Santiago de Chile. 
Revista Virtual. 
Año 3   
Escáner Cultural. El mundo del Arte. 
EDICIÓN ESPECIAL
nº 14
Julio de 2001. 

escaner cultural
PINTURA Y ESCRITURA
EL MURAL

Por: Marcelo Firpo


Yo sé que el mar delita

A manera de Prólogo:

"Martes 10. Hablando del mar alguien me dijo frente a mis ojos abiertos de éxtasis, la naturaleza se da, no se razona. ¿Qué es la razón?. Esa tan organizada y estúpida sociedad en la cual me ha tocado vivir, justifico, y me alegro casi por mis electro-shock. Justifico mi olvidada locura, simpatizo con ella, seguro, quería ser yo un mar y tras de mí todos los peces del mundo, salvar los seres, reventar contra una tapia o algo así, probar, sí, probar que yo podía romper con el cerquillo y echar a correr como una cabra de monte. Algo definitivo, total, pero existe el reglamento, no un reglamento admirable, perfecto, ecuánime, generoso, sino un reglamento pequeñín limitado : en cierta forma hasta grotesco y cómico. Un reglamento de leyes sociales respetado por los idiotas y hecho respetar por los que pueden.

Existe el reglamento. Los locos si son sosegados y alegres, que vivan entre los cuerdos, los locos de la gracia, los locos del candor, pero nosotros los que vemos y decimos cosas tristes, los enfurecidos sólo en las épocas heroicas tendríamos calce (¿cómo se escribe?). Una especie de Quijote con faldas, absurdo, con más físico de Sancho que otra cosa. Dios, debo estar muy triste cuando tan poco me respeto".
Aída Carballo

artista plástica argentina
(escrito en un cuaderno Sol de Mayo).

Acto primero:
"...el viento le llevó algo, algo minúsculo, apenas imperceptible, una migaja, un átomo de fragancia, o no, todavía menos: el indicio de una fragancia en sí...

Tuvo el extraño presentimiento de que aquella fragancia era la clave del ordenamiento de todas las demás fragancias, que no podía entender nada de ninguna sino entendía precisamente ésta..."
Patrick Suskind

1-

-Pero es que no puede ser, nadie se da cuentacomo yo, nadie comprende que está todo el tiempo con una pesadilla y que no sedespierta-.

Ah!- me dijo ella y yo atiné a acercarme a suslabios.

-La idea es un mural, ¿entendés?, cubrir aesta ciudad con un mural, no dejarla respirar el smog, atacarla con oxígeno,romperla para que vuelva en sí-. Aliciame miró asustada. Tenía que haberlaprevenido, no entrar en tema tan precipitadamente, pero era un hecho.

(Viste su cuerpo, era un feto en la placentade su madre. En su madre era sucuerpo. Sus lágrimas, las cadenas que loesposaban a la cama, a esta cama que lo detiene eyaculando en él el suero que lomantiene vivo. Sus ojos cerrados, subarba crecida, las cámaras de televisión que rodean la nada, el desierto de lacama y de su cuerpo, era un feto en la placenta. Elude las cámaras muriendo, eliminando porsus propias venas el suero que lo contiene, la broma, esta bromainexistente. Ya hicieron un film sobresu vida, pero no es su vida ni esta cama ni el suero que le inyectan en susbrazos. Nadie está ahí. Nadie en una nada profunda, sin padre nimadre, sin nadie, solo un hermano y la televisión que ahora cambia deinformación y el suicidio de una chica de diecisieteaños).

2-

A veces, las manzanas notienen gusanos y los maestros debemos comérnoslas.Esa es la ley, o sea una detantas, como la de Pitágoras. Tal vez los murales no las cambien, pero puedenponerlas en duda.

En estos momentos, estoytrabajando de maestro. Sentís que todo es parte delTeorema de Pitágoras, elproblema es que algunos deben terminar creyéndosela.Es difícil no bajarbandera, es tan fácil decir que la verdad la tiene uno. Quisieraque el mural nofuera así.

-Maestro,¿le gusta estedibujo?.

-Sí, muy bonito, pero talvez esté desequilibrado el encuentro entre esas dos paralelas arremetidaspor ese oso peluche del cuadrante inferior izquierdo, nuestra cultura le damayor peso al sector derecho y por lo tanto, la diagonal y sia eso le sumamosla saturación del color...

-Maestro, ¿le gusta estedibujo?, ¿sí o no?.

