revista virtual de arte contemporáneo y nuevas tendencias
año 8
Número 86 - Agosto 2006

 


CIUDADANOS DE SEGUNDA
Desde Venezuela, Carlos Yusti


Con el poeta Francisco Arévalo en ocasiones me encuentro en algún café de estos parajes de hormigón. Charlamos de la emputecida política. Hablamos con la jerga por delante y dejando la metáfora luminosa para el poema, la novela y el ensayo tramado a solas en nuestras respectivas guaridas. O sea que nos dedicamos a la literatura en soledad de alquimista y por puro gusto, por amor al arte como dicen los cursis que han llegado tarde a la reseda de las palabras. No recibimos calderilla alguna por nuestros gusanos tipográficos. Así y todo tanto Arévalo como yo hemos publicado algunos libros. Los escritores, al igual que muchos hijos de vecina, la pasamos cruda en esta inoperancia gubernamental. "Los escritores en este país somos sólo ciudadanos de segunda". Sentencia Arévalo, sin amargura, al tercer té de manzanilla. El navajeo literario no produce el estipendio necesario. Mucho menos reconocimiento, ni nada. Los escritores aquí apenas terminan como nombre de una calle, una escuela, una plaza para mendigos y perros callejeros. Algunos van a parar al cuarto de los trastes del olvido y otros van al pensum de estudios como materia para torturar estudiantes.

Murió Argenis Rodríguez, Denzil Romero, Salvador Garmendia, Juan Liscano, Cabrujas, el chino Valera Mora, Ludovico Silva, Caupolican Ovalles, Herrera Luque. Todos escritores. Todos con la vida enduendada, pero con muchas deudas. Con una vida dialectizada en dificultades y estrecheces. Escritores todos. Quizás todos vestidos con impecable pericia en el exterior, pero con el alma desplanchada por tanto mierdeo cultural.

En nuestro país los escritores están en el oficio de las palabras sin garantías, por pura y llana monjía; la literatura es para ellos un karma, una pasión que los arrastra, que los arroja en las playas de alguna barra de mala índole a contar sus naufragios existenciales. Los escritores con la vida hecha jirones y metáforas le proporcionan al país más osatura espiritual que nadie, le proporcionan al país su cuota necesaria de paganía mientras curas y políticos montan su circo mediático ofreciendo salvación al mayoreo.

Aquí políticos, curas, actrices y demás pellejos del mundillo de la farándula tiene más cabida en los medios que los escritores. Este es un país sumido en el discurso de la medianía y la mediocridad. A los escritores no los lee, ni los escucha nadie y mucho menos los conoce alguien. Son eternos ausentes. Cosas vagas y difusas. De allí que el país se convierta en un discurso ligth, en un discurso loritero, mediático e ineficaz. A veces llega a los extremos de parecer sólo un culebrón de subrayados sentimientos, lagrimas y maldades; un colorario de comadreo impropio donde el dequeísmo y "no me dé compañero, sino póngame donde haiga" son el rasero lingüístico. Un país donde los guisos y desaguisados están a la orden del día, tanto con el idioma como con los dineros públicos.

Los escritores no tienen usos prácticos. Aunque a veces se les emplea en una embajada(o en las oficinas culturales del estado) para que hagan juego con el mobiliario, la alfombra o las cortinas. Otras veces son utilizados como "negros" literarios para que escriban el discurso, la oración fúnebre, el panegírico o para que escriba la telenovela, el serial de casos policiales en amarillo número cinco.

Francisco Arévalo y yo estamos en esto de la escritura por pura terquedad. Él tiene ya una nueva novela terminada. Yo una revista por Internet y un montón de artículos y ensayos escritos. Hemos leído y bebido mucha literatura. La golfabohemia nos ha salvado del frustre. Hemos tuteado a la noche y sus tugurios menos galantes. Hemos recibido el favor de las musas y de alguna trabajatriz (a la meretriz, a la puta de antaño, ahora la llaman trabajadora sexual) y hemos rastreado la metáfora calle abajo o en el bullicio agusanante del mercado. Quizás terminemos como muchos otros: con un sol menesteral en los bolsillos. Escribir con un mínimo de honestidad y que te paguen por ello sería lo ideal o como lo ha escrito Francisco Umbral: "Sólo el dinero, lacónico e imparcial, sirve para expresarle al escritor algo más importante que una admiración humillante: la aceptación social de una literatura".

