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ESTO NO ES FICCIÓN
Episodio CUATRO
By Copyright©José Agustín Orozco Messa.
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Dedicado a la memoria del maestro: Parménides García Saldaña,
“El Rey de la Onda” (1944-1982), a 33 años exactos de su lamentable pérdida.
Si esto fuera un documental. La primera escena que deberíamos ver [ya saben, porque todo buen guión debe de empezar con una imagen, que inmediatamente nos introduzca en el tono de lo que vamos a ver, es decir, de lo que va a tratar el guión]. Bueno, como decía, si esto fuera un documental: lo primero que deberíamos ver sería a Aristeo Cano Mina sentado frente a las cámaras en un plano medio diciendo algo así:
—En aquellos tiempos, las cosas no eran como ahora…
O, mejor, algo como esto:
—En aquellos días yo era una persona muy sana. Las drogas realmente las vine a conocer aquí…
Ciertamente, algo hay de verdad en lo que dice Aristeo. Pero, como esto no es un guión [tampoco es ficción] vamos a contar las cosas como fueron. Por aquellos tiempos: la universidad en un sentido de amplitud, era por mucho más liberal que en la actualidad. Pero, para que las cosas se entiendan, vayamos al principio. Desde siempre, Aristeo no se distinguió de sus compañeros de la misma edad en nada. No era bueno para los estudios, más bien se podría decir que estaba en el gremio de los malos alumnos, es decir, los flojos y mediocres. Le gustaba jugar a la pelota y siempre estaba todas las tardes, que no lloviera, dando de pelotazos a media calle con los demás chicos de la cuadra. Por lo mismo, le gustaba liarse a golpes esporádicamente con algún otro chico por cosas intrascendentes. Así transcurrió toda su educación primaria.
La secundaria, empezó más o menos igual, Aristeo casi no estudiaba, no hacía sus tareas, se la pasaba jugando a la pelota con sus nuevos compañeros de secundaria, es decir, en lugar de entrar a clases se quedaba jugando a la pelota en las canchas de la escuela. Un día que hubo altercado por cualquier cosa, Aristeo sobresalió de entre todos porque, al momento de intercambiar golpes, resultó muy bueno. Ésta cualidad no pasó desapercibida por un grupo de alumnos, de grados superiores, quienes vieron en Aristeo, un candidato para reclutarlo en su grupo de amigos.
Sus nuevos compañeritos, tenían edades entre los 14 y 16 años. Mientras que Aristeo apenas iba a cumplir los 13. No obstante, era casi tan alto como ellos, más o menos, igual de fornido y de listo. Él quedó muy impresionado con ellos porque, en lugar de entrar a clases, ellos se reunían a la entrada de la escuela secundaria y de allí se dirigían a distintas partes. Aunque, como no eran muy imaginativos, básicamente se reducían a tres opciones: ir a un zoológico cercano el cual contaba con amplias zonas verdes, dónde consumían cerveza. Ir a un cine, también cercano, donde además de consumir cerveza podían ver una película con escenas de desnudos y/o ir a la casa de uno de ellos, que vivía cerca, para consumir cerveza y escuchar música de rock’n’roll.
Como ya dije, todo esto impresionó a Aristeo Cano Mina que en su vida había fumado tabaco ni consumido cerveza. A ambas cosas les tomó afición desde entonces. La cerveza la compraban en cualquier tienda departamental, junto con los paquetes de cigarrillos. Se suponía que desde siempre ha estado prohibido vender uno u otro producto a menores de edad pero una venta es una venta. Además, ¿a quién le importa? Otra actividad que realizaba con sus nuevos amigos, cuando no tenían dinero para comprar cerveza, era ir a conquistar a las alumnas de alguna otra escuela secundaria a la hora de la salida.
