Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757

 

 

ALPERoA
La PERFoRMANCE con "o" minúscula

Muñozcoloma
munozcoloma@yahoo.com - www.munozcoloma.com.ar - http://munozcoloma.blogspot.com

Los días y el tiempo en general han hecho estragos en mí, y no sólo en eso que llaman espíritu o alma, sino también en la carne, en la que aprisiona como una bestia ciega en busca de seguridad, y que a pesar de ciertos placeres no cesa en su labor de producir dolor.

El cuerpo, mi cuerpo ya no está para exigencias, sólo para lo justo, para lo mínimo, para lo necesario, para poder seguir existiendo.  Es que han sido demasiados trabajos los que me ha obligado esta maldita (bendita) casa, he recorrido lugares inhóspitos, y otros no tanto, en labores, a veces, indeseables y que por cierto no tienen, ni han tenido ningún rédito físico, sólo el llenar de tinta interminables páginas que a la larga desaparecen en el oleaje de las habitaciones de este claustro.  Pero al parecer es mi destino (perdón Sr. Sartre), es mi sino y no tengo remedio ni escapatoria.  Ya no sé cuánto tiempo llevo cautivo en esta geografía, lo único medianamente claro que tengo hoy es mi cansancio, por lo cual mi carne me pide, me exige sosiego.

Con esa idea descabellada me avoco a la ingrata tarea de recorrer esta casa por enésima vez, habitación por habitación en busca de un lecho amable, que sea medianamente acogedor, pero esta descarada construcción se configura y reconfigura a cada instante, como huyendo de mi carne, dándome a entender también que ella, al igual que yo, está cansada de mi.  Ergo, esta casa al parecer también posee un cuerpo magullado que huye del dolor.  Apenas logro entender esta paradoja intento ser cortés con ella y no me apresuro, la trato con cuidado, hurgo en cada habitación, y la construcción lentamente y por solidaridad (pienso yo) comienza a entregarse precavidamente.  Así, primero que todo, reaparece la habitación del piano, luego la de las ginebras muertas, la de los gatos de porcelana y así, una a una eclosionan frente a mis ojos, y yo, viajero primerizo, me regocijo con cada paisaje, como amante ansioso, esperando aquella habitación que aún no aparece.

Es mi turno, ahora soy yo el que desplaza su cuerpo por los corredores y sin abrir ninguna puerta me dirijo ciegamente a la del fondo, a la de la puerta verde, que al abrirla queda al descubierto una cama negra con ropaje del mismo color (no color, dirán algunos puristas que conozco).  A estas alturas ya no tengo control sobre mi carne, y ésta en un acto instintivo se lanza sobre el lecho, se recuesta y quedo mirando el techo que está tapizado de estrellas, de constelaciones (que ya no hace mella en mí… que pena) y cierro los ojos y me entrego al descanso eterno que dura exactamente catorce horas y veintiocho minutos, luego de lo cual abro los ojos y la bóveda celeste ya no existe, sólo un cielo raso blanco, distante y frío como los embarcaderos de esta parte del mundo.  Respiro profundo e intento una sonrisa (se imaginarán el resultado), siento el descanso en mi cuerpo, el alivio, así que con inusitado optimismo intento levantarme del lecho, pero me algo me lo impide, incluso no me puedo mover, estoy pegado a la cama, atado con unas bandas elásticas que no me permiten ni el más mínimo movimiento, excepto el de mi cabeza que como puedo la levanto y me percato con espanto de la cantidad de bandas de goma que me aprisionan, son miles.  Alrededor mío hay una serie de velas blancas apagadas y lo más terrible, un hombre con estampa quijotesca comienza a rociarme con parafina (kerosene).  Le pregunto gritando qué pretende y él sin inquietarse y dejando el bidón vacío al lado de la cama me señala que lo que hará es una “obra de arte”.  Luego saca un mechero (encendedor), lo que aún más me asusta, y me obliga a decirle que no es necesario consumar (consumir) esa “obra de arte”, que es mucho mejor que conversemos ya que me he dado cuenta de quién es él.  A lo que me responde que esa frase ya se la había dicho en un par de oportunidades y que está muy aburrido de mis discursos que llegan a nada (es así, qué le voy a hacer).  Le señalo que esta vez será diferente, pero con la condición que deje el mechero a un lado, lejos, lo más lejos posible.  Al final, y luego de mucho pensarlo accede a mi petición, pero no me libera, como para asegurarse de que ahora sí todo será diferente.

