Este
será un artìculo sobre un tema muy simple, pero al mismo tiempo
muy complejo. Una frase inicial así podría sonarle a muchos
totalmente contraproducente pero, es nuestra intención ser
lo más honesto posible con el lector: la simplicidad a que
nos referimos es terminológica, la confusión es de los medios
social y académico, que aún no acaban por comprender qué fue
lo que pasó con la crisis de los paradigmas analíticos heredados
por el siglo XVIII. Entonces, ¿cómo se hace para que la simplicidad
conceptual sea coherente con un escenario intelectual más
repleto de preguntas que de respuestas? Hay salidas teóricas,
metodológicas y técnicas. Veamos algunas.
Ahora
bien, como las aspiraciones de este capítulo son esencialmente
didácticas, las pretensiones teórico-metodológicas deberán
ser pospuestas para un mejor momento, pero algunos aspectos
técnicos sí pueden ser abordados sin riesgo de superficialidad
por el mero hecho del interés enciclopédico de nuestros lectores.
De ninguna manera subestimamos a estos últimos al posponer
las preocupaciones de teoría y método, es que, cuando se trata
de la "globalización", del "imperialismo"
y del "capitalismo", la investigación erudita es
de tal calibre que se requiere una obra especializada para
tratarlos a fondo. Por eso, este trabajo se centrará básicamente
en las expresiones más taxativas (léase técnicas) de aquellos
asuntos que aquí no podrán ser abordados con toda su riqueza
y complejidad. Para eso, brindaremos al lector algunas sugerencias
bibliográficas y algunas notas proporcionales a la orientación
de este capítulo, y también a los posibles intereses posteriores
que éste pueda despertarle.
Cuestiones
de terminología.
Decía
hace poco un economista costarricense que "la globalización
es, eminentemente, un fenómeno tecnológico que permea la cultura,
las relaciones sociales y, en general, la forma en cómo las
sociedades funcionan"2.
Nos tememos que el contenido de esta afirmación no es coherente
con el resto del artículo, pues el mismo autor despliega otros
asuntos no necesariamente vinculados con elementos técnicos.
Pero la frase es útil por dos razones básicas, a propósito
de las intenciones esenciales de este capítulo:
La
globalización es un proceso y no sólo un momento en la nueva
estrategia de expansión del sistema capitalista.
La
globalización afecta sobre todo a las personas, y no sólo
a la riqueza material de las sociedades de capitalismo avanzado.
Con
estos conceptos en mente, vamos a tratar de introducir al
lector en las dimensiones posibles de la globalización.
La
globalización como proceso.
La
gente tiende a creer que la globalización es un capítulo totalmente
nuevo del desarrollo histórico del capitalismo. Si vamos a
ser rigurosos el mismo ha avanzado indefectiblemente hacia
ahí, casi desde los momentos iniciales en que empieza a figurar
históricamente. Digamos que, la globalización era la consecuencia
inevitable de tal proceso histórico. Que se haya presentado
después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), era la
necesaria respuesta de una expansión imperialista en crisis
desde los años setenta del siglo pasado, a los nuevos retos
planteados por el capitalismo en la segunda mitad de este
siglo.
Globalizar
en la terminología "neo-imperialista" no significa
integrar, tampoco humanizar o revalorizar las prácticas económicas,
sociales, políticas y culturales de los pueblos en una nueva
etapa de su desarrollo. Significa todo lo contrario: esencialmente
desintegrar las economías nacionales, para que se incorporen
por la fuerza de la competencia a un nuevo tipo de mercado
mundial. En estas situaciones, la deshumanización es ineludible
pues los individuos buscan entonces concentrar sus esfuerzos
en el rendimiento, en la capacidad de producir cosas, no en
generar ideas, sentimientos o hechos que los acerquen más,
sino que los separen de una vez por todas.
El
énfasis en la producción de objetos, hace individuos más eficientes
y eficaces, pero no más humanos y solidarios. Por eso, bien
puede decirse sin temor a equivocarse, que nunca fue tan cierta
la reflexión de Marx sobre la alienación de las personas respecto
al producto de su trabajo en el capitalismo. La globalización
llevó este fenómeno a extremos insospechados; nos referimos
a la esclavitud que ejercen las mercancías sobre los seres
humanos.
Globalizar
significa "regionalizar", crear nuevos polos de
poder en función de las necesidades inéditas del expansionismo
capitalista. El movimiento pendular que este ha tenido desde
el siglo XVIII, indica ahora que, después de la última guerra
mundial, el poder de generar riqueza se desplace otra vez
hacia el Pacífico, Europa noratlántica y los Estados Unidos.
