Santiago de Chile. 
Revista Virtual. 
Año 3   
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
EDICIÓN ESPECIAL
nº 17
Diciembre de 2001. 

escaner cultural
ESTUDIOS DE HISTORIA DE LA CULTURA

GLOBALIZACIÓN
O
IMPERIALISMO PERMANENTE

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

"Lo más real, los hombres, está al servicio de una abstracción ideológica".
Octavio Paz.

Presentación.

Este será un artìculo sobre un tema muy simple, pero al mismo tiempo muy complejo. Una frase inicial así podría sonarle a muchos totalmente contraproducente pero, es nuestra intención ser lo más honesto posible con el lector: la simplicidad a que nos referimos es terminológica, la confusión es de los  medios social y académico, que aún no acaban por comprender qué fue lo que pasó con la crisis de los paradigmas analíticos heredados por el siglo XVIII. Entonces, ¿cómo se hace para que la simplicidad conceptual sea coherente con un escenario intelectual más repleto de preguntas que de respuestas? Hay salidas teóricas, metodológicas y técnicas. Veamos algunas.

Ahora bien, como las aspiraciones  de este capítulo son esencialmente didácticas, las pretensiones teórico-metodológicas deberán ser pospuestas para un mejor momento, pero algunos aspectos técnicos sí pueden ser abordados sin riesgo de superficialidad por el mero hecho del interés enciclopédico de nuestros lectores. De ninguna manera subestimamos a estos últimos al posponer las preocupaciones de teoría y método, es que, cuando se trata de la "globalización", del "imperialismo" y del "capitalismo", la investigación erudita es de tal calibre que se requiere una obra especializada para tratarlos a fondo. Por eso, este trabajo se centrará básicamente en las expresiones más taxativas (léase técnicas) de aquellos asuntos que aquí no podrán ser abordados con toda su riqueza y complejidad. Para eso, brindaremos al lector algunas sugerencias bibliográficas y algunas notas proporcionales a la orientación de este capítulo, y también a los posibles intereses posteriores que éste pueda despertarle.

Cuestiones de terminología.

Decía hace poco un economista costarricense que "la globalización es, eminentemente, un fenómeno tecnológico que permea la cultura, las relaciones sociales y, en general, la forma en cómo las sociedades funcionan"2. Nos tememos que el contenido de esta afirmación no es coherente con el resto del artículo, pues el mismo autor despliega otros asuntos no necesariamente vinculados con elementos técnicos. Pero la frase es útil por dos razones básicas, a propósito de las intenciones esenciales de este capítulo:

La globalización es un proceso y no sólo un momento en la nueva estrategia de expansión del sistema capitalista.

La globalización afecta sobre todo a las personas, y no sólo a la riqueza material de las sociedades de capitalismo avanzado.

Con estos conceptos en mente, vamos a tratar de introducir al lector en las dimensiones posibles de la globalización.

La globalización como proceso.

La gente tiende a creer que la globalización es un capítulo totalmente nuevo del desarrollo histórico del capitalismo. Si vamos a ser rigurosos el mismo ha avanzado indefectiblemente hacia ahí,  casi desde los momentos iniciales en que empieza a figurar históricamente. Digamos que, la globalización era la consecuencia inevitable de tal proceso histórico. Que se haya presentado después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945),  era la necesaria respuesta de una expansión imperialista en crisis desde los años setenta del siglo pasado, a los nuevos retos planteados por el capitalismo en la segunda mitad de este siglo.

Globalizar en la terminología  "neo-imperialista"  no significa integrar, tampoco humanizar o revalorizar las prácticas económicas, sociales, políticas y culturales de los pueblos en una nueva etapa de su desarrollo. Significa todo lo contrario: esencialmente desintegrar las economías nacionales, para que se incorporen por la fuerza de la competencia a un nuevo tipo de mercado mundial. En estas situaciones, la deshumanización es ineludible pues los individuos buscan entonces concentrar sus esfuerzos en el rendimiento, en la capacidad de producir cosas, no en generar ideas, sentimientos o hechos que los acerquen más, sino que los separen de una vez por todas.

El énfasis en la producción de objetos, hace individuos más eficientes y eficaces, pero no más humanos y solidarios. Por eso, bien puede decirse sin temor a equivocarse, que nunca fue tan cierta la reflexión de Marx sobre la alienación de las personas respecto al producto de su trabajo en el capitalismo. La globalización llevó este fenómeno a extremos insospechados; nos referimos a la esclavitud que ejercen las mercancías sobre los seres humanos. 