Parado al lado de la cama comienza a hablar mientras lo escucho, él, para variar me ofrece un café (nada tentador para mí como lo es el alcohol… etílico, por cierto), es así que comienza una conversación franca y poco voluntaria con el performer que ha hecho de su carne un agente incomodador de la ciudad de Concepción de Chile, me refiero a ALPERoA.

 

 

Intentando comprender lo que es una Performance

Luego de un artículo escrito por quien suscribe en esta revista (si es que no me equivoco fue el de Félix Nadar) tuve el privilegio de charlar, vía correo electrónico, con Alberto Caballero, quien me planteaba el ¿por qué o cómo se insertaba un artículo sobre épocas pretéritas en una revista que se plantea como “de arte contemporáneo y de nuevas tendencias”? Profundamente agradecí su cuestionamiento porque me dio la posibilidad de llevar a algunas letras lo que había pensado desordenadamente.  Si bien comprendo la línea editorial de la revista (obviamente, trabajo en ella) el espacio donde escribo tiene la particularidad de la dispersión, síntoma inequívoco de las nuevas tendencias que tienden a borrar los límites de todo, además, le planteaba que si esto fuera una guerra (ustedes eligen entre quienes) alguien tiene que preocuparse de la retaguardia, ahí vivo, en la dispersión total y en el patio trasero o en la casa del fondo, la “B”.  Y por último,  aunque algunos artículos de la revista son muy especializados a veces, pienso (y quiero creer) que esta columna la leen personas de todo tipo, especialmente las que no tienen por qué saber de aspectos técnicos y específicos del arte, sino que se acercan a él de vez en cuando.  Por este motivo intentaré poner algunos elementos de discusión con la finalidad de comprender vagamente lo que es una performance.  Vamos a ver si resulta.

La palabra performance es una desviación de un término inglés que podría traducirse como una acción que se realiza en público.  Si bien podemos encontrar algunas insinuaciones de performances en el Dadaísmo y en el Surrealismo, ésta no se configura como tal hasta 1960 aproximadamente, y ya a fines de los 70 se desarrolla como una expresión lo suficientemente consolidada para dejar de ser una suma de otras manifestaciones artísticas, sin embargo, nunca va a perder su carácter híbrido.  En su texto “La performance como lenguaje” Bartolomé Ferrando propone una definición que me resulta apropiada como para comenzar: “Entendemos por performance la realización de una o varias acciones o actos en presencia de un público al cual, a diferencia de lo que ocurría en el happening, no se le pide que participe físicamente en él. La participación se producirá mental y sensiblemente, cuando la percepción del receptor se mantenga abierta o activa; cuando la lectura del proceso no quede reducida al mero gesto de tragar, de engullir lo presentado”.

En esta manifestación se trabaja fundamentalmente con el cuerpo, donde el artista y su corporeidad no sólo son sujetos que generan acciones artísticas, sino al mismo tiempo es el objeto que produce y donde se producen dichas manifestaciones, es decir, continente y contenido al mismo tiempo.  Y, como señala Rodrigo Alonso, “Dada su particular indiferencia hacia la producción de objetos, la performance se alejó de las problemáticas formalistas del arte y se orientó preferentemente hacia el cuestionamiento de los usos del cuerpo en la sociedad”.

