Hoy no llueve, y no hay un atisbo de viento, pero como todos los días de julio, en esta casa, el frío es desolador. Por la ventana se ve un paisaje casi monocromático producto de la espesa niebla que lo cubre todo (como a mi alma) y a lo lejos las quejas de algunos pájaros rompen este silencio casi fantasmal. Ya lo sé, la angustia de nuevo me persigue, así que intento buscar algo que me ayude a matar el tiempo y que a la vez me obligue a pensar en cualquier cosa. Comienzo a medir las distancias que tienen los cuadros colgados en las blancas paredes en relación al techo, y nada cuadra, ¡hay uno que tiene dos centímetros de diferencia!, así que comienzo a ajustarlos como debe ser. Continúo luego con los libros por orden alfabético, los discos por género, las cajas por tamaño, la flores por colores (según la teoría de Ostwald, hoy con Newton... nada). Considero que todo está desordenado, todo carece hasta del más precario sentido de coherencia. Incluso mis palabras no poseen la métrica necesaria, ni siquiera mis metáforas se apegan a la norma, no tengo nada que hacer y nada que decir, así que decido nunca más emitir palabra alguna, por el bien de todos (ese "nunca más" por lo general no me dura más de dos horas). La mesita de la sala es la más aberrante, todos los objetos que están en ella no tienen el más mínimo orden, así que se me avoco a esa labor, logro precisar el centro de la mesa lanzando dos líneas en ella (una transversal y otra longitudinal, evidentemente) y comienzo a disponer los objetos a partir de esta simple cartografía, primero que todo un libro a cada lado, lo mismo con los ceniceros, las lamparitas y luego con las figuritas de bronce, las cuales no son elefantitos, sino pequeños bustos de algunos personajes que han pasado por esta casa: Francisco Copello, María Luisa Bombal, Isidora Aguirre, Teresa Wilms, Roberto Goyeneche, Rafael Ampuero y Leni Riefenstahl. El problema es que con esas siete figuritas no puedo lograr la simetría medieval que tanto deseo, busco la manera y no la encuentro, así que para variar la desesperación me atrapa y comienzo a buscar otra figurilla como un demente, cualquiera, la que sea, sólo me importa que brille como el bronce para alcanzar mi objetivo. Definitivamente en esta casa de miles de habitaciones no hay más figurillas, termino resignándome (cosa que no soporto), y vuelvo a la mesita con la idea de hacer desaparecer una, el fin justifica los medios, en el instante que paso por el pie de la escalera una musiquita de un piano me distrae, viene del segundo piso. Subo presuroso y, evidentemente, proviene de la sala del piano (el detalle es el siguiente: nunca ha habido piano en la sala, de hecho esta casa no tiene sala de piano... en fin), es una especie de marcha que me obliga a caminar al compás de ella. Cuando llego a la puerta me quedo tras ella escuchando las melodías, al parecer es Chopin, pero no tiene ese pesar desmesurado, más bien tiene un dejo de Brahms o Bruckner, pero también escapa de ello. No hay caso. La curiosidad y el cansancio que me han invadido los últimos tres días por estar detrás de la puerta me obligan a abrirla abruptamente, haciendo saltar al intérprete, que con sus grandes ojos me mira asustado, para luego reponerse, tomar aire y seguir tocando sin despegar su vista de la partitura. Yo acerco un banquito al lado del piano y pongo en él dos copas y una botella de vino. Me quedo muy tranquilo escuchando al propio Enrique Soro interpretar sus creaciones, el rey del orden, de lo académico, de la estructura está en mi casa. Sus manos sólo irradiaban talento Enrique Soro Barriga nació, en la gris ciudad de Concepción, el 15 de julio de 1884. Sus padres fueron José Soro Sforza, compositor e instrumentalista italiano, y la chilena Pilar Barriga. Fue el segundo hijo del matrimonio, luego de Fernando, más tarde nacerían Cristina, Amelia e Isabel. Soro Sforza, su padre, había nacido en Alessandria en 1840 y estudió en Nápoles bajo la dirección del maestro Carlo Cocia, llegó a América a la ciudad de Montevideo y luego pasó a Buenos Aires en 1861, fue tal el impacto de su llegada a la capital Argentina que el periódico porteño "El Nacional", en su edición del 15 de abril de 1861, señalaría: "es una de las primeras celebridades musicales que han visitado la América del Sur", posteriormente se establece en Concepción, Chile, en 1870. Entre sus obras destacan LA CAÍDA DE GAETA (1860), VITTORIOSO (Homenaje al Rey Víctor Manuel II), EL TRIUNFO DEL EJÉRCITO DE BUENOS AIRES (1862), dedicada a su gran amigo Bartolomé Mitre, EL RELOJ DEL CABILDO (1862), VALS PARA PIANO (1863), OJOS PORTEÑOS (1870) y la ópera FRANCESCA DA RAMINI. En Concepción quedó embobado ante la belleza de Pilar Barriga, cuestión que lo hizo olvidarse por completo de su novia que lo esperaba ansiosa en Buenos Aires. Una vez establecido en el sur de Chile, adquirió una fama relevante como profesor de música y todas las familias con cierta alcurnia lo pretendían como maestro de sus hijos. Fue él quien le inculcó el amor por la música y la estrictez en la producción y en la interpretación a su hijo Enrique, enseñándole, en principio, piano y teoría musical.