Para que te consideren escritor no basta con que escribas, sino que tienes que convertirte en un quinta columna; debes ser inodoro e incoloro; ignoto como un corredor de bolsa y con una prosa municipal. Para que la rosca literaria capitalina te otorgue su visto bueno tienes que escribir unos textos zurcidos con literatura comparada donde hables de Borges y su ceguera como anatema político-existencial y otras cuestiones en ese tenor. Tienes que escribir con mucha cretona de escuela letras y además no puedes cometer faltas ortográficas ni errores políticos. Tienes prohibido escribir el país con tinta mal ortografiada. Mucho menos puedes expresar que Andrés Eloy es una carraca cursilona ni que Uslar Pietri es la literaria con un excedente de almidón enciclopédico. Debido a esto uno se va por el margen, va a sus aires tratando sólo de escribir a secas.

Cuando uno echa pie por la ciudad y ve a un grupo de indígenas mendigando u observa que en el vertedero de basura seres humanos le disputan a las aves carroñeras los desperdicios y sin mencionar los niños que viven en la calle a la intemperie se comprende que en nuestro país hay gente más vulnerable que los escritores, gente sin oportunidad alguna. No obstante toda esta realidad deprimente enseguida pasa por el tamiz del lenguaje de curas y políticos. Un politicastro de saldo y oportunidad estaba alarmado por el calificativo de "niños de la calle" y en un alarde de cantinflérica demagogia aseguró que desde ahora serían llamados "niños de la patria". Algo similar se hizo con los danificados de Vargas a los cuales se les llamó "los dignificados". En ambos casos tanto la gente de Vargas como los niños de la calle siguen en la indefensión más inaudita.

Ante tremendo juego lingüístico el escritor debe estar atento para combatir el pantano de la fraseología en el cual estamos hundido, debe intentar devolverle a las palabras su función hostigadora y crítica, debe procurar magializar el lenguaje y enfrentarlo a la retórica oficial que siempre busca maquillar la realidad con cifras e índices.

El escritor comprometido, el escritor tipo pancarta parece que ya no se lleva. Un estado inoperante necesita escritores e intelectuales perdidos en su manida creencia que la literatura puede eximirlo de tomar partido. En lo personal creo que el escritor debe ser un participe disonante en un mundo donde la intolerancia, el terrorismo financiero, la injusticia y la miseria, tanto material como espiritual, bullen a tu alrededor.

Los escritores son ciudadanos de segunda en la medida que adoptan la actitud del monosabio (no ve, oye ni habla). La escritura es una responsabilidad tanto intelectual como vital. La literatura de espaldas a la vida es una soberbia estupidez. Elias Canetti escribió: "He dicho que sólo puede ser escritor quien sienta responsabilidad, aunque tal vez no haga mucho más que otros por acreditarla a través de la acción individual. Es una responsabilidad ante esa vida que se destruye, y no debiéramos avergonzarnos de afirmar que dicha responsabilidad se alimenta de misericordia".

Uno que tiene más de frotaesquina que de escritor sabe que el oficio de escribir se presta para todo y para todos. Es, en muchos casos, una bicicleta fija que te lleva hacia sí mismo ya que uno trata de pasar en limpio sus miserias y pequeñeces humanos como tratando de ser mejor persona sin tantas tachaduras y borrones. No es sencillo. No obstante la escritura me ha puesto a la altura del transeúnte. Aunque hay muchos escritores que conozco los cuales se sienten presa de una ciega arrogancia no sin razón escribió Rosa Montero: "Hay algunos autores pedantuelos que van por el mundo con la nariz tan levantada como el periscopio de un submarino y sintiéndose distintos a los demás mortales. Si estos especimenes hablan de su arte como algo elitista y sobrehumano, no les hagan ni caso".

La escritura, ya digo, es una aureola de santo del infierno(como diría Umbral) que uno se coloca con mucha fe y convicción en las palabras. Estoy en la otra orilla. En la orilla canalla del oficio. Al final no quiero que me jodan con una calle o con una plaza con busto cagado por palomas. Al final sólo traten de leerme y a otra cosa. Ah y salgan a la calle y traten de arrimarle el hombro a quien lo necesite. O sea.

 

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