Como toda manifestación artística apela a las metáforas y a las metonimias para expresar ciertos contenidos, pero la gran diferencia con el resto de ellas (por ejemplo el teatro o la pintura) es que la performance no representa a través del simulacro, sino que tiende a presentar las cosas tal como son, es decir, lo que parece sangre, debería ser sangre bajo esa óptica.  La metáfora, la intertextualidad o la mímesis aparecen sólo cuando se relacionan con el contenido o el mensaje (perdón por la palabra) que se quiere transmitir (ídem).  Entonces esta manifestación requiere necesariamente del cuerpo del artista (presente o ausente) y de un público (voluntario o involuntario) que pueda exponerse a la obra.  El artista pasa a ser la obra, llevando consigo su propia particularidad introduciendo “explícitamente, materialmente su cuerpo en su obra, [donde] introduce los aspectos particulares, la diferencia de raza, género, sexo, etc.”, como señala  Angel Pastor. Por lo general, aunque existe una idea profunda de lo que se quiere lograr, a través del desmantelamiento de estructuras o reestructurando sentidos, siempre queda al margen de cualquier planificación la espontaneidad, no hay un guión establecido que haya que cumplir, así no sólo se sorprende o conmueve al público, sino que también el artista suele ser sorprendido, cuando va generando el propio flujo de la obra.  Es decir la exposición de la idea se encuentra muy lejos del ejercicio narrativo tradicional, posibilitando, la poesía, la polisemia (no olvidar que es una obra de arte).

Otro elemento que hay que señalar es que la performance tiene un tiempo de duración finito, es así que se podría calificar dentro de las manifestaciones artísticas efímeras, ya que sólo dura lo que dura y es imposible, por su grado de espontaneidad, volver a  repetirla, porque definitivamente aparecerá otra obra en el camino, si bien parecida a la anterior se consolidaría como una acción nueva.  El registro en este caso (fotografía, vídeo, palabra, etc.) sólo sirve para desmantelar el tiempo y dejar una evidencia de la acción, no obstante se podría señalar que la fotografía, por ejemplo, se encuentra en otro plano artístico, ni mejor ni peor, sino simplemente diferente, aunque hay algunos estudiosos que plantean que el registro en si permite dislocar el tiempo y extender temporalmente la performance, particularmente pienso que es imposible, ya que sólo se extiende el tiempo del registro y no el resto de los componentes básicos que la constituyen.  Sin embargo otros artistas trabajan sólo con los registros de sus performances o happenings, ven en ellos la manifestación artística central más que las acciones mismas, cuestión que ha permitido la tecnología, a través del desarrollo de la fotografía digital, el vídeo, la Internet, el tiempo real, la virtualidad, etc. 

El público tiene un papel fundamental en las manifestaciones del cuerpo, por ejemplo, en el happening el artista siempre busca la participación de los espectadores en la obra, no así en la performance, aunque por la emergencia de variables independientes de control, el público puede participar en la obra.  Otro elemento fundamental es el espacio, el cual se configura, por lo general, como un espacio sagrado, al igual como lo hacían nuestros antepasados en la prehistoria con sus cromlechs, menires, alineamientos y dólmenes, que delimitaban el espacio sagrado del profano (como funcionan hoy los templos religiosos), así también el performer se apropiará de espacios que los transformará en significativos donde realizará la obra, donde el tiempo avanzará a un ritmo diferente que en la civilidad destruyendo la continuidad del tiempo, este espacio pasará necesariamente a formar parte de la trama semántica de la acción.  Entonces se pueden señalar algunos elementos básicos que participan en la performance: el artista (sujeto-objeto), el tiempo, el espacio y el público.

