LOS NUEVOS TATUAJES EN LA PIEL URBANA:
EL STENCIL* |
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En el marco del arte de nuestros días, comienzo del segundo milenio, los horizontes creativos se expanden y ramifican, alterando radicalmente los espacios urbanos, el arte y la peculiar relación artista-público. Desde los albores de estas nuevas tendencias, que podría fijase en los 60s. del s. XX, hemos visto cómo el arte salía de los museos y las galerías y corría despavorido a la calle a tomar aire fresco. Así se fueron sucediendo los afiches del Mayo Francés; las performances espontáneas en los cruces de esquinas; las actividades, más formalizadas del GRAV de Julio Le Parc; las tendencias de la poesía participacional rioplatenses, la Poesía para y/o a Realizar de Edgardo Antonio Vigo y la Poesía Inobjetal y la actividad transgresora de múltiples artistas como Alberto Grecco, Héctor Puppo y otros del Grupo de los Trece del Centro de Art e y Comunicación de Buenos Aires, sin dejar de mencionar a los artistas que generaron la histórica Tucumán Arde que tuvo a las calles argentinas su principal soporte. En esos años nace el teatro callejero y las pintadas de murales. ¿Quién no recuerda aquellas campañas de sensibilización popular en los barrios populares que realizaban las Escuelas Nacionales de Art es Visuales en casi todas las grandes ciudades latinoamericanas? No en vano nunca las Universidades estuvieron tan unidas a la suerte de sus pueblos como en aquellos años...!
Ya, en aquellas alboradas, se esfumaban sutilmente los límites entre lo estético y lo social y, hoy, luego de 40 años, se ahondan y profundizan esas características con la permanente agudización de las crisis económicas. Las instituciones oficiales del arte consagrado dejaron de ser el espacio privilegiado en virtud de que todo lo en ellos se exhibía pierde su carácter disruptivo y se licuan en las sanas costumbres y el buen gusto. El entorno difumina o refuerza el carácter transgresor de la obra según las connotaciones propias del mensaje y del entorno. Asimismo, realizar intervenciones y eventos en la calle les mantenía fuera del mercado del arte y, sobre todo, les permitía mantener el control sobre sus obras, expresar lo que quisieran con los medios que tenían a mano en el espacio social de la calle. Como sugería artista brasileño Cildo Meireles:
"(...) crear para cada nueva idea un nuevo lenguaje para expresarla. Trabajar siempre con esa posibilidad de transgresión al nivel de lo real. Quiero decir, hacer trabajos que no existan simplemente en el espacio consentido, consagrado, sagrado. Que no ocurran simplemente al nivel de una tela, de una superficie, de una representación. No más trabajar con la metáfora de la pólvora - trabajar con la pólvora misma."
En otras palabras: pasar de la representación a la acción, "de las palabras a los hechos". Es sabido que los sectores preponderantes en la sociedad, administradores, además de los Museos y las Galerías, se apropian de la producción artística social (aún aquella que los cuestionan) y la sacan de contexto para controlarlas en esos ámbitos. Allí, en esas prestigiosas paredes, las obras, despojadas de su entorno social y su sentido histórico, connotan el poder de sus actuales custodios. En cambio la calle ni afianza ni legitima el poder vigente puesto que, allí, la obra, deberá competir con el resto de las comunicaciones sociales de todo tipo, desde propaganda comercial hasta avisos institucionales, desde señalamientos que regulan el movimiento de los ciudadanos hasta formas infrecuentes e inconcebibles de instrumentos de comunicación social, sin que, incluso, sea reconocida su índole "artística". La calle tiene sus propias reglas. Los medios no cesan de transformar cualquier tendencia o mero soporte disruptivo en moda. En general se acepta esa intromisión en el sentido que amplía, a nivel masivo, el radio de sus mensajes pero, la verdad es que se produce una pasteurización de las obras transformándolas en productos o mercancías convencionalizados, listos para el mercado del arte, incapaces de sostener, por ello, la resistencia cultural para la cual fueron creadas.
Así fueron surgiendo en la estragada piel de las ciudades diversas formas de expresión visual, sobre todo pintadas y pegatinas de murales. No en vano el Situacionismo, con su rechazo a la espectacularidad en el arte, fue el impulsor tenaz de estas tendencias, en los 60s. en pleno Mayo Francés. Desde allí, el movimiento no ha cesado de expandirse y crecer, en casi todos los casos haciendo ala con los movimientos sociales juveniles de cada época. Así desde el flower power de los hippies hasta el no future de los punks, desde los movimientos revolucionarios latinoamericanos (revolución cubana, Chiapas...) hasta los gritos desesperados de los perseguidos por las dictaduras de los 70s. Hoy día se asiste al mismo desaliento frente a la injusticia, el hambre y la falta de oportunidades y esos humildes medios siguen diciendo lo suyo en las mismas paredes con los soportes propios de cada época.
Dos procedimientos o formas graffiteras se disputan la primacía en las calles, mejor dicho, comparten hidalgamente esos espacios de comunicación visual. Se distancian en la forma de la expresión pero comparten las mismas paredes y espacios y la misma clandestinidad y peligros. Por un lado el primigenio, el espontáneo, lo dionisíaco, el graffiti clásico y por el otro el control, el diseño, la construcción, lo apolíneo, el stencil .