En esas ocasiones, mataban el tiempo tirando piedras a los tigres y leones del zoológico. A veces, jugaban a tirarles escupitajos a los pobres monos araña que vivían en una jaula muy pequeña y no podían esconderse. Al final, hacían apuestas, quién no pudiera conquistar a una niña tendría que pagar un paquete de cervezas. Casi siempre, sucedía que mientras estaban tratando de conseguir novia entre aquellas alumnas. Algún estudiante les buscaba pleito y rápidamente se armaba una pelea callejera. Allí era donde Aristeo lucía sus innatas habilidades tirando trompones y resistiendo los golpes enemigos.
Claro que estas peleas no tenían nada de brutal ni de espectacular. No pasaban de ser un par de derechazos o izquierdazos mal tirados, de empujones y patadas mal hechas. Aunque si podían tener algo de peligrosidad porque a veces los participantes portaban algún arma: comúnmente una navaja o cadena. Por lo que las posibilidades de recibir un mal golpe o una fea herida, se multiplicaban al 100%. Sin embargo, como dije, Aristeo era muy bueno para evadir golpes y asestar los propios, por lo que siempre salió bien librado de ellas. No obstante, él también se agenció una navaja y una cadena para usarla en caso de ser necesario.
A decir verdad, Aristeo era hasta inocente para pelear. Pero aprendió pronto. En la primera pelea de este tipo en que participó, sucedió en un terreno baldío ubicado como a cuadra y media de la escuela secundaria donde habían ido a conseguir novia él y su grupo de compañeros. Un contingente de alrededor de 20 o 25 alumnos, quienes iban todos uniformados porque se suponía estaban en clases en su propia escuela. Ocurría siempre que un grupo mucho mayor de alumnos locales salía a expulsarlos. Invariablemente terminaban huyendo. La mayoría de las veces eso era todo. Pero en alguna ocasión llegaban a alcanzarlos. Como ocurriera en ésa, donde fueron interceptados y acorralados en el terreno baldío.
Aristeo sentía correr la adrenalina dentro de su cuerpo. Cuando todos corrieron cruzando las calles entre el tráfico seguidos por pisadas y gritos amenazantes, fue todo muy emocionante. Sin darse cuenta cómo, terminó junto con todos dentro del mencionado terreno. Casi al instante, se armaron las peleas, a su derecha estaban intercambiando golpes. A su izquierda, igual. De repente, un sujeto que parecía dos años mayor, estaba frente a él y lo empujó con fuerza. Aunque fue sorprendido, Aristeo resistió y no perdió el equilibrio. Tan rápido como el empellón, un par de puñetazos pasaron silbando junto a su cabeza. Inmediatamente, Aristeo se puso las pilas y asestó dos derechazos y un izquierdazo a su contrincante, quien al pasar de atacante a atacado tan rápido, cayó al piso. Aristeo, al más puro estilo del marqués de Queensberry, dejó que su contrincante se pusiera en pie para continuar la pelea. Ahora, fue atacado con un par de puntapiés que trataron de acertar en sus regiones bajas. Aristeo los esquivó bien pero por ser un terreno baldío lleno de escombros, piedras, basura y cuanta cosa que estorbaba para caminar si uno no ponía atención, sucedió que tropezó y cayó al piso cuan largo era.
Ahora, según él, era tiempo de tomarse un respiro antes de levantarse y continuar la pelea. Los ojos de Aristeo enfocaban un cielo azul manchado por nubes blancas cuando intempestivamente su encuadre visual fue recortado por la silueta del tipo con quien peleaba. Llevaba los brazos alzados por encima de la cabeza y con ambas manos, sujetaba algo que parecía una gran roca maciza de varios kilos de peso. Claramente vio Aristeo la cara del sujeto transformada por una expresión similar a esa que tienen las máscaras del teatro balinés. Como si fuese cámara lenta, Aristeo observó al tipo descargar la roca directo sobre él. Apenas y tuvo tiempo de girarse. Ahí donde un segundo atrás había estado la cabeza de Aristeo, se hundió la pesada roca. En ese instante comprendió Aristeo que el marqués de Queensberry era un tonto y se lanzó contra su atacante con una lluvia de patadas y golpes. No supo cómo pero el sujeto terminó en el suelo mientras Aristeo lo continuaba tundiendo a patadas. Que no dejó de encajarle hasta que hubo que volver a salir huyendo del terreno junto con todos sus compañeros.