 

ALPERoA  en tres (re)cortes

ALPERoA tiene nombre como casi todos (no me incluyo), es Alvaro Pereda Roa.  Nació en Chiguayante, el 3 de abril de 1981, donde realizó sus estudios de enseñanza básica y media para entrar a la Escuela de Arte de la Universidad de Concepción, donde comenzará a trabajar fundamentalmente con la pintura hasta que el día que tiene la oportunidad de presenciar una performance realizada por Luis Almedra, de ahí en más su obra estará dirigida a este tipo de arte en particular y al uso del cuerpo en general, transformándose lentamente en una especie de hijo putativo de Gina Pane.  Aunque hay que señalar que no dejará la pintura hasta el día de hoy.  Su trabajo en el arte-acción ha sido constante, casi monástico, hasta el momento declara haber realizado alrededor de 35 trabajos (entre performances, body-art y happenings) aunque los dos sabemos que han sido más, lo dejamos así para no complicarnos la existencia.  La línea de su obra está señalada por decisiones íntimas que logran cautivar, por lo general en un acto poético-crudo, como si la realidad fuera filosofar con un martillo (maldito Nietszche). En el afán de delimitar y realizando una déspota (como todas) labor curatorial y metonímica expondré tres trabajos del artista en orden cronológico que a mi juicio pueden dar una visión sinóptica de su obra, fragmentaria por cierto, pero son los riesgos que corro obligadamente.  Vuelvo a insistir, intentaré alejarme de cualquier análisis insufriblemente técnico, para eso están los trabajos académicos que reproducen el modelo de todo, es decir, de academia tienen casi nada.  Pero ahí están.

 

A2ZADo (septiembre 15 de 2008)

 

  

 

Esta performance se realizó en el marco del “1er Festibal de Performance Concepción” (sí, festival con “b”) en el Centro Cultural Artefacto de la Ciudad de Concepción, ubicado en la Calle Víctor Lamas 1055, interior.  Este festival (perdón ALPERoA) fue organizado por los artistas Guillermo Moscoso, Jorge Grandón y Pereda, que como buen circo pobre y mal mirado tuvieron que hacerlas todas, desde la difusión hasta las obras.  La obra A2ZADo fue la que cerró la muestra.

 

 

Hay que señalar que el espacio elegido para esta acción fue una especie de bodega en desuso que quedaba bajo el centro cultural, la cual era incómodamente pequeña y estaba muy lejos de las bondades que ofrece el espectáculo.  Pero la carencia, la humedad y oscuridad casi tan acogedoras como la de los calabozos de los cuentos de Alejandro Dumas, no hicieron más que potenciar la obra.  Alrededor de 40 personas nos encontrábamos  en la cita (que a diferencia de los trabajos mencionados posteriormente, acá todos sabíamos a lo que íbamos, éramos un público con expectativas y, de seguro, del mundillo del arte).  Primero que todo apareció en escena (muy lejos de un escenario, por cierto) ALPERoA, y con torso desnudo comienza a atarse un par de cintas de goma (caucho) a las extremidades, al techo y a unas columnas, una mujer joven, con seguridad de enfermera comienza a insertar en las venas (o arterias) de cada brazo, agujas que desembocan en sondas por donde comienza a fluir la sangre hacia el piso.  Al mismo tiempo, comienza a ser proyectado sobre él una serie de imágenes con letras con el nombre de la obra.

 

 