Globalizar significa "regionalizar", crear nuevos polos de poder en función de las necesidades inéditas del expansionismo capitalista. El movimiento pendular que este ha tenido desde el siglo XVIII, indica ahora que, después de la última guerra mundial, el poder de generar riqueza se desplace otra vez hacia el Pacífico, Europa noratlántica y los Estados Unidos. Pero ello ha supuesto, una readecuación de los mecanismos compulsivos del poder, para que la regionalización no violente la sensibilidad nacional de los países de capitalismo avanzado, aunque implique casi la extinción económica de los de capitalismo en desarrollo. En la práctica, estos últimos serán sobre todo consumidores, y no tanto productores. Por eso, otro autor nos dice que la globalización, para una región como América Latina, reposa sobre un "desarrollo insostenible"3, y no tanto en su contrario, como insisten algunos economistas, tal vez más preocupados por los objetos que por las personas.

Globalizar es también fomentar la creación de los instrumentos institucionales más autoritarios de que pueda disponer una determinada sociedad, para lograr una productividad cada vez más eficiente de los mercados internacionales (ahora regionalizados), sin que importen las posibles consecuencias nacionales que ello traiga consigo. Es decir que se globaliza de afuera hacia adentro, y no al revés, como razonan, con candor, algunos políticos costarricenses. De nuestros países se espera únicamente que adecuen sus respuestas comerciales a lo que acontece en el escenario mundial. Jamás se espera de ellos que las inventen. Por eso es que la contradicción vertebral de la globalización es tan notable: impulsar la libertad de producir objetos de consumo sin discriminación,  pero dentro de unos patrones de productividad profundamente totalitarios, un totalitarismo que viene definido por la arrogancia de un mercado capitalista que no duda un segundo en aplastar al que se le oponga. El paliativo es la creación de zonas de libre comercio, y de alianzas comerciales que tienden a beneficiar particularmente al que pone la tecnología,  no la fuerza de trabajo.

La globalización y las personas.

Si el énfasis del capitalismo "neo-imperialista"  (o de imperialismo permanente) está puesto sobre la producción de objetos (y aquí incluimos obviamente al conocimiento y las comunicaciones, que han terminado cosificados de forma irreversible), no podemos evitar reflexionar en el sentido de que hoy un japonés nos resulta familiar por su enorme disciplina de trabajo, no porque se trate tanto de una persona de etnia diferente, o de cultura e idioma distintos. La globalización nos ha enseñado que las personas existen por lo que producen no por lo que son. 

En esta etapa histórica de la expansión capitalista, el liberalismo se convierte en la expresión ideológica indubitable del triunfo de la mercancía sobre las personas. Hablar entonces del "fin de la historia"  no es un asunto con eminencia filosófica, o puramente académico, es por encima de cualquier otra cosa, un problema humano; que tiene que ver con nuestra capacidad de aceptación de si el triunfo de la mercancía sobre las personas, implica nuestra disposición para aceptar la nueva escala de valores que promueve la globalización: rendimiento, eficiencia, competitividad,  como virtudes del superhombre que la nueva moral burguesa cree haber descubierto en este fin de siglo.

La globalización es un itinerario.

La industria, el comercio y las finanzas japoneses tienen invertidos en los Estados Unidos, hasta el momento, unos 70 billones de dólares. Esto supone decir que, si ambos países están plenamente globalizados, la competencia por nuevos mercados y nuevas oportunidades tecnológicas se expresa en la capacidad de manejo del conocimiento producido y no tanto por el nivel de desgaste que se produzca de la fuerza de trabajo contratada. Porque las inversiones japonesas se localizan en el nivel estructural de la economía norteamericana: la banca, y no en los renglones periféricos de la misma, como el comercio o la industria de bienes intermedios. Desde el nivel financiero se ejerce presión y demandas ejecutivas hacia los otros sectores de inversión.

Porque si el inversionista japonés trata de "captar"  (como dirían los cubanos) al pequeño y mediano ahorrante norteamericano, lo hace con el afán de movilizar luego esos fondos hacia los grandes centros comerciales y a la fabricación de bienes domésticos perdurables. Pero la cuestión aquí no es de orden puramente estratégico, tiene que ver con la imaginación y la capacidad de creación de iniciativas de inversión, que antes ni el más brillante ejecutivo norteamericano podría haber visto.  En ese sentido, la globalización en manos de los japoneses ha supuesto incluso engullirse, financieramente,  a sectores clave de la economía estadounidense. Pero esta tiene sus contrapesos, y es así como la globalización tiene sentido para los ciudadanos del gigante del Norte.