Todo esto le trajo gran fama como peleador callejero entre sus amigos y condiscípulos. Aristeo se sentía todo un gladiador. Lo malo para él, fue que también atrajo la atención de las autoridades académicas de la secundaria y para finalizar pronto: terminó expulsado de la escuela. Como no le dieron su cartita de buena conducta, sumado a que era malo para los exámenes de admisión. Se quedó sin poder inscribirse en otra escuela. Claro que, en ese momento, recordemos que tenía alrededor de 14 años de edad, pues no le importaba ni preocupaba para nada. Lo que no le gustó fue que lo tuvieran encerrado en su casa. No lo dejaban salir ni a la esquina y lo ponían a hacer labores domésticas que le repateaban el estómago. Así pasó Aristeo un par de semanas.
Pero como hay personas que siempre tienen muy buena suerte. Resultó que uno de sus antiguos amigos de aquellas jóvenes francachelas lo fue a visitar una tarde…
— ¡Ése, Cano! ¿Qué onda que ya no te vemos?
Interrogó el visitante en la puerta de la calle, que era lo más lejos que podía llegar Aristeo sin supervisión familiar.
— ¡No mames! Me tienen castigado.
— ¿Y…? ¿No te dejan salir? —Interrogó con morbosa sonrisa la visita.
— ¡Hey, vato!... ¡Y ya estoy hasta la madre!
Luego de burlarse otro poco, a costa de su desgracia, como acostumbramos hacer los mexicanos entre nosotros. Aquél decidió tirarle un cabo para ayudarlo, literalmente, “a salir” de su miseria.
— Te voy a alivianar. Nomás porque eres banda…
La ayuda resultó buena. Porque sin necesidad de presentar examen de admisión, ni a pesar que las clases tenían como tres semanas de haber empezado a nivel nacional en todas las secundarias: Aristeo fue admitido para continuar sus estudios secundarios gracias a la recomendación que le dio su amigo. Como aquél también había sido expulsado pero, a diferencia de Aristeo, tenía un tío que era docente universitario con nexos en una secundaria, únicamente hizo falta un telefonazo y Aristeo estaba calificado para pagar los reglamentarios aranceles e incorporarse a clases. Así lo había hecho el sobrino y solidario amigo de Aristeo, tres semanas antes.
La nueva escuela donde se matriculó Aristeo era secundaria y preparatoria. Por lo que había alumnos en edades entre los 13 y los 18 años de edad. En menos de dos semanas, Aristeo ya era amigo de los alumnos más avanzados, es decir, los preparatorianos. Quienes podían fumar dentro de sus áreas correspondientes a la prepa, mientras que Aristeo en las de secundaria no podía. También, igual que él, gustaban de beber cerveza aunque ésa no se podía consumir dentro de la escuela. Bueno, en realidad, si la consumían en las áreas ubicadas por las canchas deportivas pero, como Aristeo ya había aprendido la lección, no estaba dispuesto a que lo volvieran a expulsar y prefería mantenerse alejado de problemas.
Claro que eso no significa que ya era bueno y estudioso. Básicamente era el mismo sólo que se cuidaba de mantenerse dentro de los límites legales para no salir otra vez perjudicado. Y, aunque prefería cultivar la amistad de los preparatorianos en lugar de sus compañeros de salón. Únicamente se reunía con sus nuevos amigos pero meramente por las tardes y los fines de semana. Se emborrachaban periódicamente, sobre todo en fiestas, aunque también en la casa particular de alguno de ellos cuando se reunían a escuchar música.
Fue precisamente en una de éstas reuniones donde ocurrió el milagro. Casi había terminado el año escolar y sus amigos estaban algo deprimidos porque pensaban iban a reprobar el año. Aristeo no estaba muy confiado pero creía que lograría llegar a buen término y aprobaría para poder pasar a la preparatoria. Cada quien tenía su respectiva cerveza en la mano, un cigarro en la otra y escuchaban unos discos llamados en aquella época LP’s: porque en inglés eran long play, de allí el nombre. Eran unas cosas redondas de vinilo negro de unos 30 centímetros de diámetro que se tocaban en unos engorrosos y voluminosos aparatos y se rayaban con una increíble facilidad. Pero era la tecnología de la época.