Pero ello ha supuesto, una readecuación de los mecanismos
compulsivos del poder, para que la regionalización no violente
la sensibilidad nacional de los países de capitalismo avanzado,
aunque implique casi la extinción económica de los de capitalismo
en desarrollo. En la práctica, estos últimos serán sobre todo
consumidores, y no tanto productores. Por eso, otro autor
nos dice que la globalización, para una región como América
Latina, reposa sobre un "desarrollo insostenible"3,
y no tanto en su contrario, como insisten algunos economistas,
tal vez más preocupados por los objetos que por las personas.
Globalizar
es también fomentar la creación de los instrumentos institucionales
más autoritarios de que pueda disponer una determinada sociedad,
para lograr una productividad cada vez más eficiente de los
mercados internacionales (ahora regionalizados), sin que importen
las posibles consecuencias nacionales que ello traiga consigo.
Es decir que se globaliza de afuera hacia adentro, y no al
revés, como razonan, con candor, algunos políticos costarricenses.
De nuestros países se espera únicamente que adecuen sus respuestas
comerciales a lo que acontece en el escenario mundial. Jamás
se espera de ellos que las inventen. Por eso es que la contradicción
vertebral de la globalización es tan notable: impulsar la
libertad de producir objetos de consumo sin discriminación,
pero dentro de unos patrones de productividad profundamente
totalitarios, un totalitarismo que viene definido por la arrogancia
de un mercado capitalista que no duda un segundo en aplastar
al que se le oponga. El paliativo es la creación de zonas
de libre comercio, y de alianzas comerciales que tienden a
beneficiar particularmente al que pone la tecnología, no
la fuerza de trabajo.
La
globalización y las personas.
Si
el énfasis del capitalismo "neo-imperialista" (o
de imperialismo permanente) está puesto sobre la producción
de objetos (y aquí incluimos obviamente al conocimiento y
las comunicaciones, que han terminado cosificados de forma
irreversible), no podemos evitar reflexionar en el sentido
de que hoy un japonés nos resulta familiar por su enorme disciplina
de trabajo, no porque se trate tanto de una persona de etnia
diferente, o de cultura e idioma distintos. La globalización
nos ha enseñado que las personas existen por lo que producen
no por lo que son.
En
esta etapa histórica de la expansión capitalista, el liberalismo
se convierte en la expresión ideológica indubitable del triunfo
de la mercancía sobre las personas. Hablar entonces del "fin
de la historia" no es un asunto con eminencia filosófica,
o puramente académico, es por encima de cualquier otra cosa,
un problema humano; que tiene que ver con nuestra capacidad
de aceptación de si el triunfo de la mercancía sobre las personas,
implica nuestra disposición para aceptar la nueva escala de
valores que promueve la globalización: rendimiento, eficiencia,
competitividad, como virtudes del superhombre que la nueva
moral burguesa cree haber descubierto en este fin de siglo.
La
globalización es un itinerario.
La
industria, el comercio y las finanzas japoneses tienen invertidos
en los Estados Unidos, hasta el momento, unos 70 billones
de dólares. Esto supone decir que, si ambos países están plenamente
globalizados, la competencia por nuevos mercados y nuevas
oportunidades tecnológicas se expresa en la capacidad de manejo
del conocimiento producido y no tanto por el nivel de desgaste
que se produzca de la fuerza de trabajo contratada. Porque
las inversiones japonesas se localizan en el nivel estructural
de la economía norteamericana: la banca, y no en los renglones
periféricos de la misma, como el comercio o la industria de
bienes intermedios. Desde el nivel financiero se ejerce presión
y demandas ejecutivas hacia los otros sectores de inversión.
Porque
si el inversionista japonés trata de "captar" (como
dirían los cubanos) al pequeño y mediano ahorrante norteamericano,
lo hace con el afán de movilizar luego esos fondos hacia los
grandes centros comerciales y a la fabricación de bienes domésticos
perdurables. Pero la cuestión aquí no es de orden puramente
estratégico, tiene que ver con la imaginación y la capacidad
de creación de iniciativas de inversión, que antes ni el más
brillante ejecutivo norteamericano podría haber visto. En
ese sentido, la globalización en manos de los japoneses ha
supuesto incluso engullirse, financieramente, a sectores
clave de la economía estadounidense. Pero esta tiene sus contrapesos,
y es así como la globalización tiene sentido para los ciudadanos
del gigante del Norte.