Mas, ¿qué sucede cuando algo semejante se da en un país como México o Brasil? ¿Qué pasaría si en Costa Rica el grueso del ahorro fuera controlado, administrado y reciclado por inversionistas japoneses o alemanes? ¿Tienen nuestros países los contrapesos productivos para que la globalización sea competitiva, por decirlo de alguna manera? La respuesta es definitivamente no. El endeudamiento externo es la única salida. Con todo lo que ello implica: desigualdad del crecimiento, el sabotaje de las tasas de productividad interna, contracción violenta de la fuerza laboral, y un mercado externo en expansión al cual únicamente se puede atender, mediante la creación de alianzas  dudosas con socios poderosos que harán todo lo posible por dejarnos fuera, en el momento en que lo consideren necesario. Aquí, el impacto sobre el medio ambiente es de sospechosa importancia, pues hay que recordar que la globalización supone interés por las cosas, no por las personas, y estas forman parte de un medio ambiente sujeto a las más feroces presiones de la lógica productiva del sistema capitalista4.

Desde la segunda guerra (1939-1945), la redefinición de los mercados internacionales fue un serio problema para organismos financieros tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Habían sido instituciones diseñadas originalmente para funcionar como  los grandes tesoreros de los centros decisorios del capitalismo mundial, pero al final la Guerra Fría contra la expansión del socialismo real terminó por readecuar las fronteras financieras en las que actuarían. Los enormes costos de dicha guerra a favor de la civilización occidental, del cristianismo y la democracia liberal, contra la barbarie comunista y la socialización de la pobreza, terminaron con el balance de poder mismo que había buscado el capitalismo dentro de sus propias fronteras.

Es decir que, los Estados Unidos se echaron encima los gastos militares de la vigilancia policial de ese ideario mencionado atrás,  y los alemanes o los japoneses entre tanto se enriquecían escandalosamente, pues no les estaba permitido invertir en armamento o en sostener un ejército. Aunque las cosas han empezado a cambiar sustancialmente,  con particular peligro en el caso alemán. Esta cruda realidad, se les vino encima a los norteamericanos cuando tuvo lugar la guerra contra Irak (1990-1991), la cual les hizo evidente que no podrían enfrentarla solos, al menos financieramente. Y también les puso ante la nariz, la triste situación de que ya no eran la potencia económica que alguna vez fueran, por más esfuerzos que hubieran hecho por cambiar esta situación Ronald Reagan y George Bush durante los años ochenta. Resulta que el escenario ya había sido tomado por otros actores más competentes, y dispuestos a sostener sus posiciones a cualquier costo.

Es más, tales escenarios también habían experimentado transformaciones importantes. Con la caída del socialismo real (porque había uno ideal que se quedaría en los libros de los filósofos y los economistas), se venía con ella una alternativa al capitalismo feroz que querían resucitar en los Estados Unidos. De esta manera, casi de la noche a la mañana, los alemanes por ejemplo, se encontraron con que casi 500 millones de nuevos consumidores les tocaban a la puerta. Lo mismo los japoneses, a quienes los chinos comerciales hacían guiños desde los inicios de la década presente. Hablamos de un mercado potencial de más de mil millones de personas.

Para los Estados Unidos esta reestructuración internacional de los centros de poder significó entre otras cosas, tomar consciencia de nuevo de que sus mercados naturales eran los latinoamericanos. El problema consistía en darse cuenta también de que, de esos 500 millones de latinos, casi las dos terceras partes estaban incapacitadas para comprar lo que ellos les venderían. El Tratado de Libre Comercio por ejemplo, firmado en 1993 con Canadá y México, le abrió a los estados Unidos nuevas sendas para aplicar medios más eficaces de presión sobre la "hiper-modernización"  capitalista de países como México, Brasil, Argentina y Chile.