Mientras escuchaban cantar a un vocalista llamado Freddie Mercury, líder de una banda inglesa muy popular por aquellas décadas, uno de ellos dijo:
— ¿Por qué no formamos una banda?
— ¿Una banda…? ¿De guerra…? —Dijo hijo dueño de la casa.
— ¡No seas buey! Una banda de rock.
— ¿Una banda de rock? —Intervino Aristeo, agregando— Pero si no sabemos tocar ni madres… ¿o tú sabes tocar algo?
Luego de meditar casi un minuto, respondió:
— Pues no, ahora que lo pienso, no.
— Entonces, ¿cómo carajos quieres formar una banda? —Aristeo.
— No podemos formar ni siquiera una banda de guerra. —Insistió hijo del dueño de la casa.
Luego de pensarlo otro minuto, exhortó el de la idea.
— Bueno pero ¡podemos aprender! O ¿no?
Así, con esos humildes orígenes nació la idea de irse a matricular a la facultad de música. Dado que, en aquellos tiempos, era el único lugar donde poder estudiar música si realmente se quería aprender algo. Ahora hay escuelas de música por todas partes. Por supuesto: todas de dudosa reputación académica pero, al fin y al cabo, hay más lugares donde ir a aprender. Pero antes, o ibas al conservatorio o te quedabas sin aprender y punto. De modo que los cuatro amigos se presentaron a pedir informes en el conservatorio. Entre las primeras cosas que les preguntó la secretaria que los atendió fue:
— ¿Qué instrumento quieren aprender a tocar?
Todos al unísono contestaron:
— Guitarra…
Una vez que recibieron la información y se encontraban parados en la calle, ocurrieron las primeras diferencias creativas que casi los llevan a separarse aún antes de formarse.
— ¡Cómo dicen guitarra! —Dijo hijo del dueño de la casa donde verbalmente nació el grupo—. Ustedes tienen que aprender otro instrumento.
— ¡Ah, ni madres! ¡Yo fui el de la idea! Así que yo seré el guitarrista, ustedes cambien de instrumento.
— ¡Nel, ni madres! A mí, nomás me gusta la guitarra. —Dijo el cuarto que se había mantenido callado hasta ese momento.
— Pero no sean brutos. ¡No podemos todos tocar la guitarra! —Sentenció Aristeo.
— ¡Neta, wey! ¡Vamos a parecer Los Panchos! —Aclaró cuasi fundador.
— ¡No seas pendejo! ¡Los Panchos eran tres y nosotros somos cuatro! —El cuarto.
— ¡Pendejo, tú! Además, yo ya dije que ustedes cambien.
— Bueno, puede haber dos guitarras. —Intervino Aristeo—. En todas las bandas hay dos guitarras, así que pido ser la segunda guitarra.
— Neta, wey. —Insistió hijo del dueño de la casa—. Entonces yo soy primera guitarra.
— ¡No jodas! Yo fui el de la idea. ¡Yo soy primera guitarra! Aristeo, ya pidió ser segunda guitarra. ¡Ustedes tienen que escoger entre batería y bajo!
Los dos aludidos intercambiaron miradas.
— ¡Que ni madres…!
Antes que siguiera quejándose, interrumpió el cuarto antes callado.
— ¡Bueno! ¡Pido ser el baterista!
— ¡Ahí está, wey! Aristeo y yo, somos los guitarristas. Este wey el baterista. Te toca ser bajista.
— ¡Qué ni madres! ¡Ya dije…!
— Pues entonces, ¡sácate al carajo! ¡No eres de la banda y listo! —Sentenció el fundador de la banda.
Empujándose los unos a los otros emprendieron su camino alejándose del conservatorio. Y, aunque las siguientes semanas todavía estuvieron discutiendo respecto a quién debía ser qué. Lo que vino a zanjar la discusión fue que solamente uno aprobó el examen de admisión: Aristeo. Por quién sabe qué ignota razón porque realmente Aristeo siempre reprobaba los exámenes pero no los aprobaba.