Mas,
¿qué sucede cuando algo semejante se da en un país como México
o Brasil? ¿Qué pasaría si en Costa Rica el grueso del ahorro
fuera controlado, administrado y reciclado por inversionistas
japoneses o alemanes? ¿Tienen nuestros países los contrapesos
productivos para que la globalización sea competitiva, por
decirlo de alguna manera? La respuesta es definitivamente
no. El endeudamiento externo es la única salida. Con todo
lo que ello implica: desigualdad del crecimiento, el sabotaje
de las tasas de productividad interna, contracción violenta
de la fuerza laboral, y un mercado externo en expansión al
cual únicamente se puede atender, mediante la creación de
alianzas dudosas con socios poderosos que harán todo lo posible
por dejarnos fuera, en el momento en que lo consideren necesario.
Aquí, el impacto sobre el medio ambiente es de sospechosa
importancia, pues hay que recordar que la globalización supone
interés por las cosas, no por las personas, y estas forman
parte de un medio ambiente sujeto a las más feroces presiones
de la lógica productiva del sistema capitalista4.
Desde
la segunda guerra (1939-1945), la redefinición de los mercados
internacionales fue un serio problema para organismos financieros
tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Habían sido instituciones diseñadas originalmente para funcionar
como los grandes tesoreros de los centros decisorios del
capitalismo mundial, pero al final la Guerra Fría contra la
expansión del socialismo real terminó por readecuar las fronteras
financieras en las que actuarían. Los enormes costos de dicha
guerra a favor de la civilización occidental, del cristianismo
y la democracia liberal, contra la barbarie comunista y la
socialización de la pobreza, terminaron con el balance de
poder mismo que había buscado el capitalismo dentro de sus
propias fronteras.
Es
decir que, los Estados Unidos se echaron encima los gastos
militares de la vigilancia policial de ese ideario mencionado
atrás, y los alemanes o los japoneses entre tanto se enriquecían
escandalosamente, pues no les estaba permitido invertir en
armamento o en sostener un ejército. Aunque las cosas han
empezado a cambiar sustancialmente, con particular peligro
en el caso alemán. Esta cruda realidad, se les vino encima
a los norteamericanos cuando tuvo lugar la guerra contra Irak
(1990-1991), la cual les hizo evidente que no podrían enfrentarla
solos, al menos financieramente. Y también les puso ante la
nariz, la triste situación de que ya no eran la potencia económica
que alguna vez fueran, por más esfuerzos que hubieran hecho
por cambiar esta situación Ronald Reagan y George Bush durante
los años ochenta. Resulta que el escenario ya había sido tomado
por otros actores más competentes, y dispuestos a sostener
sus posiciones a cualquier costo.
Es
más, tales escenarios también habían experimentado transformaciones
importantes. Con la caída del socialismo real (porque había
uno ideal que se quedaría en los libros de los filósofos y
los economistas), se venía con ella una alternativa al capitalismo
feroz que querían resucitar en los Estados Unidos. De esta
manera, casi de la noche a la mañana, los alemanes por ejemplo,
se encontraron con que casi 500 millones de nuevos consumidores
les tocaban a la puerta. Lo mismo los japoneses, a quienes
los chinos comerciales hacían guiños desde los inicios de
la década presente. Hablamos de un mercado potencial de más
de mil millones de personas.
Para
los Estados Unidos esta reestructuración internacional de
los centros de poder significó entre otras cosas, tomar consciencia
de nuevo de que sus mercados naturales eran los latinoamericanos.
El problema consistía en darse cuenta también de que, de esos
500 millones de latinos, casi las dos terceras partes estaban
incapacitadas para comprar lo que ellos les venderían. El
Tratado de Libre Comercio por ejemplo, firmado en 1993 con
Canadá y México, le abrió a los estados Unidos nuevas sendas
para aplicar medios más eficaces de presión sobre la "hiper-modernización"
capitalista de países como México, Brasil, Argentina y Chile.
La
lógica financiera indicaba que a los países de capitalismo
super-desarrollado, deberían corresponderles "mega-mercados",
es decir, no tanto mercados de grandes proporciones, sino
de poderosa capacidad de compra. La realidad retrataba otra
cosa. Si la modernidad decimonónica ni siquiera se anunciaba
en algunos países de América Latina, ¿cómo pedirles entonces
que actuaran como consumidores pos-modernos? En ese sentido,
el narco-tráfico venía a ser el puente, construido desde el
capitalismo super-desarrollado, para que países como Perú,
Bolivia, Colombia y México, saltaran a la pos-modernidad,
olvidándose de una modernidad inconclusa. Esa sería la situación,
al menos para algunos grupos sociales, en América Latina:
sentirse mega-consumidores en un mundo de micro-productores.