ALPERoA comienza a moverse lentamente con el único objetivo de llegar a la pared del fondo, pero evidentemente las bandas elásticas se lo impiden, y en cada intento, cuando aplica más fuerza, la sangre fluye en mayor cantidad.  Comienza a manifestarse la literalidad total que busca con su performance, esa que reduce el logro al sacrificio, el sacrificio al agotamiento y éste a la posibilidad de desangrase.  Luego de varios minutos el espacio comienza a jugar un rol fundamental, ese subterráneo carente de amabilidad comienza a inundarse, ahora, no sólo de visualidad sino también de aroma, el olor a la sangre comienza a invadirlo todo (no sé si habría pensado que esto sucedería), la acción está en su punto más alto, el artista insiste en alcanzar la pared, pero lo único que logra es aumentar el flujo de la sangre que en el suelo ya va formando unas pequeñas manchas que se transforman en dos charcos que comienzan a tomar protagonismo en la escena.  El aroma ya incomoda a algunos asistentes quienes deciden abandonar el lugar, los más insanos nos quedamos, por gusto, por morbo, por curiosidad, por darnos de sensibles-intelectualoides.  Queremos ver en qué momento se desmaya algún asistente (intentaré no utilizar acá el concepto de “espectador” para no subvertir la acción con el manto que ofrece el espectáculo) o en qué momento el artista pierde el conocimiento… y la sangre ahora nos incomoda a todos, incluso a los que no podemos dejar el lugar sin ver el proceso (más que el desenlace) de la performance, y es ella misma la que no lo permite, es atrapante.  Yo quiero que logre alcanzar la pared, como casi todos, pero el aroma y los charcos ponen de manifiesto que la sangre es íntima, que no está hecha para el carácter celebratorio de algo que no sean algunas prácticas religiosas, que es el resumen de la división de lo público y lo privado en el mito de la modernidad, que es un límite que corrompe en todo sentido, que nos recuerda a cada instante que el simulacro acá no tiene cabida.

Luego de varios e interminables minutos el cuerpo ha alcanzado su meta, no sin dispersar esos límites señalados.  El costo se manifestó, el sacrificio terminó siendo de todos.

 

 

 

 

THEBoNZo MEN (octubre 22 de 2008)

 

Fotograma realizado a partir de video de Francisco Olivares.

 

 

La Pinacotecade la Universidad de Concepción es un lugar sagrado para algunos artistas e intelectuales, es la punta de lanza del circuito más oficial del arte de la Región del Bío Bío (y quizás del sur de Chile), muchos se jactan que en ella se encuentra la colección más importante de pintura chilena que existe.  El penquista (gentilicio de los habitantes de la ciudad de Concepción) intenta, de alguna, dar indicios de que vive en la segunda ciudad más importante del país, tratando de generar una diferencia identitaria con el centralismo de la capital, pero justamente lo hace intentando parecerse a Santiago, generando una cultura centralista desde este punto para el sur de Chile (no resulta, por suerte).

Bueno, volviendo al tema, es afuera de este lugar, en la esquina de Edmundo Larenas con Chacabuco (escenario de las protestas y manifestaciones más aguerridas e ingenuas en contra de la dictadura de Pinochet) donde aparece ALPERoA.  Cabe señalar que esta acción estaba anunciada ex profeso a través de la prensa que señalaba que se realizaría un happening (no olvidar que requiere la participación del público de alguna manera) con autor, fecha, hora y lugar, no obstante, nadie se enteró, particularmente la policía y los medios.

EL artista se saca la polera (remera) y queda como siempre, torso desnudo y descalzo, deja unas cuantas cajas de fósforos en el piso, toma un bidón y se inicia el horror para algunos.  Comienza a rociarse el cuerpo, como una ducha, con el líquido del bidón, el cual por el olor señala que es un líquido inflamable (kerosene en este caso), nuevamente el aroma juega un papel fundamental en su obra, ya que no sólo invade a los que presenciamos esto, sino que él mismo es el que configura y delimita el espacio “sagrado”, en medio de la indiferencia de los transeúntes que en algún momento deciden detener su ritmo y asumir el del nuevo espacio.  Así se forma un círculo de personas, el espacio se ha cerrado físicamente.  Comienzan las caras de estupefacción, los murmullos, todos piensan lo peor… y lo peor se hace realidad.

 

Fotograma realizado a partir de video de Francisco Olivares.