Tal vez la respuesta sea, como dije, hay personas que siempre tienen muy buena suerte. El examen le pareció muy chistoso al joven Aristeo Cano Mina: consistió en que una señora gorda tocaba unas teclas del piano y el aspirante “adivinaba” qué notas había tocado. En otro examen, le ponían la guitarra en las manos al aspirante para observarlo haciendo pisadas con la mano. Para aquellos que no conozcan nada del bello arte de tocar la guitarra acústica explicaré que, coloquialmente, se dice pisada a lo que haces con la mano izquierda si es que eres diestro para hacer tus cosas. La cual colocas sujetando el mástil de la misma. El pulgar queda por detrás del mástil y los otros cuatro dedos quedan por el frente. Siempre es importante que la palma de la mano no apriete el mástil porque aplasta las cuerdas y entonces no suenan. Únicamente los dedos pueden “pisar” las cuerdas para producir el sonido. De allí que se le diga pisar a esta acción.
Luego de observarlo con la guitarra. Le preguntaban, si sabía tocar algo. Lo que sus compañeros ignoraban era que Aristeo, durante su castigo obligatorio en casa, había estado “aprendiendo a tocar la guitarra”. Por aquellos tiempos existían unas revistas que traían impresas pisadas de los dedos sobre las cuerdas del mástil y lo único que había que hacer era aprenderse los acordes, es decir, las pisadas y dependiendo qué tan bien lo hicieras: más o menos debía de sonar parecido a la melodía o canción deseada.
Como Aristeo pudo tocar algo y sus compañeros nada. Muy probablemente ésa fue la causa de los resultados obtenidos. En su casa vieron con buenos ojos que Aristeo entrara a estudiar al conservatorio. Antes que él, nadie en esa familia había manifestado inclinaciones artísticas. De manera que, de la noche a la mañana, pasó de ser un vago cuasi holgazán a un futuro artista musical ante los ojos de sus padres.
El siguiente año escolar, Aristeo entró a la preparatoria por las mañanas y al conservatorio por las tardes. Con tanto trabajo, parecía que ya no tenía tiempo para andarse embriagando con sus amigos. Además, como ya dije, Aristeo era tan común y corriente como cualquier otro estudiante de su misma edad. ¿Qué significa eso? Que podía ser igual de inteligente o tonto, hasta que demostrara lo contrario. En las clases de preparatoria, más o menos le ponía atención porque sabía que no tenía tiempo para salir mal en las materias. En las clases de música, ponía doblemente atención porque tenía ganas de aprender. Los fines de semana tenía que pasarlos encerrado en su cuarto practicando con la guitarra que, aunque es muy glamurosa y si llegas a una fiesta o reunión, con la guitarra bajo el brazo: todos te van a mirar con admiración. Mientras que si llegas con un estuche de pintor, lo más probable es que nadie se dé cuenta de que eso que llevas bajo el brazo sea un maldito estuche de pintura. Mucho menos que eres pintor. Y si eras escritor, no ibas a llegar con una máquina de escribir bajo el brazo. Iban a pensar de todo menos que eras escritor. Pero, atrás de todo ese atractivo y fascinación, hay que ponerle horas y horas de monótona práctica al asunto. Sin embargo, Aristeo estoico se pasaba dichas horas sin sentirlas aferrado en aprender lo mejor posible a tocar el instrumento.