La lógica financiera indicaba que a los países de capitalismo super-desarrollado, deberían corresponderles "mega-mercados",  es decir, no tanto mercados de grandes proporciones, sino de poderosa capacidad de compra. La realidad retrataba otra cosa. Si la modernidad decimonónica ni siquiera se anunciaba en algunos países de América Latina, ¿cómo pedirles entonces que actuaran como consumidores pos-modernos?  En ese sentido, el narco-tráfico venía a ser el puente, construido desde el capitalismo super-desarrollado, para que países como Perú, Bolivia, Colombia y México, saltaran a la pos-modernidad, olvidándose de una modernidad inconclusa. Esa sería la situación, al menos para algunos grupos sociales, en América Latina: sentirse mega-consumidores en un mundo de micro-productores. Decimos entonces que, en América Latina quienes están realmente globalizados son los carteles de la droga. Y al capitalismo super-desarrollado esto le resulta beneficioso pues, a pesar de la doble moral con que juega, las ventas de desperdicios militares hoy pagan como nunca; no olvidemos algo de relevancia para este mismo propósito de análisis: la aparente conclusión de la Guerra Fría (y su siniestra silueta nuclear) abrió paso a los nacionalismos y a la xenofobia más feroces, por lo tanto las guerras y el armamento convencionales han vuelto a ser un tema que merece atención. Los grandes abastecedores de armamento de ayer, son hoy los grandes socios de los capos de la coca, en diferentes partes del planeta.

 La globalización es un itinerario porque desde las guerras del opio (durante la primera parte del siglo XIX) hasta los grandes conflictos con los narco-traficantes del presente,  las aspiraciones fundamentales del capitalismo no han variado: encontrar y seducir, en donde quiera que esté, a ese consumidor soñado, acrítico, irracional y compulsivo hasta la médula. De esta guisa, la globalización no es sólo un asunto financiero o puramente económico, es también moral, y tiene que ver mucho con los aspectos humanos de un cambio de estrategia de expansión del capitalismo que deja intactos los viejos elementos del imperialismo: obligar a la gente a consumir lo que no necesita. Por eso hablamos de imperialismo permanente, uno que cambia y se adapta pero sin abandonar sus delirios totalitarios más preciados.

La globalización es una estrategia.

Digamos, para empezar esta sección, que con la globalización han desaparecido los estados nacionales. O al menos su perímetro de acción se ha tornado cada vez más difícil de precisar. Esto se debe en principio a que las transnacionales los están relevando en aspectos centrales de su antiguo quehacer. También puede decirse lo mismo de organismos como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Aspectos antes considerados privativos de los ejercicios institucionales de los antiguos estados-nación son retomados hoy por aquellas entidades, lo que provoca una desagradable sensación en los políticos del Tercer Mundo sobre todo, de que alguien los desaloja de sus esferas de influencia. Cuando se invade Panamá (1989), o se le hace la guerra a Irak (1990-1991), se les dice a estos pueblos que, la forma en que manejen sus asuntos privados o domésticos puede a la larga afectar la seguridad internacional. Por lo tanto, hay que enderezarlos y volverlos al redil, con lo que la autodeterminación de los pueblos sale seriamente lesionada5.

La globalización redefine entonces la vieja noción de frontera (puesta a punto como criterio burgués de la nacionalidad, sobre todo durante las guerras napoleónicas, 1799-1815) y reintroduce otra reliquia de la teoría de las relaciones internacionales: la concepción monárquica  (Congreso de Viena, 1815) de que la seguridad de unos es la seguridad de todos, lo que una política económica nacional liberal es a una proteccionista.

   Cuando las distinciones entre la esfera de lo privado y lo público se vuelven indescifrables, el imperialismo permanente acude a la fuerza bruta. Es a este respecto que el caso de Cuba le resulta un enigma al Departamento de Estado norteamericano, porque las razones de orden ideológico, político o militar ya no son válidas para explicar sus acciones contra los habitantes de esa sufrida isla. La agenda imperialista ha cambiado tanto sus contenidos, que hoy los afanes por destruir la revolución cubana tienen muy poco que ver con la seguridad nacional y más con asuntos de orden étnico y económico.  El supuesto restablecimiento de la "democracia" en Cuba, implicaría a la larga deshacerse de muchos cubanos indeseables que habitan Miami.