El pequeño Enrique comenzó a deslumbrar a las perfumadas señoras y engominados hombres de la alta sociedad penquista (gentilicio de los ciudadanos de la ciudad de Concepción, Chile) con su tremendo talento que le imprimía cierta facilidad en su interpretación y le permitía improvisar muchas veces, para el asombro de los concurrentes en las presentaciones que ofrecía, a sus a los 5 años era comparado con Mozart. De salón en salón el pequeño Soro despertaba la curiosidad de todo el mundo, era el tema recurrente en los pequeños cafés y confiterías, o en la librería de don José María Serrato, lugar de reunión de intelectuales de la época, ubicada entre las calles del Comercio (hoy Barros Arana) y Galvarino. Y él impertérrito a la insipiente fama seguía recorriendo las teclas con sus ojos profundos perdidos en las celdas de las partituras. Rápidamente se corrió la voz por el precario ambiente musical de esa época y su fama tomó un carácter nacional. Tanto deslumbraron sus manos (a las clases acomodadas) que el gobierno chileno lo beca para que comience estudios formales de música en el Conservatorio de Milán (la Meca de la música a nivel mundial en ese tiempo), en 1898, recién con 14 años parte a Italia, realizando el mismo viaje que su padre había hecho años atrás, sólo que en sentido contrario. En el conservatorio aprobó, sin despeinarse y en cuatro años en vez de cinco, que era lo habitual, los cursos de Piano, Órgano, Violonchelo, Armonía, Contrapunto y Fuga, Historia de la Música y Literatura Dramática, teniendo maestros de primera línea como Guillermo Andreoli, Luigi Mapelli y Gaetano Coronaro. En 1904 se gradúa y le es otorgado el Premio Extraordinario en Composición, una distinción impensada hasta ese momento para un chileno, menos para un músico chileno. De ahí en adelante comienza a recorrer Europa ofreciendo conciertos que, al igual que en su país, comienzan a despertar el interés del público y prontamente se corre la voz de las manos mágicas del "sudaca", y las luces y aplausos en España, Suiza, Alemania, Francia e Italia, comienzan forjar la personalidad de Soro, un artista que busca la admiración, pero no esa fácil, sino esa que es producto de su trabajo severo, de su demencia por la perfección, de su extraordinario lirismo. Todo lo cual hace surgir en él una actitud de "vaca sagrada" (casi como los jueces de la corte que miran al vulgo infame desde su elevado estrado, casi desde el Olimpo). Enrique ha hecho lo que nadie pudo, transformarse en un artista internacional, de hecho es el primer músico chileno con fama internacional, luego aparecía en escena un niño nacido en 1903 en la ciudad de Chillán, también en la VIII región, Claudio Arrau (pero esa es otra historia). Pero Soro abría el camino para los nuevos forjadores chilenos de la música, él atraparía la atención de la perfumada Europa de principios del siglo XIX, incluso un viejito no se limitaría en elogios para con el chileno, considerándolo una lumbrera llena de talento, instándolo a seguir, a persistir sin claudicar en esto de la música, este viejito de 70 años era Camile Saint Saens, el de la DANZA MACABRA, EL CARNAVAL DE LOS ANIMALES y una pila de obras más que han marcado un hito en la historia de la música.