Decimos entonces que, en América Latina quienes están realmente
globalizados son los carteles de la droga. Y al capitalismo
super-desarrollado esto le resulta beneficioso pues, a pesar
de la doble moral con que juega, las ventas de desperdicios
militares hoy pagan como nunca; no olvidemos algo de relevancia
para este mismo propósito de análisis: la aparente conclusión
de la Guerra Fría (y su siniestra silueta nuclear) abrió paso
a los nacionalismos y a la xenofobia más feroces, por lo tanto
las guerras y el armamento convencionales han vuelto a ser
un tema que merece atención. Los grandes abastecedores de
armamento de ayer, son hoy los grandes socios de los capos
de la coca, en diferentes partes del planeta.
La
globalización es un itinerario porque desde las guerras del
opio (durante la primera parte del siglo XIX) hasta los grandes
conflictos con los narco-traficantes del presente, las aspiraciones
fundamentales del capitalismo no han variado: encontrar y
seducir, en donde quiera que esté, a ese consumidor soñado,
acrítico, irracional y compulsivo hasta la médula. De esta
guisa, la globalización no es sólo un asunto financiero o
puramente económico, es también moral, y tiene que ver mucho
con los aspectos humanos de un cambio de estrategia de expansión
del capitalismo que deja intactos los viejos elementos del
imperialismo: obligar a la gente a consumir lo que no necesita.
Por eso hablamos de imperialismo permanente, uno que cambia
y se adapta pero sin abandonar sus delirios totalitarios más
preciados.
La
globalización es una estrategia.
Digamos,
para empezar esta sección, que con la globalización han desaparecido
los estados nacionales. O al menos su perímetro de acción
se ha tornado cada vez más difícil de precisar. Esto se debe
en principio a que las transnacionales los están relevando
en aspectos centrales de su antiguo quehacer. También puede
decirse lo mismo de organismos como el Fondo Monetario Internacional,
el Banco Mundial o el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas. Aspectos antes considerados privativos de los ejercicios
institucionales de los antiguos estados-nación son retomados
hoy por aquellas entidades, lo que provoca una desagradable
sensación en los políticos del Tercer Mundo sobre todo, de
que alguien los desaloja de sus esferas de influencia. Cuando
se invade Panamá (1989), o se le hace la guerra a Irak (1990-1991),
se les dice a estos pueblos que, la forma en que manejen sus
asuntos privados o domésticos puede a la larga afectar la
seguridad internacional. Por lo tanto, hay que enderezarlos
y volverlos al redil, con lo que la autodeterminación de los
pueblos sale seriamente lesionada5.
La
globalización redefine entonces la vieja noción de frontera
(puesta a punto como criterio burgués de la nacionalidad,
sobre todo durante las guerras napoleónicas, 1799-1815) y
reintroduce otra reliquia de la teoría de las relaciones internacionales:
la concepción monárquica (Congreso de Viena, 1815) de que
la seguridad de unos es la seguridad de todos, lo que una
política económica nacional liberal es a una proteccionista.
Cuando las distinciones entre la esfera de lo privado
y lo público se vuelven indescifrables, el imperialismo permanente
acude a la fuerza bruta. Es a este respecto que el caso de
Cuba le resulta un enigma al Departamento de Estado norteamericano,
porque las razones de orden ideológico, político o militar
ya no son válidas para explicar sus acciones contra los habitantes
de esa sufrida isla. La agenda imperialista ha cambiado tanto
sus contenidos, que hoy los afanes por destruir la revolución
cubana tienen muy poco que ver con la seguridad nacional y
más con asuntos de orden étnico y económico. El supuesto
restablecimiento de la "democracia" en Cuba, implicaría
a la larga deshacerse de muchos cubanos indeseables que habitan
Miami.