(Existen en escenaseres de todo tipo y virtudes. Algunos pasan, son parte del río inmóvil,pieles engullidas por el decorado de respiración lenta, repetida, descifrable.Otros, la mayoría, atraviezan esta gangrena buscando salir del río. Peces deaguas secas, intentan bajar a su interior para respirar la sangre. Pero secansan, se detienen, compran sus espejitos, caen irrefrenablemente al ríoinmóvil y nada. Solo pocos se salvan. Pocos escupen en estas aguas, semasturban en ellas y abren sus piernas, no para prostituirse sinoparagritar el amor que brota de sus venasyatravieza sus ojos y su vagina,que los parte en dos, en miles de gritos que no debendejar de estallar en salvajes poesías sin bandera ni himno ni patria, cargadasde gatos, de lunas, enarbolándose a sí mismas con cuchillos de letras que seclavan asesinas en el río, hasta ahogarlo en sus propiasaguas.)

Al salir del trabajo,comencé la encuesta. Tomé por Córdoba y llegué a Junín,zona de Facultades ygente inteligente, pensé. -Disculpe, si fuera a pintar unmural, ¿qué colores le pondría ?-La cara del estudiante de Medicina era como para operarme ahí mismo. Muy atento igual, siguió caminando, mirándome, analizandomis ojos, mis verrugas,mis narices, intentando contarlas.

-Disculpá, si quisieraspintar un mural en Buenos Aires, ¿cuál sería su contenido?- la chica deEconómicas aceleró su paso. Yo, igualmente proseguí mi búsqueda.

(Ahora pienso. Por única vez en mi vida,pienso: -Si todos fueran ciegos, no verían tu rostro.)

Croaba la rana en unrincón del charco. Me detuve. Comencé a observarla muy lentamente. Me acerquéhasta sus ojos. La acaricié. Siempre creí que eran feas, asquerosas diría, peroésta no me causó tal impresióm ni huyó al acercarme. Ella también detuvo sumitrada en mí. Verde, se desplegaba en torno suyo, junto a la hierba que lacircundaba. Nadie me observó. Recordé el viejo cuento del sapo y la princesa. Meacerqué más. Me agaché a su lado y la volví a mirar, sus ojos me acariciaron. Medetuve un segundo más y la besé. Abrí su boca con mi lengua. La deslicé en suinterior hasta tocar la suya, enredándose con ella, mezclando nuestras salivas.Cerré los ojos, volví a recordar el cuento del sapo y la princesa. El beso habrádurado algunos segundos tan solo o tal vez muchos más, mis ojos cerrados no pudieron distinguir el tiempotranscurrido. Me alejé unos centímetros como para extraer mi lengua de su boca.Recién allí volví a abrirlos. La rana seguía ahí. A los varios segundos, abriósus ojos. Me levanté, la miré por última vez y seguí micamino.

3-

Afuera las cosas seguían pasando, dos o tres culetazos barrían con los ojos de la gente. La gente se empezaba a molestar, pero las hormigas tenían el poder, las harmas y los hojos harrancados en haños hanteriores. También había cucarachas y esas eran las peores. De las hormigas ya sabíamos, pero las cucarachas todavía estaban limpias, con esa belleza esculpida de ternura (atea o religiosa, anarquista o militar, comerciante o ama de casa).

Los dibujos provocaban desde todos los rincones. La situación era cada vez más densa, primero uno ni los veía, luego hasta los tomaba con gracia, pero después: TODO, las paredes de la ciudad, la corteza de los árboles, el cemento y el semen, las chapas de los techos, TODO iba siendo inundado por los dibujos, esos trazos tiernos de colores aterradores por perfectos, su desconocida simbología, atroz, pura... Fuimos desconfiando de a poco de todos los ojos que se cruzaban en nuestras miradas. Junto a sus madres. Ellos y sus madres. Íbamos convenciéndonos de la verdad.

En estas paredes escribo mi confesión. Tendrán que derribar las paredes, los muros, el asfalto y mis huesos. No puedo dejar que se olvide lo sucedido, alguien en algún sitio tendrá que comenzar la rebelión, despegar la ceguera de los ojos de la gente. Debo seguir, ya siento la debilidad propia de tener que escribir con mi propia sangre. Debo contar sobre los días transcurridos,los dibujos, sobre todo los dibujos y sus formas, sus colores. Debo confesar también mis errores, no haber dado fe a mis ojos y hoy casi no existen, carcomidos por la luz. Nunca pude concebir tanta crueldad, la inteligencia de la crueldad y la estupidez de los que vimos. Uno a uno fuimos cayendo aquellos a los que no podían dominar, uno a uno los que comenzamos a sospechar, encerrados aquí, allá o en los propios subsuelos de la ciudad, incinerados en el fuego, aplastados sin poder hacer nada. Debo contar lo sucedido, no puedo detenerme.