 Desde la óptica del Departamento de Estado, Cuba es más bien un cliente incapaz de comprender las bondades del capitalismo norteamericano que una amenaza a las razones ideológicas de ese mismo sistema. Al desaparecer el contexto que les dio sentido ideológico, quedan solamente las respuestas más salvajes del capitalismo, para explicar las leyes migratorias recientes en los Estados Unidos. Como el socialismo cubano no reposa sobre el criterio de las ganancias individuales, es una detestable  práctica económica que hay que eliminar, no porque pueda convertirse en un mal ejemplo (como se pensó durante la época de la Alianza para el Progreso, 1962), sino porque no posibilita el consumismo desenfrenado que predican los Estados Unidos. Cuando se refieren a la supuesta democratización de la isla, las presiones de la comunidad empresarial cubana radicada en la Florida van por ese lado, y no tanto por el de la destrucción de la institucionalidad emblemática de la revolución. Esta tiene demasiado peso moral para tratarla con displicencia. La dialéctica del bloqueo lleva esa orientación precisa: sabotear el modelo económico cubano, para que este despliegue todas sus posibilidades críticas. El viejo imperialismo actúa otra vez: hay que obligar a la gente a consumir lo que no necesita.

La globalización es "imperialismo permanente".

"La lucha por la competencia entre empresas transnacionales tiende a concentrar más y más inversiones en los gastos de transacción a costa de los gastos productivos, y si los perdedores procuran equilibrar su balanza comercial con una carrera armamentista cuyo gasto improductivo se tiende a transferir a los ganadores, observaremos en el ámbito global un crecimiento económico estancado, que incluso puede llegar a ser negativo, abriendo un período de depresión"6.

El devastador período depresivo que se inicia en la economía occidental en octubre de 1987 no es fortuito entonces. Pero explicar este asunto desde una perspectiva eminentemente coyuntural puede conducir a errores de considerables proporciones. Por eso es que algunos autores han terminado por hacer labor de historiadores, aún cuando su formación profesional no los autorice por completo a ello. Es que, si sostenemos que la globalización se inicia en la segunda parte del siglo pasado con el despunte del imperialismo, nuestra afirmación puede agotarse como un simple tópico de orden cronológico. Y nos tememos que no es tan sencillo; porque ya lo decíamos páginas atrás, el sistema económico, el capitalismo, cambia, se modifica, se adapta, pero las prácticas imperialistas siguen sin sufrir la más leve variación. ¿Qué diferencia de naturaleza y propósito puede haber entre las innumerables invasiones a Nicaragua, durante las tres primeras décadas de este siglo, y la más reciente a Panamá  (1989)?

Sin embargo, no se debería eludir la relación inevitable entre las crisis del sistema económico y las consecuentes reacciones políticas y militares del imperialismo. La cita que encabeza esta sección contiene un pronóstico histórico incuestionable: la globalización obligará a los países del capitalismo central a tomar acciones imperialistas cada vez más arriesgadas y decisivas. Los casos de Irak y Cuba pueden resultar modestos ante los que se avecinan en Europa del Este, el Pacífico o Africa.  Todavía más peligrosos cuando se piensa que los verdaderos depredadores del planeta son los pueblos del Tercer Mundo, y que su crecimiento demográfico debería ser controlado o detenido de algún modo7. Este tipo de sugerencia fascista era propio de algunas agencias internacionales a principios de la descolonización que produjo la segunda guerra mundial (1939-1945), pero asusta (aunque no sorprende) que se argumente de esta manera para legitimar el expansionismo capitalista, que hoy llamamos globalización. Una nueva palabra para una estrategia que ya conocemos desde hace mucho tiempo.

Bien se sabe (y la ignorancia de esto sí sorprende), que los verdaderos despilfarradores son los países capitalistas centrales. Las riquezas del planeta adquieren dimensión social cuando el trabajo que las genera es trabajo productivo, es decir ese tipo de trabajo que crea valor para beneficio de todos. Pero cuando el que se las apropia es el trabajador improductivo, el alto ejecutivo de las transnacionales globalizadas, o de las agencias multinacionales, el sistema económico aplica aquí un expediente ya conocido y de altos rendimientos: la rapiña, que supone devastar el medio ecológico, el ambiente cultural, la tradición y a los seres humanos que son diferentes por su etnia, su sexo, o sus hábitos y costumbres. Esa es la orientación que llevan las propuestas neo-malthusianas de la globalización: el control de la población hace posible la creación de mercados reales, y no de mercados ficticios con un poder compra insignificante.