Así transcurrieron los primeros meses. Todo parecía ir como miel sobre hojuelas. Normalmente, los viernes por la noche, era relativamente obligatorio que los alumnos del conservatorio fuesen a escuchar los conciertos de la orquesta sinfónica universitaria. Misma que tiene fama de muy buena a nivel nacional y tiene temporadas todos los años. Por lo cual, les repartían pases gratuitos a los alumnos. Hasta antes, Aristeo nunca había tenido contacto con música sinfónica. De modo que se volvió asiduo espectador todos los viernes. Pero, cuando terminó la temporada, se organizó una gran fiesta en la misma facultad de música. Estuvieron presentes alumnos de distintos semestres, la mayoría intermedios y avanzados. Junto con docentes de música, aunque también había docentes de otras facultades, principalmente de artes plásticas y teatro. Si bien, había algunos de antropología y de idiomas, específicamente, inglés y alemán, que dicho sea de paso, eran extranjeros. Empero, en la propia facultad de música había bastantes docentes extranjeros, sin mencionar los músicos integrantes de la orquesta sinfónica que también eran originarios de países europeos. Alumnos, únicamente de música estaban presentes.
Algo que llamó la atención de Aristeo fue que la facultad estaba cerrada. Para poder entrar había que llamar a la puerta, alguien abría y reconocía al que tocaba. Entonces se le permitía la entrada. Aunque esto le pareció superfluo puesto que, prácticamente, todos los que llegaban tenían el paso garantizado y nadie ajeno a la facultad o a la universidad en general, hacía acto de presencia por allí.
Aristeo llegó acompañando a un alumno de piano que ya estaba en un semestre avanzado. Él fue quien llamó a la puerta y fue reconocido con una seña de aprobación por el improvisado portero quien los dejó pasar. Dentro, en el patio de la facultad, ya había un buen contingente de personas. Gratamente observó Aristeo que había varias mesas servidas con alimentos estilo buffet para que cada quien se sirviera lo que quisiera. Por supuesto que el menú era muy mexicano: había tamales, gorditas, enchiladas, chiles rellenos, algunos quesos y demás productos realizados con masa de maíz acompañada con carne, vegetales y picante. Para beber, también se continuaba con la línea mexicanista: había el muy prehispánico pulque, cerveza y, para los paladares más curtidos, mezcal.
Descontando la comida y la cerveza, Aristeo no conocía el pulque ni el mezcal. Bueno, solo de nombre. Muy contento, tomó una cerveza, se armó con un plato y comenzó a disfrutar de los alimentos. En eso estaba cuando algo llamó su atención. Como ocurre en todo buffet, un grupo de personas parecía concentrarse en cierto punto de la mesa. Aristeo pensó que algo muy sabroso debería de haber en ese sector. Avanzando lentamente mientras protegía su bebida y comida con los brazos, discretamente, se aproximó lo suficiente hasta este grupo. No vio nada fuera de lo normal. La mayoría lo integraban docentes de música, entre quienes reconoció a dos o tres docentes suyos. Había extranjeros pero no supo si eran docentes de la facultad de idiomas o eran músicos de la sinfónica. Los que usaban el cabello largo hasta los hombros, podían ser artistas plásticos o antropólogos. Unos pocos alumnos también departían con el grupo.
Aristeo fijó su atención sobre la mesa para ver qué había ahí que mantenía a todos fijos. Mayoritariamente había bebidas pero alguien parecía haber dejado unos envueltos de periódico sobre la mesa. De repente, alguien estiró la mano y de entre los periódicos tomó un puño o pizca de algo que, a ojos de Aristeo, parecía orégano, tomillo, romero, hinojo, albaca, epazote o cualquier otra especia vegetal de cocina.
Como nadie le prestaba atención. Decidió acercarse más para ver qué rayos era eso. Sí, efectivamente, parecía vil orégano y ya. Cuando ya estaba por retirarse para ir por más alimento y bebida, llegó hasta él su amigo pianista que lo introdujera a la fiesta.
— ¿Qué pex? ¿Todo bien? —Interrogó sonriente el pianista.
— Hey, todo bien.
— ¿Qué onda? ¿No te vas a poner? —Interrogó señalando con los ojos hacia la mesa.
Aristeo no entendió bien qué le decían y preguntó.
— ¿Poner…? ¿Dónde o qué…?
— Si, pero te tienes que subir a la azotea. —Al ver que Aristeo ponía cara de sonso, agregó—. A ver, si quieres yo te acompaño. Total, ya iba para arriba.
Estirando la mano. Tomó un puño generoso del condimento envuelto en el mencionado periódico arrugado y mientras comenzaba a caminar, dijo.