Los ojos del guardia resbalaron en mis manos. Era la salida, mis huesos eran casi todo lo que quedaba, el resto había muerto en las paredes enfrentando a la ceguera del mundo, un mundo que estaba a punto de ser exterminado por la ternura.

( Iba mi mano acechando sobre la pared, matando hormigas que iban en busca de mis plantas. Al matar a unas, las más cercanas se movilizaban rápidamente, como si cada una existiera en su todo. Fui matando entonces a éstas, cerrando la comunicación entre ellas, hasta que bajó una y la enfrenté con el dedo índice. Se detuvo. No huyó, se quedó en su lugar, quieta. La moví con el dedo y siguió en su terquedad, fija, inmóvil, esperando que la aplaste. No lo hice.)    

4-

Era de mañana. Tal vez la luna lo entendería. El largo suspirar del mate y en el patio, las baldosas a rombos blancos y negros, las hojas verdes. Alicia se levantaba, tomaba sus caricias y daba las suyas, nuevas de cada día. Sus labios se movieron lentamente: -¿Por qué no vamos a la costanera?, -No, tenemos que ir a trabajar, me dice, no, es domingo, te digo que es lunes, bueno, la dejamos en martes, llamamos al laburo y vamos a la costanera, bueh, está bien, chuic.

(Le pedí a un amigo que guarde lo inimaginable en una caja, que solo me lo devuelva en el momento preciso, un segundo antes del salto por la cornisa. Sentí que el mural era imposible, eso me aterrorizó. Sentí mis manos, sentí por última vez mis manos. Acaricié tu nombre, el muro, las palabras, los colores. Acaricié las caricias y tus ojos, que aún me miraban. Me detuve un instante, todo este libro es un instante. Vi mi rostro, la larga serie de maderas, telas, palabras. Encendí el televisor, estuve horas ahí. Caí vertiginosamente por tu piel, muerte -las paredes del Borda tienen olor-.

Las paredes del Borda tienen olor. Le pedí a un amigo que guarde lo inimaginable en una caja, que solo me lo devuelva en la lluvia, un segundo antes del salto final.

( SERÁ ENTONCES

UNA LUNA CLARA

DE NOCHE

Y EL DETALLE DE LAS HOJAS

DIBUJADAS

ACARICIANDO EL CIELO,

BESANDO SU CUELLO

HASTA HABLAR EN SILENCIO

A SU PIEL).

VOY A DETENER LA NOCHE

PARA PODER DETALLADAMENTE

ACARICIARTE,

EN ESTA LUNA

Y EL DETALLE DE LAS HOJAS.

Caía lenta, imperturbable, como después de haber combatido. Cual bandada de pájaros crucificados por el viento sin que nada ni nadie se pueda interponer en su destino, o tal vez sí, el borde de mis anteojos. Caía lenta, impenetrable en sus razones. Acaso el frío o la anestesia que recién me habían inyectado, fuera de eso no había razón para su existencia. Caía lenta, húmeda, transparente cual manantial de tristeza. La venganza contenida, el miedo de caer, una caída lenta, imperturbable, como esa lágrima que baja por mi piel).                                  

5-

Todo es un envase. Las botellas son envase. Las botellas son solamente botellas. Las cajas, cajas. Los roperos no tienen ropa y los televisores solo cubos sin imágenes ni sonido. Los sueños no tienen sueños, solo ronquidos y los cuerpos, solo cuerpos.

Los libros ya no tienen más que palabras. En un instante pensé esto y luego todo lo contrario. Tomé fuerzas y seguí pintando mi mural, uno que desheche los envases, que cubra la ciudad, pero sin convertirse en un nuevo envase. Todo es desorden, pero el caos lo es, por eso pinto este mural ( lo necesito).

(Aquí, ayer, nos encontrábamos muy cansados de correr. Luego comenzó a llover. En el cielo, los nubarrones negros y siniestros. Avía en eze lugar un umo tremendo, me caí pero me levanté y te miré azombrado tú me mirastes y me isistes cayar enceguida el zonido se calmó los ruidos sesaron y nos marchamo. Estávamos mui hasustados. Al rato te miré a los Hojos, tE dIJE tE KierO y tE VESË,)

Vacías tu brazo

y es sangre

hace mucho que no escupen mis manos:

dios son mis manos.