Un contexto de esa naturaleza produce individuos para los que la educación, la cultura, la democracia y la tolerancia son meros acertijos que no explican absolutamente nada, cuando el sistema está arriesgando su sobrevivencia porque millones de desarrapados o pueden controlar sus apetitos sexuales. Por eso es que la globalización pareciera no haber sido pensada para incluir a la gente del Tercer Mundo, puesto que ahí no se produce, sólo se consume; y para colmo se trata de malos consumidores. Sin embargo, si la globalización fue originalmente ideada para incluir solamente a los países ricos, que son capaces de generar, administrar y reinvertir sus ganancias individuales, el consumidor del Tercer Mundo (con la excepción del narcotraficante) sólo puede ser un componente estadístico y no cualitativo. La globalización es una mala inversión para los países ricos en el mundo de los pobres, porque hay que ayudarlos a consumir, hay que darles el dinero, la asesoría y la orientación que les ayude a utilizar lo que el mundo de los ricos tiene que ofrecerles.

Consideraciones finales.

¿Qué es entonces finalmente la globalización?, se preguntará el lector. La globalización es una estrategia novedosa aplicada a los viejos problemas del capitalismo, nos referimos a sus perennes preocupaciones por crear nuevos mercados y nuevos consumidores. Tratemos de recoger algunos aspectos centrales de esa formulación:

1. Algunos países del capitalismo desarrollado se sirven de ella para volver a sus prácticas imperialistas más conocidas.

2. Supone, entre otras cosas, la regionalización de los mercados y la centralización financiera de los recursos económicos del planeta.

3. Considera que los países pobres son malos consumidores y por lo tanto hay que "invitarlos" a transformarse en buenos compradores de la producción de los países ricos.

4. Percibe a los estados nacionales como figuras obsoletas, sin sentido en un momento donde cuentan esencialmente los mercados transnacionales.

5. La globalización supone un énfasis importante en el rendimiento, la eficacia, la capacidad de producción de los individuos, antes que en sus ideas, sentimientos o historia personal.

Pero la globalización, más que cualquier otra cosa, es una salida desesperada a la crítica situación del sistema capitalista, que desde los inicios de la revolución industrial (allá por 1770), nunca logró superar su permanente estado depresivo. Es curioso, el sistema capitalista aprendió a vivir y a manejar sus depresiones, pero nunca remontó su recurrencia crónica. De aquí que las salidas policiales le sean tan familiares, el imperialismo le surtió con los instrumentos requeridos para tal propósito.

El meollo de toda esta cuestión es que, en América Latina, y en países como Costa Rica, la mayor parte de las personas cree que la globalización es un proceso inevitable, y que, más bien, deberíamos ajustarnos a él para vivir felices y productivos. En el borde antropológico de todo esto está el Hombre, así con mayúscula, y es deber de los intelectuales (un maestro de escuela lo es) denunciar y combatir, hasta dónde sea posible, las consecuencias de  un itinerario que, en la era de la pos-Guerra Fría, sólo puede conducir a más deshumanización, y a más explotación y saqueo de los pueblos pobres de este desafortunado planeta.

Si algo no es la globalización es solidaridad y espíritu de tolerancia con los vecinos del siglo XXI. ¿Qué harán?

     

 

1 Historiador costarricense (1952) colaborador permanente de ESCÁNER CULTURAL desde su nùmero 14.

2 MURILLO, Carlos. GLOBALIZACIÓN Y  LAS NUEVAS ESTRATEGIAS DE DESARROLLO (Ponencia presentada en el V Congreso latinoamericano de educación comercial. Universidad Nacional, Costa Rica. 1995) p.1.

3 DIERCKXSENS, Wim. DE LA GLOBALIZACIÓN A LA PERESTROIKA OCCIDENTAL (San José, Costa Rica: DEI. 1994). P. 174.

4 MARTÍNEZ CASTILLO, Róger. "El proceso de globalización y su influencia ambiental". TÓPICOS DEL HUMANISMO (Universidad Nacional. Centro de Estudios Generales. Octubre de 1996. No. 17).

5 EZCURRA, Ana María. "Globalización y estrategia externa de los Estados Unidos en la pos-Guerra Fría". REVISTA PASOS ESPECIAL (San José: DEI. No. 4-1994) Pp. 11-35.

6 DIERCKXSENS, Wim. "Globalización: límites de crecimiento e historicidad de las transnacionales". REVISTA PASOS ESPECIAL (San José: DEI. No. 4-1994) P.9.

7 KENNEDY, Paul. HACIA EL SIGLO XXI (Barcelona: Plaza y Janés. 1993) P.50.

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