Desde
la óptica del Departamento de Estado, Cuba es más bien un
cliente incapaz de comprender las bondades del capitalismo
norteamericano que una amenaza a las razones ideológicas de
ese mismo sistema. Al desaparecer el contexto que les dio
sentido ideológico, quedan solamente las respuestas más salvajes
del capitalismo, para explicar las leyes migratorias recientes
en los Estados Unidos. Como el socialismo cubano no reposa
sobre el criterio de las ganancias individuales, es una detestable
práctica económica que hay que eliminar, no porque pueda convertirse
en un mal ejemplo (como se pensó durante la época de la Alianza
para el Progreso, 1962), sino porque no posibilita el consumismo
desenfrenado que predican los Estados Unidos. Cuando se refieren
a la supuesta democratización de la isla, las presiones de
la comunidad empresarial cubana radicada en la Florida van
por ese lado, y no tanto por el de la destrucción de la institucionalidad
emblemática de la revolución. Esta tiene demasiado peso moral
para tratarla con displicencia. La dialéctica del bloqueo
lleva esa orientación precisa: sabotear el modelo económico
cubano, para que este despliegue todas sus posibilidades críticas.
El viejo imperialismo actúa otra vez: hay que obligar a la
gente a consumir lo que no necesita.
La
globalización es "imperialismo permanente".
"La
lucha por la competencia entre empresas transnacionales tiende
a concentrar más y más inversiones en los gastos de transacción
a costa de los gastos productivos, y si los perdedores procuran
equilibrar su balanza comercial con una carrera armamentista
cuyo gasto improductivo se tiende a transferir a los ganadores,
observaremos en el ámbito global un crecimiento económico
estancado, que incluso puede llegar a ser negativo, abriendo
un período de depresión"6.
El
devastador período depresivo que se inicia en la economía
occidental en octubre de 1987 no es fortuito entonces. Pero
explicar este asunto desde una perspectiva eminentemente coyuntural
puede conducir a errores de considerables proporciones. Por
eso es que algunos autores han terminado por hacer labor de
historiadores, aún cuando su formación profesional no los
autorice por completo a ello. Es que, si sostenemos que la
globalización se inicia en la segunda parte del siglo pasado
con el despunte del imperialismo, nuestra afirmación puede
agotarse como un simple tópico de orden cronológico. Y nos
tememos que no es tan sencillo; porque ya lo decíamos páginas
atrás, el sistema económico, el capitalismo, cambia, se modifica,
se adapta, pero las prácticas imperialistas siguen sin sufrir
la más leve variación. ¿Qué diferencia de naturaleza y propósito
puede haber entre las innumerables invasiones a Nicaragua,
durante las tres primeras décadas de este siglo, y la más
reciente a Panamá (1989)?
Sin
embargo, no se debería eludir la relación inevitable entre
las crisis del sistema económico y las consecuentes reacciones
políticas y militares del imperialismo. La cita que encabeza
esta sección contiene un pronóstico histórico incuestionable:
la globalización obligará a los países del capitalismo central
a tomar acciones imperialistas cada vez más arriesgadas y
decisivas. Los casos de Irak y Cuba pueden resultar modestos
ante los que se avecinan en Europa del Este, el Pacífico o
Africa. Todavía más peligrosos cuando se piensa que los verdaderos
depredadores del planeta son los pueblos del Tercer Mundo,
y que su crecimiento demográfico debería ser controlado o
detenido de algún modo7.
Este tipo de sugerencia fascista era propio de algunas agencias
internacionales a principios de la descolonización que produjo
la segunda guerra mundial (1939-1945), pero asusta (aunque
no sorprende) que se argumente de esta manera para legitimar
el expansionismo capitalista, que hoy llamamos globalización.
Una nueva palabra para una estrategia que ya conocemos desde
hace mucho tiempo.
Bien
se sabe (y la ignorancia de esto sí sorprende), que los verdaderos
despilfarradores son los países capitalistas centrales. Las
riquezas del planeta adquieren dimensión social cuando el
trabajo que las genera es trabajo productivo, es decir ese
tipo de trabajo que crea valor para beneficio de todos. Pero
cuando el que se las apropia es el trabajador improductivo,
el alto ejecutivo de las transnacionales globalizadas, o de
las agencias multinacionales, el sistema económico aplica
aquí un expediente ya conocido y de altos rendimientos: la
rapiña, que supone devastar el medio ecológico, el ambiente
cultural, la tradición y a los seres humanos que son diferentes
por su etnia, su sexo, o sus hábitos y costumbres. Esa es
la orientación que llevan las propuestas neo-malthusianas
de la globalización: el control de la población hace posible
la creación de mercados reales, y no de mercados ficticios
con un poder compra insignificante.
Un
contexto de esa naturaleza produce individuos para los que
la educación, la cultura, la democracia y la tolerancia son
meros acertijos que no explican absolutamente nada, cuando
el sistema está arriesgando su sobrevivencia porque millones
de desarrapados o pueden controlar sus apetitos sexuales.