"La luna era una cicatriz en el cielo. Nadaban los peces en recipientes vacíos. Aquí adentro, entre estos edificios blancos, las manos gritan y los gritos manos."

(Susurran algo...)

 Cuántas sillas destinadas

rastreándonos como perros sabuesos

tibias de gordas opulentas,

burguesas sillas y hasta tronos monacales y

púlpitos y hasta bancos de piedra y

el sillón de Rivadavia,

pero los pies descalzos.

"Hoy coloqué tus besos en una jarra entera de mis lágrimas. La vida es un tobogán, lo lindo es saltar antes de llegar a la arena."

Caminé un rato por estos lugares,

alunicé acaso en tus sombras,

acaricié insinuante tus labios

y esperé, detrás del escenario,

que te acercaras a mí. Detuve

un momento mi respiración,

asfixié mis ojos y mis manos,

desalineé las palabras y claro,

no me animé a decirte nada.

Apareciste de golpe, oscura,

ronroneaste un par de pestañas

no me miraste sí me miraste

y es así, como

nunca jamás

te olvidaré.

 

Acto segundo:

"En este capítulo, vamos a tratar de simplificar la enumeración de los colores, limitándonos a los pigmentos puros imprescindibles. Tales pigmentos no deben poseer impurezas químicas, para asegurar la permanencia en el muro...".

                                                                               Carlos Aschero   "La pintura al fresco"

6-

Soy el mural. Me miro. Sus ojos ya no son sus ojos ni los míos. Son ojos. No necesito paredes que puedan servir como fronteras ni puedo atisbar el futuro de mis manos. Soy nostalgia del futuro caminando ya sin barrotes o contrastes en escena. Veinticuatro dibujos por centímetro cuadrado de carne. Vos me decís qué te pasa, él murmura, ella grita con su boca roja y recuerdos: ¿quién?, sino mis ojos bañados en lágrimas internas por la gran puta necesidad de afecto que me parió, con tus ojos (gatos, lunas, gritos de silencio en un cuarto lleno de estrellas, escalera). ¿Dónde?, me pregunta ella perturbada por mis ojos. Por mis ojos. Quiero hacerme un abanico, un abanico palabra, no un simple abanico sino un abanico canto, moviola, rojo, durazno, cuchillo (con tus ojos quiero hacerme un cuchillo y no soy carpintero ni Cristo), (con tus ojos quiero hacerme un cuchillo de fuego, de aire, de caricias, de gritar cuchillos y clavarlos en mi cuerpo. De salir al aire y no ser yo, mío ni tuyo sino el aire. Ser el mismo aire, un aire enredadera al viento, trampolín nube, brazo chaplín -como decía Roberto, que vuelve a aparecer, porque él también soñaba. Porque él, vos y yo somos el mural, ¿entendés?-).

-Sí,- contestó el murmurador- por la gran puta necesidad de afecto y por los miles de sufrimientos que se me clavan en la piel (ojos de chicos con flores, flores de chicos con ojos. Ojos. Muertos de muertes injustas, injustos de muerte silencio, locos en su hospicio, ese Cristo de tres años que conocí en una Comisaría, solos, sangrantes, suicidas, feos, gordos, inválidos, muertos).

-Volvé. Volvé, ¡no te vayás!.

-Vuelvo a los cuchillos. Quiero volver a mí, a mi sombra, a mi niñez. Buscar el momento justo de quedarme estaqueado (lo conozco), (conozco de sus vértebras partidas y de las torturas hijos de puta, hijos de remil puta). Hoy vuelvo a la necesidad de afecto, al miedo a los gritos, cuchillos de balas partidas en mi cuerpo, acariciándolo, acariciándote, haciéndome el amor porque ya no habrá ni mío ni tuyo (un cuchillo eterno con ojos de gato es lo que necesito).

-¡Hacé alguna salvedad, no exageres!.

-Por lo menos el camino. Aunque no sean ojos, que por lo menos sean miradas.

-Gracias- descansó su boca besada, en tanto ella dormía en un sillón a un lado del cuarto, semioscuro, color de durazno. Casi era parte (yo sé que hoy lo es). Descansaba en un sillón semioscuro color del cuarto y sus ojos: -Soy el mural, lo somos.