 

En la mano del performer, la cual levanta, se ve un mechero (encendedor), la actitud y disposición de los dedos es como si fuera a accionar el aparato.  Pero queda inmóvil, suspendido en el tiempo, el cual comienza a dilatarse en un ritmo excesivamente lento.  En el momento que los asistentes se percatan del mechero el círculo se dilata, alejándose del centro, ALPERoA sigue en trance.  El temor lo invade todo, pero nadie cede ante él, deciden quedarse, al poco tiempo muchas personas se aglutinan a ver esta escena tan enigmática y violenta, el público ya comienza a participar (con su no-acción).  El murmullo comienza a aumentar tanto que aparecen los gritos que se confunden entre si, aparecen las muecas, los gestos de desesperación.  El tiempo se congela, definitivamente.

Los más jóvenes se aterran pensando en qué momento aparece la chispa y el hombre comenzará a arder.  Los más viejos se aterran también, nadie quiere vivir (ni saber) una situación similar a la ocurrida con Sebastián Acevedo fuera de la catedral en tiempos de la dictadura militar.  ALPERoA comienza a lograr su objetivo (si es que era ese) ha dispersado nuevamente un límite, esta vez no es espacial, es el tiempo el subvertido, ha logrado hacer que dos generaciones se aterren valorando la vida del “otro”, unos pensando en el futuro, en la potencia del mechero en la mano del artista, y otros en el pasado.

Muchos comienzan a hablar por teléfono, el happening comienza a expandirse a través de la palabra a lugares geográficos insospechados, y en “tiempo real”.  La Radio Bío Bío comienza a alertar sobre la situación de una persona que está a punto de inmolarse por razones desconocidas en la Universidad de Concepción (los medios tan informados.  Al otro día en un Canal Regional la noticia señalaría que se trataba de un profesor protestando por los sueldos bajos… parece chiste, pero no lo es).  Han pasado muchos minutos (digamos 23), pero en otro tiempo, en esa liturgia desesperante y cargada de inmovilidad.  Nadie se mueve ni lo más mínimo, todos nos miramos con recelo, todos desconfiamos del otro, de todos, nos auscultamos en silencio, pensando en quién lo hará, si aparecerá algún loco en medio de todos y desencadenará la tragedia.  Todo se ha transformado en un panóptico de supervigilancia y de desconfianza, la fuerza de la mirada la sentimos todos, la fragilidad de la vida, también.

ALPERoA sigue con el brazo levantado, inmóvil, sólo de vez en cuando pasa sus brazos por los ojos como intentado sacarse el dolor que le produce el líquido, el aire está denso y la tensión sube más aún cuando llega un destacamento de Carabineros (policías) a imponer el orden.  Ellos también se descolocan, el quijote no emite sonido, no posee consignas, no solicita nada, a lo menos  evidentemente.  En una maniobra hollywoodense (más bien bollyhoodense, pero sin baile) lo rodean un par de policías como distrayéndolo, él… nada.  Un carabinero lo reduce por la espalda separando la mano que contiene el encendedor, el artista no hace nada, es esposado y subido al furgón.  La gente comienza a aplaudir (comenzamos), algunos al artista, otros a la policía.  Los más, por no llorar.

 

Fotograma realizado a partir de video de Francisco Olivares.

 

Dentro del furgón lo increpan, lo amenazan con las penas del infierno, y ALPERoA no abre la boca, hasta que un carabinero le pregunta qué pretendía, el artista le explica el objetivo de la acción y que incluso ésta fue informada a través de los medios.  Es llevado a la Hospital Regional para constatar lesiones (y no al psiquiátrico como señala el procedimiento), luego a la 1ra Comisaría para ser liberado tres horas más tarde.  Fuera de la Pinacoteca aún se comenta lo del “loco” y el ambiente todavía está invadido por el aroma a kerosene y por el recuerdo de Sebastián Acevedo.