En Chile te queremos, ídolo En 1905, Enrique vuelve a Chile a recibir más aplausos, amistad y sonrisas fáciles, en ese año es nombrado Supervisor de la Educación Musical de las Escuelas Públicas. En 1906 comienza a impartir clases de piano y composición en el Conservatorio Nacional, luego sería Subdirector, entre los años 1907 y 1919. Comienzan a conocerse sus primeras composiciones como ANDANTE APPASSIONATO y DANZA FANTÁSTICA despertando el interés (y la envidia por cierto) de las personalidades ligadas al mundillo de la música clásica capitalina. En las tertulias refinadas y en algunos grupos de "vanguardia" comenzó a aparecer la obra del brillante y estricto compositor chileno. Desde que asciende al cargo de Subdirector también comienza a dedicarle mucho tiempo a la docencia impartiendo las cátedras de Armonía y Contrapunto. En esa época le solicita el gobierno de Chile que generara una partitura oficial del Himno Nacional, ya que se cantaba de tantas maneras como ciudadanos tenía la república (las vicisitudes del Himno Nacional y las peleas entre los músicos y literatos viene en la próxima entrega).
Soro estaba hecho para la gloria, para la fama, para el jet set más refinado de la época. Además sus composiciones no dejaban de otorgarle más reconocimiento, es así que en 1908 gana el Concurso Internacional de Composición para elegir el HIMNO PANAMERICANO y luego en 1912 obtiene el Primer Premio de la Competición Panamericana de Composición, para la cual escribe el HIMNO DE LOS ESTUDIANTES AMERICANOS (su relación con los himnos tendrá su punto culmine cuando logra que todo Chile cante como corresponde). Al año siguiente (1909) le es otorgada la Medalla de Oro en la Exposición de Quito, Ecuador. Los chilenos no se quedaron atrás en esto del reconocimiento, y le otorgaron la Medalla de Oro por su composición HIMNO A LA BANDERA CHILENA adoptado oficialmente como suyo por el Ministerio de Defensa. Soro se paseaba por los países americanos como estrella de rock, flores a sus pies, retratos, autógrafos y besos por doquier lo acompañaban. Todos querían cerca al chileno, y el chileno se dejaba querer, sus composiciones fueron tan solicitadas que el sello Schirme de Nueva York las edita para toda América y Ricordi de Milán hace lo mismo para Europa. Soro no paraba, en Santiago era la voz autorizada para hablar de músicos e intérpretes, incluso se cuenta que en el invierno de 1921 se inauguran los Salones del Tea Room (basado en el Tea Room de la Casa Harrods de Buenos Aires), un extravagante y pituco salón en donde desfilaban las más finas personalidades de la capital chilena (al parecer quedaba en el cuarto piso donde funcionaba la elegante Casa de Compras Gath y Chaves). EL dueño tenía la idea de traer un buen violinista de la ciudad de Buenos Aires para que amenizara la jornada del Five o'clock , pero al consultarle al maestro Soro (como le gustaba que lo llamaran), él le recomienda que contrate al primer violín de la Ópera de Santiago, un joven llamado Armando Carvajal quien terminará dirigiendo en el Salón un quinteto de cuerdas que inundó de bella música las sutiles almas de los bebedores de té. Hasta esas cosas se permitía Enrique Soro, sin dudas era el sheriff de la música en Chile en la primera mitad del siglo XX. Eso sí, hay que mencionar que en este salón de té se interpretaron obras de compositores nacionales, como las de Soro (obviamente), Allende y Leng. Y además es donde por primera vez se interpreta a Claude Debussy en Chile, y es dada a conocer la música de Igor Stravinsky, Manuel de Falla y Maurice Ravel. Incluso Claudio Arrau en pleno apogeo de su carrera se dio el tiempo para asistir a uno de los conciertos de Armando Carvajal y su quinteto en el Tea Room (parece que ya me fui para otro lado). (Volviendo) Entre tanto, en 1919, es nombrado Director del Conservatorio Nacional, cargo que ostentará hasta el año 1928 sin pocos problemas, ya que con mucho esfuerzo logra renovar los planes de enseñanza mejorándolos en parte, su idea romántica de la música y su estructura comienzan a chocar con las nuevas generaciones que están embobadas con la del modernismo internacional de la primera mitad del siglo XX. Soro termina alistándose, como Capitán General, en el grupo de los defensores de la tradición post-romántica en contra de los locos que se dejaban influenciar por el Impresionismo, y el cromatismo desenfrenado. Además se vio involucrado en las atávicas luchas que existen entre los artista en general, así fue el caso con Domingo Santa Cruz, con quien tendría serias disputas (algo así como Mozar-Salieri... usted elige quien es quien) las cuales terminarían con un Soro desmoralizado. No obstante, entre estos años Soro será nombrado Miembro de Honor de la Sociedad de Compositores de París (1922), Inspector Honorario de las Clases de Composición del Conservatorio de México (1922) y obtendrá el Gran Premio de Honor y Medalla de Oro en la Exposición de La Paz (1925). Más adelante las distinciones continuarán, por ejemplo, el Gran premio de Honor y Medalla de Oro en la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929), la Orden de Oficial de Corona del Rey de Italia (1931), Medalla de Oro otorgada por un grupo de Sociedades Artísticas de Buenos Aires (1938) por considerarle una de las personalidades dedicadas al arte de mayor relevancia del continente. En Chile, la Municipalidad de Santiago lo declara Ciudadano Benemérito (1940) y en 1948 se le otorga el Premio Nacional de Arte.