(Fue tan difícil encontrar el espejo. Como si las paredes, el techo, los muebles, la carne se lo hubiesen tragado. Era un espejo como cualquier otro, usted sabe. Los hay de vidrio, de madera, de yeso, de piel. Cada uno lo puede inventar como quiera, lo difícil es que funcione. Algunas personas lo llevan en el bolsillo del traje. Yo acostumbraba llevarlo del lado de adentro, no me gustaba que lo vieran y menos que lo usaran en sus juegos de guerra, porque también tiene esos usos. Otros los llevan de aros, como reloj o simplemente de espejos, para peinarse por las mañanas. Yo lo usaba de escondite, gustaba de traspasar sus fronteras y observar desde allí los movimientos de la gente.

La cuestión es que ya me había acostumbrado a mi espejo, a sus formas y sus colores y encontrarlo así, roto, entre las sábanas, me hizo mal, es como volver a empezar de nuevo. Claro que siempre existe la posibilidad de comprar uno.)

Así escapaban las palabras de mi boca, mientras la gatita se balanceaba sobre mis piernas o cortejaba la birome o hincaba sus dientecitos sobre mi piel para bajar luego por mis hombros y comenzar todo nuevamente. Ella tiene un mes y medio y la encontramos con Alicia en un basural.                        

7- 

Ella salta. Cree saber hacia donde va. Al saltar solo ve el borde de la realidad y solo en él se apoya. Deduce el resto, pero solo tiene certeza en el borde. En el instante del salto, todo el mundo es su salto. El borde es parte del mismo. La plataforma, la flexión de sus patas, su respiración son el salto.

Luego, cuando el borde deja de serlo para ser realmente algo más firme, recién ahí descansa. Tal vez haga nuevos saltos que a su vez incluyan nuevos bordes y nuevas plataformas de salto. Tal vez se detenga y observe, o se recueste a descansar.

Detenida, me observa. Me siente parte de ella y sonríe, con su gesto y con sus ojos y con el silencio. Es su forma de domesticarme. Qué daría yo por ver sus visiones, por lograr por un segundo sentir con sus sentidos.

Ahora clava sus uñas en la madera. Arquea su cuerpo hasta sentir la tensión de sus articulaciones. Afila instintivamente sus uñas en la madera. Despierta instintivamente su cuerpo para futuros movimientos. Ahora sigue ahí, reposando. Mira hacia afuera por la ventana. Mueve sus orejas en dirección a algún sonido nuevo o conocido. Un estremecimiento a veces corre por su piel y se eriza suavemente. Deja llevarse por el ritmo del universo que la sumerje.

Ella está allí. Me observa.

(Viernes 29 de marzo. Ese silencio se escucha en el vientre. Él me observa, como si alguna vez hubiera estado en mi cuerpo. Yo a veces siento algo parecido, como si el observador fuera yo y él la observada. Mi olfato y mi oido se están haciendo cada vez más sensibles. Él me observa, me acaricia. Me dice algo, pero no logro entenderle. Solo logro maullar.)  

8-

-Ese pescado estaba más rico que el otro- me dijo el gato de la otra cuadra, mientras asaltábamos la basura del bar. Como ese gato no quedaban. Era capaz de compartir sus gorriones y sus horas a cambio de uno o dos ojos. Los ojos ya no valían nada.

-¿Querés otro poco?- me dijo, mientras sacaba del segundo tacho una merluza casi entera y sin cola. A mí no me gusta la cola. -Dejame un poco, -le dije- ¿sabés que están arreglando la casa donde vivo?, parece que en cualquier momento me tengo que mudar-.

-Un ser humano estaría muy preocupado en tu caso- bostezó mi amigo.

En la otra casa, ella acariciaba su propio cuerpo, debería arder para cuando llegara su marido. Él volvía del trabajo, cansado, insatisfecho de la paga y de las caras de su jefe.

Ella saltó sobre él y él sobre ella. Los gatos habían dejado de revolver los tachos y se acercaron sigilosamente al techo de la casa. Los ruidos llamaban la atención. Sus cuerpos y sus mentes estaban ardiendo. Se revolcaron sobre el piso y eran una masa uniforme de chillidos, carne y esperma. Se iban arrastrando en la habitación, golpeando en las paredes, arrancando sus ropas y sus cuerpos.

-Hay olor a carne- me dijo el gato de la otra cuadra. El cuchillo se clavó una y otra vez en ambos cuerpos. La sangre bañaba las terrazas y se mezclaba con el sol.

.