 

 

PRO C SIóN (diciembre 20 de 2010)

 

 

La CatedralCatólicade Concepción se encuentra a mal traer producto del terremoto pasado (27F como lo llaman los siúticos aspirantes, incluso a los desastres del primer mundo), las grietas y los andamios se confunden con los vitrales estilo semi-gótico-tardío y con los murales en su ábside que recuerdan, de una u otra manera al Giotto, todo esto dentro de una estructura renacentista.  Quizás el edificio resume la arquitectura penquista, una mezcla de todo pensada en que después se verá cómo se hace coherente, por último si no se puede será la costumbre la que realizará su labor.  En fin, en este caso, es probable que nada importe, total ahí vive dios.  A pesar de la incomodidad de las reparaciones se ha organizado una muestra de villancicos abierta al público en el marco de las festividades navideñas.  Aunque no está todo el público que se espera, el edificio está casi lleno y el recital comienza con la tradicional canción Adeste Fideles que no hace más que recordar el amor navideño que recorre, entre la nieve y el muérdago, los hogares europeos. 

Con esa música de fondo,  que se escucha tenuemente fuera del edificio, ALPERoA comienza a prepararse, ahí se encuentra listo para quedar torso desnudo, a estas alturas su cuerpo se encuentra lleno de tatuajes y marcas producto de acciones pasadas, el brazo derecho con arterias y venas con los mismo colores de los libros de anatomía que desembocan en un corazón en el pecho.  En el otro brazo una cara con la boca abierta, en la espalda un gran escudo de Chile.  Pereda estira las piernas mientras algunas personas comienzan a fotografiarlo y/o grabar en vídeo, esta vez lo acompaña su sobrino NACHoLGA, de 9 años de edad, quien tiene una vela en sus manos.  El artista tiene una en cada mano.

NACHoLGA sube a los hombros de su tío, este intenta encender las velas, pero el viento las apaga, insiste un par de veces y el resultado es el mismo, al final desiste de ello y comienza su recorrido.  El centro de la ciudad se encuentra atestado de gente preparándose para celebrar la navidad, comprando y consumiendo como dios manda, la calle Barros Arana está colapsada, es justamente esa arteria la que elige el performer para su trayectoria.  Así, se interna en el paseo peatonal con el niño en sus hombros, como un penitente que viaja en sentido contrario, desde la casa de dios al averno total, a la Casa del Arte.  Es decir un viaje de lo apolíneo a lo dionisiaco (entre nos… puede ser al revés también).  Entre estos extremos se configura el espacio, donde la trayectoria cobra más importancia que los puntos de salida y de llegada, porque es el flujo el que se va (re)configurando y creando sentidos en el mismo instante que se va realizando.

 

 

ALPERoA, descalzo, se abre paso entre la multitud, reinstalando y reconfigurando  parte de su propia vida, cuando él era el niño que viajaba en los hombros del penitente.  Aparece su pasado íntimo que trae recuerdos, no sólo a él (de seguro) imágenes y prácticas que se realizan en la ciudad cada 8 de diciembre, con las subidas al Cerro La Virgen para cancelar alguna deuda.  Pero además, en este ejercicio, pone en tensión ciertos elementos que alguna vez (según cuentan las malas lenguas) fueron irreconciliables, pero hoy pueden coexistir, incluso se potencian: religión, consumo, arte.  Si a esto sumamos el cuerpo del performer, contenedor de las inscripciones históricas, tanto personales como culturales, nos resulta una cartografía absolutamente coherente, pero demencial, un recorrido que en sus puntos geográficos claves (elegidos) nos pueden ofrecer algunas relaciones, como lo es la Catedral, por ejemplo, la cual evidentemente es la cara visible y material de la religión, de su pasado, de su código moral, de su dogma.  En ella el cuerpo, más precisamente la carne ha sido señalada como el bastión del pecado, porque “la carne es pecaminosa, y, como dice el proverbio, busca a la carne” (como señala Echeverría en “El Matadero”).  Muy lejos de ella debe estar el espíritu, porque mientras la carne es el bastión histórico de satán, el espíritu es el de dios, entonces el castigo al cuerpo no es sólo un castigo al mal, sino una muestra de amor a dios y a su iglesia (¡aleluya!).  Hagamos sufrir la carne para salvar el alma. 