En la capital del reino Soro frecuentaba las reuniones artísticas organizadas por José Miguel Besoaín y Luis Arrieta cañas, en Santiago y Peñalolén, respectivamente. Allí se reunían próceres de la música nacional a compartir sus obras y a interpretar a los grandes como Beethoven, Mozart, Haydn o Brahms. Soro dejaba perplejos a los asistentes con sus exquisitas interpretaciones y su capacidad para improvisar, por lo general participaban de estas reuniones los compositores Javier Rengifo, Enrique Arancibia, Celerino Pereira, Próspero Bisquert, Alberto García Guerrero, Alfonso Leng, Acario Cotapos, Pedro Humberto Allende, Isidoro Vásquez y Domingo Santa Cruz. Aunque se estableció en Santiago, Enrique Soro nunca olvidó a su ciudad natal, dedicándole partituras llenas de nostalgia por el gris acero de su cielo tan poco estrellado, se casa también con una penquista, Adriana Cardemil Fuenzalida, con quien tendría cuatro hijos: Carmen, María, Teresa y Enrique. Su mujer se transforma en su pilar, gracias a ella pudo resistir los embates del olvido y de la indiferencia, que hicieron de él una persona aún más retraída de lo que era. En su casa, en Vicuña Mackena, Soro sufre la soledad más despiadada cuando su esposa fallece, desde ese momento se encierra en su habitación y no para de escribir, hasta llegar a terminar una obra de infinita nostalgia (Patética) que logra transmitir su inconmensurable dolor de ese instante, ese dolor lo acompañó hasta la tumba. En 1954 Soro es internado en la Clínica Santa María de Santiago para ser intervenido de una antigua hernia, cuestión que nunca quiso tratarse (el presentimiento), la operación fue todo un éxito, pero en la noche se le aparece Adriana que le sonríe mientras trepa por las notas de una partitura, con la ciudad de Concepción de fondo, invitándolo a acompañarla. Soro decide quedarse con ella y no despierta más, esto sucede el día 3 de diciembre de 1954. Enrique Soro Barriga es enterrado en el Cementerio General de Santiago dejando un legado musical injustamente olvidado por el vulgo.
Acá, en la habitación del piano, Soro deja de tocar y me sonríe. Y yo doy media vuelta para alejarme muy contento, por fin tenía mi figurita de bronce para equilibrar la mesa y lograr esa deseada simetría románica, del propio rey del equilibrio. Soro seguirá tocando en casas viejas y en pianos olvidados, ya que como de costumbre, en Chile, casi no lo editan y encontrar un disco con música de él es casi imposible. Aunque por esas cosas extrañas que suceden en este país (por suerte) la Academia Chilena de Bellas Artes del Instituto de Chile, en el año 2004, puso en circulación la serie titulada "Bicentenario de la música sinfónica chilena" (ABA-SVR-70000), un joyita (que cuesta encontrar) que trae en su primer volumen la obra de Soro: TRES AIRES CHILENOS, además de obras de Domingo Santa Cruz y Alfonso Leng, brillantemente interpretadas por la Orquesta Sinfónica de Chile conducida por el maestro peruano David del Pino Klinge. No me queda más que decirte: Arridevederci Enrique, obviando el ci vediamo , ya que de seguro, que con tu orden y academicismo, estarás sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso cuestión, que al parecer, no está en mi itinerario.
Algunas obras destacadas de Enrique Soro Barriga Para Orquesta: Para Solos y Orquesta: Para Coros: Para Conjuntos de Cámara: Para Instrumentos Solistas: Para Piano: Para Canto y Piano: Transcripciones para Pequeña Orquesta:
Fuentes: Artículo "Enrique Soro". Radio Beethoven. www.beethovenfm.cl
Muñozcoloma
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