9-

Entrar en un subterráneo de Buenos Aires es un signo, una extraña manera de bajar a los infiernos, cambiar de paisaje y clima y espacio (por lo que suponemos, también de tiempo). Yo tenía una ficha, así que intenté el destino de aire viciado que allí me esperaba, el vientre de la madre ciudad, venerada. Uno nunca sabe de donde vienen y a veces la fantasía (aunque en los trenes, esto es más real) es la posibilidad de cambiar la suerte o bajar en una estación cualquiera, sino en una nueva imaginaria sin nombre que la detenga o determine (esa fue siempre la idea del mural). El ejercicio es el habitual, dos puntos, esquivo el molinete para que éste no me enganche por detrás, ahí, uno ya empieza a sentir la falta de oxígeno, el encierro, las caras jugando a encontrar a nadie, la máquina que se detiene y uno sube a ella (o en ella), se sienta (o no) según la hora y estación, y espera. Los cuerpos, la proximidad de los cuerpos, hacen cerrar los ojos. Otra posibilidad es mirar por encima de las cabezas hacia las publicidades puestas oportunamente en su sitio, ahí.

Es todo muy natural, aún el hecho del chico ofreciéndote la estampita. La recibo, miro sin verla y me detengo en los ojos del chico que mira sin vernos. Sigue pasando la escena, compuesta por la imágen del chico hasta que se pierde en la masa humana, hacia la izquierda. Lo espero. Uno sabe (así son las pautas) que surgirá nuevamente desde donde se ha perdido, a buscar la vieja estampita del santo. Pasan las estaciones: Pellegrini, Verano, Florida, eso dice el cartel luminoso que muy cerca nuestro, a la altura de las propagandas y para que por lo menos uno sepa(¿?) dónde está. Miro en la dirección correcta y ya ese sector se ha despejado. El chico no aparece. Baja más gente. La próxima estación es la mía. Uno se levanta y mira todo el espacio hacia el cual se dirigió. Lógicamente el coche tiene un fin y alcanzo a divisarlo, a quien no veo es al chico. Me levanto, dejo la estampita en el asiento y bajo, no sin tropezones con la gente que al mismo tiempo quiere entrar al infierno. Salgo. Me voy.

(No me gusta castrar a los gatos. El término ya implica la inoperancia a la que ha llegado la civilización en poder de los seres humanos. Para su sobrevivencia, hay que llegar hasta esos límites y, tal vez después, a la propia castración del hombre (en China, solo se permite tener un hijo). Mientras, por siglos se han asesinado animales con el único fin de entretenimiento. Se han asesinado suelos, volviéndolos desiertos para llenar las arcas capitalistas de algún rey del carbón o de la madera.

El no castrarla implica la necesidad de dejar en medio de una civilización suprahumana a sus hijos, con la consiguiente cadena de hambre y autos que pasan por las calles.

El no castrarla implica sufrimiento al dejarlos en libertad. problema cultural mío por sentirlos como posesión. Por eso no la castro y se acabó).

(a ella la terminaron castrando, la drogaron y sin embargo esa misma noche se fue por los techos, a coger.)

10-

Estaba esa noche pintando el mural.

Estaba esa noche buscando mi muerte. A cada instante se escapaba entre las sábanas o subía por mi piel hasta las sienes y desde allí bramaba con ferocidad, pero se dejó caer en algún rincón de la casa. La soñé blanca, demasiado como para ser serena. Luego también roja, negra, amarilla en algunos momentos y al final, cuando casi no la podía divisar. Era una mancha de humedad en la pared que iba creciendo a medida que el cristal se desvanecía afuera. Sus formas cambiaban. Tomaba la esencia de las cosas, el olor de las cosas. Iba tomando la habitación como ejércitos de hormigas devorando las partes de algún otro insecto mayor, devorando sus ojos vorazmente.

Iba yo en su búsqueda luego de atravezar otros caminos más carnales, pero no lograba verla a los ojos. Sabía que era un punto culminante dentro del mural y no vacilaba, aún cuando veía mutilar mis brazos y colgarlos del techo como estalactitas sangrantes. Me dejaba masturbar por sus labios hasta casi tocarla con mi semen, pero no lograba verla a los ojos. Y sabía que estaban ahí, mirándome, sospechando mis intenciones. (Creo que fue una búsqueda imposible, tal vez el mural deba tener ciertas líneas de silencio, imposible saber el final de un cuento cuando uno no es el autor y tal vez nadie lo sea.)