Luego vendrá el consumo en este recorrido, donde el cuerpo ha jugado un rol fundamental, ya que él ha sido quien ejerce el poder, así como el que lo sufre.  Desde su configuración como mercancía es supeditada a las leyes de la circulación del capital, porque él representa la fuerza de trabajo y es lo que hay que recuperar con el descanso para reanimarlo todas las mañanas para seguir produciendo (me puso marxista… así que mejor no toco el tema de la plusvalía) reanimando los ejercicios más burdos del mercado.  Dejando atrás las tiendas que ofrecen de todo ALPERoA sigue su camino, ya cansado, cruza bajo los Tribunales de Justicia que nos trasladan a la nomenclatura compuesta por el poder-vigilancia-castigo en torno a la carne (muy foucaultiano, por cierto), así como también nos recuerda de cómo el derecho o mejor dicho esa utopía llamada justicia, nos ha llevado a canjear nuestros cuerpos (voluntad y capacidad de decisión sobre ellos) por seguridad.  Hemos sacrificado la libertad por el orden, traspasando al Estado (al Leviatán de Hobbes) la administración de nuestra propia carne.  El performer va (des)armando sentidos y significaciones en cada paso que da, la idea íntima de su trabajo se ha dispersado más allá de lo que espera, y él sigue su camino en medio de la alienación para llegar a la Casa del Arte, un lugar que debiera amparar estas manifestaciones artísticas, pero muy por el contrario sus especialistas las ven como travesuras de juventud, como ejercicios con demasiada realidad que pueden subvertir el ARTE con mayúscula, transformándolo simplemente en arte.  En sus puertas termina la performance, atrás quedan los transeúntes que por un momento miraron con extrañeza, asombro o con cierta simpatía al individuo que caminaba descalzo por la calle, con velas y un niño en los hombros.

 

 

 

Hoy la perfomance en la ciudad de Concepción se abre paso de manera exponencial, sus cultores ya no son 2 ó 3, como lo fue hace unos años atrás.  Ya no es mirada como la hermana menor y espuria del resto de las artes y muchos artistas “consagrados” hablan de ella con cierta soltura y cotidianeidad subiéndose al carro de la victoria que ahora viaja por carriles seguros.  Por eso escribo esto, para olvidar a los que sufrieron lo mustio del conservadurismo e ignorancia, para que la performance fuera tomada en serio en la “pencopolitania”, uno de ellos fue ALPERoA, que insistió, insistió e insistió como si realizara alguna acción de arte, como un loco, como un quijote.  Permitiendo que este tipo de manifestaciones hoy se muestren en algunas salas del circuito oficial donde el arte es ARTE (algunas veces) y donde han pretendido institucionalizarla y desjerarquizarla a través de discursos y prácticas hegemónicas, domesticarla.  Generando la posibilidad que en algún momento lo logren, pero aunque terminen espiritualizándola y escribiéndola como PERFORMANCE, tendremos a muchos que se la jugarán por otro lado, por el de abandonarse al flujo de la ciudad, por buscar el riesgo del espectador no preparado, porque están convencidos que esta es una de las maneras de recuperar la ciudad como contenedora de prácticas artísticas.  Entre ellos puedo mencionar a Guillermo Moscoso y a Jorge Grandón como los que han insistido.  Hoy se han sumado entre otros/as Camila Lucero, José Agurto, Evelyn Escobar, Eduardo Escobar, Liu Astete, Adriana Rabanal, pero sin dudas hemos tenido y tendremos a ALPERoA que seguirá escribiendo performance con “o” minúscula, para recordarnos que el territorio no es el mapa y que la calle es la calle.

 

 

Fuentes:

Escaner Cultural años 2007 - 2024

Inicio de Usuario