Estoy en el centro de Santiago, vengo saliendo del bar “Olímpico”. Ya cerca de La Moneda me encuentro con una persona que, terno y corbata, se tambalea apoyada al metal del Ceda el paso. Esta persona me pide ayuda, me pregunta si lo puedo acompañar para atravesar la calle. Me doy cuenta que es discapacitado…no sé si medio ciego o con problemas en sus piernas. Pero realmente necesita la ayuda y me dice que solo cometió el error de tomarse unas “copas de más”.
Entonces, comienzo la etapa de ayuda, tomo su brazo y lo pongo en mi cuello y lentamente lo acompaño a atravesar la calle. Lentamente comienzo a caminar, pero cometo el error de guiar el paseo, cuando lo correcto (me doy cuenta después…mucho después) es solo acompañar y no conducir.
De pronto comienza a tambalear el cuerpo del transeúnte nocturno, siento el temor de todo su cuerpo hacia una resbalosa caída. Y propongo el estiramiento de las virtudes elásticas de los músculos, intento la fuerza correcta, la intrínseca y seca potencia de los momentos difíciles. Volvemos al camino y luego de una paciente y zen enseñanza, logramos la meta, llegando lentamente hacia el nublado destino de la otra vereda. Me despido dejando al “señor de las copas de más” en la senda de lo improbable.
Luego me preguntaría si lo que hice habrá servido de algo, sabiendo que el hombre tendría que llegar a su casa, fuera donde fuera, viviera donde viviera. Lo único claro fueron las caras de las señoras cuicas que nos miraron al pasar como si fuéramos un par de borrachos decadentes perdidos en la noche. Quizás lo éramos. O quizás solo éramos sombra de edificio.
De un momento a otro volvía al tránsito lunar del trasnoche citadino, volvía un poema olvidado de Joquín Gianuzzi, que ahora llegaba provisto de una presencia de faro, un poema “funambulista” por excelencia:
Instrucciones para ayudar a un ciego
No apriete el brazo, imponga
con un lenguaje frío
un código universal de referencia.
Una leve presión sobre la manga izquierda.
Marche a la par, al paso de la carne natural:
su conciencia
no se pierde en la noche de nadie
y está allí, espesa como un bulto.
No conduzca, acompañe.
No olvide que toda sombra
soporta su propia dignidad.
Algo tiene que ver el amor en todo esto
y por alguna razón estamos aquí
cruzando la calle:
aunque prosiga usted su camino privado
y el ciego en la ambigüedad
de sus secretas dimensiones.