nos habla intensamente del amar, como el tango que inicia este texto, ya que nadie sabe más que él lo que es amor, y de esa forma lo expone a los cuatro vientos diciendo: “Estoy, al fin, subido,/ en el techo del mundo/ llegando al llano, victorioso,/ mi grito de guerra que pregunta,/ quién hizo a dios.”

 

 

 

Escáner Cultural nº: 
174

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