— Acá son bien mochados. ¡Por eso me gusta venir! Siempre dan moy de la mundial.
Por respuesta, Aristeo nomás sonrió. Hasta ese momento, se le iluminó la sesera comprendiendo que eso de allí no era ningún condimento: era marihuana. ¡Marihuana! Nunca en su vida la había visto, sobra decir, menos probado. En el cuarto piso, había un acceso para subir a la azotea. Allí estaba otro alumno, fungiendo como portero. Aunque prácticamente era puro ritual porque se limitaba a sonreír a quien llegara e hiciera la seña de que iba a pasar. En la azotea, había algunas mesas con bebidas y varias sillas casi todas ocupadas. Otros simplemente estaban sentados en el suelo. Formaban pequeños grupos de dos o tres distribuidos por toda la azotea. Se ubicaron en una parte libre y el pianista preguntó.
— ¿Sabes ponchar?
— No.
— ¿Traes sabanitas?
— Este, no.
El pianista hizo una mueca con la boca. Buscó entre sus ropas, sacando una cajita pequeña. De allí tomó una hojita de papel semitransparente. Con la cual comenzó a forjar un cigarrillo. En menos de un minuto, movió los dedos como si contara un fajo de billetes y forjó un cigarrillo perfectamente cilíndrico. Estirando el brazo, lo ofreció a Aristeo, diciendo.
— Servido, mi buen.
Aristeo lo tomó muy emocionado. Decentemente, esperó a que su amigo forjara otro. Un minuto más tarde. Ambos encendieron sus cigarrillos. Al principio, sintió una fuerte carraspera pero como nadie tocía allí, hizo estoicos esfuerzos por mantenerse sereno. No obstante, su amigo fue el primero en toser, para comentar.
— ¡Hey, vato! ¡Te digo que esta moy es de la mundial! ¡Cortesía de nuestra magna casa de estudios! Je, je, je.
Luego de toser, Aristeo comento.
— Hey… ¡Bien mochada la universidad!
— Huy, esto no es nada. En otras ocasiones hasta se mochan con poppers y a veces, hasta rola la meta.
— ¡Órale…! —Aristeo.
— Neta, wey. Qué, ¿nunca habías venido?
— No, acá no.
— ¿Pero ya te habías puesto antes?
— Si —Dubitativo y tratando de parecer veraz—. Con los compas del barrio.
La conversación no duró mucho porque Aristeo comenzó a sentir que se le calentaba la cabeza e inmediatamente entró en un estado de confortable estupor como dice la canción de Pink Floyd. Realmente, esa marihuana era de calidad mundial, porque el efecto le duró varias horas potencializado con las cervezas. Aristeo, convivió con todos los presentes en la azotea, hizo nuevas amistades. Al final, salió rumbo a su casa, como ya era noche (y en aquellos tiempos no eran tan peligrosas las calles de la ciudad) decidió caminar hasta su domicilio. Durante todo el camino se fue riendo sin saber por qué. Además, le ocurrió algo muy extraño: poco antes de llegar a su casa, unas cuatro o cinco cuadras en línea recta, Aristeo caminaba y caminaba y caminaba y no avanzaba nada. Era como si la calle se hubiera transformado en una banda de caminadora y por más que movía las piernas no lograba avanzar ni un metro. Aristeo sintió que tardó en recorrer esas últimas cuadras cerca de una hora. Aunque en ningún momento vio la hora y en verdad no supo cuánto tiempo duró su viaje.
Al otro día, al despertar, Aristeo se sintió por primera vez verdaderamente contento de haber ingresado a la facultad de música. Y no podía esperar a que ocurriera la siguiente fiesta. Lo que no sabía Aristeo era que, por ser primera vez que su organismo consumía droga, genera de manera natural resistencia a la misma. Razón por la que no se puso “hasta atrás” como acá decimos cuando alguien se embrutece y ataranta totalmente al consumir ya sea droga o alcohol. Pero lo que ocurrió a continuación es otra historia.
C'est fini.
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