Fue allí cuando la encontré, sus tentáculos fotografiaban las partes del mural que ya estaban construidas. Iba corriendo lentamente por sobre el nivel de la gente, filmando sueños, comenzando a mejorar algunos sectores del mural, aún cuando ella recién creía haberlo visto. Estaba yo esa noche buscando una almohada, un sillón, un rostro, un crucigrama, una pista de carreras sin espectadores, una imágen que hiciera saltar a la hormiga voladora que se había posado en la mesa, subido por el plato y acercado a la muzzarella, -miau- dijo ella o los siglos de cultura onomatopéyica me hicieron entender miau. -Miau, miau- con sus patas sobre el papel, terciaba en la conversación mi gata, agregando nuevas formas ya que la pintura aún estaba fresca.

Una hija de remil putas gata

que acaricia (caricia lenta y detallada)

mis ojos,

un secreto misterio

(el misterio secreto de tu piel ardiendo)

aceptando la muerte,

buscando la muerte compartida

de nuestros cuerpos

ardiendo.

(Afuera hace mucho frío).

Quiero provocarte todo el dolor posible,

hasta que llores,

hasta que dejes de amarme (hasta que realmente

me ames).

Entrar en tu cuerpo, provocarte gritos, sangre,

besarte tiernamente en cada segundo de tu piel,

muy tiernamente,

muy tiernamente penetrar tu cuerpo

y que dejemos de ser dos,

volar carajo,

volar muy alto, mucho, al todo no existente,

a la muerte si es necesaria.

Salió de la enredadera. Me pareció estrellada, pero era gata como la luna, como una luna blanca que me miraba y se deslizaba en mi interior. Caminaba entre mis cuerdas y solo me dejaba pensar en sus ratos libres. Me acariciaban sus ojos, sus pelos se dejaban caer sobre mí y arrastrar sus uñas en mis venas. En su vientre.

Esa noche (casi atardecer) hacía mucho calor. Se acercó a mí, como de repente. Me observó como siempre lo hacía y yo también. Nuevamente dejé enredarme en sus ojos de luna, dejarme amamantar por la blancura de la luna blanca, acercarme a su infinito hasta envolverme en ella. Veía mis pasos de oscuridad nupcial entre los techos de las nubes y la luna se reflejaba en sus ojos hasta desvanecerse en gata e irse transformando. Y yo también, volviéndose amarillos mis ojos y suavizándose su piel. Ella convirtiéndose en mujer y en gato mi cuerpo y mis sensaciones. Envolviéndonos, acariciándonos, deslizándonos uno sobre otro, arrancándonos la nada que hasta ese momento nos cubría (y repito, arrancándonos la nada que hasta ese momento nos cubría). no era la primera vez. Su cuerpo bajo el mío. Mi cuerpo en su piel. Sus gritos, mis gemidos, los olores, la transpiración de nuestros cuerpos y el tiempo aniquilado sin clemencia.

Eso duró unos segundos o tal vez varias vidas o algunos sueños de una noche, o quizás fue el único instante en el que no hubo sueño. El lugar había desaparecido, la realidad misma había desaparecido.

.

Poco a poco, todo fue volviendo a su estado habitual: su cuerpo animal, mi humanidad. Luego, bajé la vista. Ella escuchó a un gorrión en el patio y salió a ver, como era su costumbre.

11- 

HA MUERTO, PERO ESO NO IMPORTA,

LO IMPORTANTE ES QUE HA VIVIDO.

Al primero lo encontré frío hace unos instantes. Lo toqué y estaba frío. Había sido el primero. Yo la ayudé a pujar. Largó un chillido y algo oscuro salió de su vagina. Luego salió él, blanco con manchas negras. Ella lo lavó. Tardó aproximadamente quince minutos en dar a luz al segundo, totalmente negro y al instante, a otros dos. No les había cortado el ombligo y ya le chupaban de las tetas, mientras el otro seguía envuelto en la placenta. En ese momento, pensé que se iba a morir, pero allí estaba. Al primero lo encontré frío hace unos instantes. Ella seguía amamantando a los otros cinco.

Escuchó unos ruidos afuera y se levantó. Miró, mientras ellos maullaban. Hacía unos días, había intentado acercarme a sus ojos. Ella, también. Esos cinco gatitos eran el mural.

EN ESE DÍA (NOCHE), (SILENCIO),

ESCALERA ABIERTA DE TU CUERPO

            Y YO SUBIENDO,

GATO-LUNA QUE MAULLA

VERTIGINOSAMENTE,

FUEGO

(LA LUNA ES UN GATO)

(Y TUS PIERNAS).

NATURALEZA ANIMAL,

DIBUJO ROJO,

RARA VEZ LOS DIBUJOS SON RACIONALES,

DOS MANOS QUE SE TOCAN,

DOS CUERPOS QUE SE INCENDIAN

(SILENCIO)

IBA A PONER LA FECHA,

PERO NO

(DERRETIRTE LA SANGRE,

ES MI MANERA DE SEDUCIRTE).