Por eso es que la globalización pareciera no haber sido pensada
para incluir a la gente del Tercer Mundo, puesto que ahí no
se produce, sólo se consume; y para colmo se trata de malos
consumidores. Sin embargo, si la globalización fue originalmente
ideada para incluir solamente a los países ricos, que son
capaces de generar, administrar y reinvertir sus ganancias
individuales, el consumidor del Tercer Mundo (con la excepción
del narcotraficante) sólo puede ser un componente estadístico
y no cualitativo. La globalización es una mala inversión para
los países ricos en el mundo de los pobres, porque hay que
ayudarlos a consumir, hay que darles el dinero, la asesoría
y la orientación que les ayude a utilizar lo que el mundo
de los ricos tiene que ofrecerles.
Consideraciones
finales.
¿Qué
es entonces finalmente la globalización?, se preguntará el
lector. La globalización es una estrategia novedosa aplicada
a los viejos problemas del capitalismo, nos referimos a sus
perennes preocupaciones por crear nuevos mercados y nuevos
consumidores. Tratemos de recoger algunos aspectos centrales
de esa formulación:
1.
Algunos países del capitalismo desarrollado se sirven de ella
para volver a sus prácticas imperialistas más conocidas.
2.
Supone, entre otras cosas, la regionalización de los mercados
y la centralización financiera de los recursos económicos
del planeta.
3.
Considera que los países pobres son malos consumidores y por
lo tanto hay que "invitarlos" a transformarse en
buenos compradores de la producción de los países ricos.
4.
Percibe a los estados nacionales como figuras obsoletas, sin
sentido en un momento donde cuentan esencialmente los mercados
transnacionales.
5.
La globalización supone un énfasis importante en el rendimiento,
la eficacia, la capacidad de producción de los individuos,
antes que en sus ideas, sentimientos o historia personal.
Pero
la globalización, más que cualquier otra cosa, es una salida
desesperada a la crítica situación del sistema capitalista,
que desde los inicios de la revolución industrial (allá por
1770), nunca logró superar su permanente estado depresivo.
Es curioso, el sistema capitalista aprendió a vivir y a manejar
sus depresiones, pero nunca remontó su recurrencia crónica.
De aquí que las salidas policiales le sean tan familiares,
el imperialismo le surtió con los instrumentos requeridos
para tal propósito.
El
meollo de toda esta cuestión es que, en América Latina, y
en países como Costa Rica, la mayor parte de las personas
cree que la globalización es un proceso inevitable, y que,
más bien, deberíamos ajustarnos a él para vivir felices y
productivos. En el borde antropológico de todo esto está el
Hombre, así con mayúscula, y es deber de los intelectuales
(un maestro de escuela lo es) denunciar y combatir, hasta
dónde sea posible, las consecuencias de un itinerario que,
en la era de la pos-Guerra Fría, sólo puede conducir a más
deshumanización, y a más explotación y saqueo de los pueblos
pobres de este desafortunado planeta.
Si
algo no es la globalización es solidaridad y espíritu de tolerancia
con los vecinos del siglo XXI. ¿Qué harán?
1
Historiador costarricense (1952) colaborador permanente de
ESCÁNER CULTURAL desde su nùmero 14.
2
MURILLO, Carlos. GLOBALIZACIÓN Y LAS NUEVAS ESTRATEGIAS DE
DESARROLLO (Ponencia presentada en el V Congreso latinoamericano
de educación comercial. Universidad Nacional, Costa Rica.
1995) p.1.
3
DIERCKXSENS, Wim. DE LA GLOBALIZACIÓN A LA PERESTROIKA OCCIDENTAL
(San José, Costa Rica: DEI. 1994). P. 174.
4
MARTÍNEZ CASTILLO, Róger. "El proceso de globalización
y su influencia ambiental". TÓPICOS DEL HUMANISMO (Universidad
Nacional. Centro de Estudios Generales. Octubre de 1996. No.
17).
5
EZCURRA, Ana María. "Globalización y estrategia externa
de los Estados Unidos en la pos-Guerra Fría". REVISTA
PASOS ESPECIAL (San José: DEI. No. 4-1994) Pp. 11-35.
6
DIERCKXSENS, Wim. "Globalización: límites de crecimiento
e historicidad de las transnacionales". REVISTA PASOS
ESPECIAL (San José: DEI. No. 4-1994) P.9.
7
KENNEDY, Paul. HACIA EL SIGLO XXI (Barcelona: Plaza y Janés.
1993) P.50.