Son cinco formando con la madre una masa compacta. Creo que cuando los miro, yo también formo parte del mural y me hace sentir bien. Ahora, a uno se le perdió la teta. Ella se mueve para que la encuentre.

Si ayer lloraste, como vi que lloraste, como te sentí llorar, es porque estás viva. Yo también sufro por no entregarme por completo, o por no llorar, o por no sufrir. Deben medir 15 centímetros, de los cuales la cola ya son cuatro. La cabecita es una esfera, las orejas están adheridas a ella y los ojos, cerrados. Dentro de pocos días, se le caerán los pedazos de ombligo que la madre no les cortó y en unos días más irán abriendo los ojos. En estos momentos, dos de las crías se están peleando por una teta.

La disfrazaudiencia aullafruta, mientras comobservás la vida MUERTA encendida con velas (claro). Los desojos caen de sus lentes arrastravezando la descarne bimateria de la trinada putamente que omnicorroe la felicidarde -¿ves?-. Todo cien o cienmil jaulas y vos, encintado o solo gordo, a punto de explotayar: brazojos, piernas y cadera. Ha venido el tiempo nuncaseguro, no ha venido, es. (Me preguntás dónde quedó el mural, yo te contesto gato, luna, escalera). Arremetamos bien adentro hacia las propias vísceras. Gritemos con el silencio a flor de llagas: ojos, carne, uñas, luna, gatos, trenes, gritemos la anteúltima poesía, escaleras abiertas, todo de sangre (que tal vez existe).

12-

¿DÓNDE DORMÍAS

CUANDO EL ROCÍO HÚMEDO

Y LA CLARIDAD ROJIZA DE LA MAÑANA?...

23 de octubre. Primero ocurrió en ciertos barrios acostumbrados a sus miradas. Los que los vimos sabíamos de la angustia, sus ojos aseguraban lo inconcebible, sus ojos amarillos que se tornaban en rojos (los vi rojos). Desde los baldíos y las noches. El movimiento de sus alas que no eran alas. Sus garras, agazapados, esperando el momento. Eran el mural. Alicia (que ya no era Alicia) volvía a preguntarme lo mismo y mis respuestas eran otras. Esos gatos que se avalanzaban sobre la ciudad desde sus ojos. Sobre mi ciudad, hasta despojarla de "ciudad", hasta amarla y así con todo el universo, hasta hacerlo libre.

Salieron ellos, que habían esperado el momento con sus garras afiladas y sus ojos rojos. Los vidrios no pudieron entorpecer su marcha. Las cabezas rodaron formando círculos concéntricos bajo los escalones del Ministerio. Yo lo vi. Los vi a ellos y también a su madre desfilando por la plaza. Eran decenas de miles de gatos. La carne era salpicada de uñas y de pelos.

-Las nubes son azules y el cielo blanco, -me dijo Alicia- los chicos lo saben bien.

-Sí, -le dije- tenías razón.

epílogo

"...Siempre podemos duplicar 

                        la belleza de un paisaje si lo miramos     

                        con los ojos entornados."

Edgard Allan Poe

Entornó la puerta para que entrara un poco de aire. Desde la ventana entró una luz rojiza y cálida de atardecer. Con el cuchillo, raspó el lápiz hasta que pudo escribir. Intentó recordar algunas palabras de Alicia hace ya mucho tiempo, pero no pudo. Escribió cierta frase.

No había teléfono ni televisor ni pinturas en las paredes. Una sola foto en blanco y negro, mal fijada y a punto de desaparecer, todavía se veía en ella la cara de una mujer con un gato en los brazos.

La frase: "Cuando el proletariado tome el poder, tal vez ejerza frente a las clases sobre las cuales acaba de triunfar un poder violento, dictatorial y hasta sangriento".

Al llegar a esta ciudad extranjera e instalarse en el departamento, su obseción fue derivar la dependencia de las cosas a las mismas cosas. Ya tenía bastantes recuerdos como para sobrellevar nuevos.

En el piso se encontraban todos los elementos necesarios. Los llevó a la terraza del edificio y se puso a armar un globo aerostático.

Ese día salió volando del edificio. Había pocas nubes y claras. El cielo era celeste, eran las 18 horas con 20 minutos y hacía unos 17º centígrados, casi primavera. Se elevó despacio. Luego, cada vez más y más alto, hasta mirar todo desde mayor distancia. Lo necesitaba.

Fin  


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