El stencil o pantalla (como era llamada en los 60s.) fue y es un instrumento de expresión plástica (o literaria) que se conoce desde las cavernas de Altamira. No es más que un cartón recortado interiormente sobre el cual, una vez presentado en cualquier superficie, se aplica pintura. Hoy se prefieren los acetatos o las radiografías usadas pues el cartón dura muy poco. Las imágenes, fuertemente contrastadas, se copian y luego se recortan cuidadosamente de tal manera que no queden espacios abiertos al exterior. Integra el paquete de formas expresivas propias de los movimientos juveniles, compartiendo espacio con los deportes extremos, el rock, el rap, los fanzines, las webs cibernéticas, las tiendas de artesanías y camisetas "estenciladas" y otras insensateces que se están forjando en las mentes infinitamente creadoras de la juventud en todo el mundo.
La temática de los stencils varía enormemente dependiendo del lugar, por supuesto, y de los acontecimientos mundiales o locales del momento. Los podemos dividir en dos grandes grupos: los que reciclan y se apropian del maremagnum de objetos visuales existentes y los que crean sus propias imágenes. En el primer grupo encontramos gran variedad de íconos de nuestra época: desde glamurosas stars de cine a superestrellas del rock, desde superhéroes de los comics a irrelevantes objetos y signos de todo tipo. También los textos y signografías con denuncias y sarcasmos, poemas visuales, exclamaciones, etc. En el segundo grupo encontramos obras encomiables de gran peso y creatividad como p.e., los stencils de "bicicletas numeradas" realizadas en Rosario, Argentina, en donde cada una de ellas corresponde a un desaparecido político (la gran mayoría de la población se desplazaba en bicicletas y, cuando era detenido algún luchador social, quedaba en la calle su bicicleta como mudo testigo de su detención por las fuerzas armadas) o las "siluetas humanas" con las letras "NN" escritas en su pecho ( non nominatus , es decir, "sin nombre") que se vieron en las calles a la salida de las dictaduras del Cono Sur latinoamericano.
Tan importante como la elección del tema y los colores, es el lugar en dónde se pintarán los stencils. No es lo mismo pintar un stencil anti-sistema en un sitio aislado que frente a una comisaría, una apelación antiimperialista en un rincón infantil que frente a la embajada norteamericana. Precisamente ese riesgo es el plus disruptivo, que le suma nuevos bits de información al stencil. Si bien es cierto que este tipo de sociedad (capitalismo tardío) no necesita de la coacción directa ni del terrorismo de Estado de los 60s. para sostener su dominio también es cierto que, en nuestras sociedades dependientes, las fuerzas del orden suelen querer hacer buena letra y no vacilarán en reprimir, a veces violentamente, cualquier tentativa de libre expresión en lo que se supone ser "propiedad privada" (es decir, las paredes), aunque sea por las dudas. Justamente la permisividad del sistema ante estas formas irregulares de expresión artística contribuye a generar ese clima de ficción liberal que oculta, ideológicamente, las más vergonzantes lacras sociales. Por ello, el stencil, como cualquier otra forma artística en la calle, no sólo puede asumir actitudes propias sino señalar las contradicciones, la falsedad de las reglas de juego societarias y la mentira de la pacífica convivencia entre sectores de la sociedad diferentes, en el juego dialéctico entre tema y lugar, imagen y soporte.
Si está interesado en esta nueva forma artística le recomendamos seguir el procedimiento descrito por Constanza Bertolini, encontrado en una de las tantas webs dedicadas al tema:
Hazlo tú mismo
La vida puede ser un bricolage
1.- Para hacer un stencil necesitás una placa radiográfica, acetato o plancha de fotocromo; un cuter, una compu con Photoshop (no es indispensable), cinta adhesiva de papel, aerosol.
2.- Pensá, elegí o creá el diseño que quieras grabar y dibujalo (vale calcar) en la plantilla. Calá la imagen con el cuter siguiendo (si es prolijo, mejor) las líneas que trazaste.
3.-Guardá tu molde, la cinta y la lata de pintura en un bolso y salí a buscar la pared que más te guste -cuanto más transitada sea, más efectivo será tu mensaje-.
4.- Ya en el lugar elegido, corroborá que nadie te mire dos veces. Pegá el molde de los extremos, rociá la placa con el aerosol (se recomienda mantener el pico a 8 centímetros de la pared) y luego retirala con cuidado.
5.- ¡Tu esténcil está listo! Repetilo, modificalo, probá con otro o da por terminada la misión.
La lógica de consumo de las calles es muy diferente al de las galerías de arte o espacios comerciales. De ninguna manera lo que se ve en ellas pueda ser connotado de "arte" (por lo menos en el sentido restricto de que es arte todo lo que se ve expuesto en las galerías). En la calle predomina la comunicación social y, lo que define o no la esteticidad o valor estético de lo que se ve, lo determina su funcionalidad "comunicativa", es decir, su facultad para establecer un rápido nexo entre su expresión y el transeúnte. Esto es, la obra de arte debe salir de la órbita del "valor de cambio" y recuperar su "valor de uso". Lo que se juzga en la calles es su "comunicabilidad" y no su índole objetal con un precio en dinero (que en casi todos los casos no concuerda con su verdadero valor). Esa recuperación de la finalidad esencial del arte (ser instrumentos de comunicación) sólo es posible en las calles. Entendido "calles" como extensión metonímica de "vida social", el espacio de la comunicación y de los verdaderos cambios.
Montevideo, Febrero, 2006
*Las fotos incluidas corresponden a stencils encontrados en las calles de Montevideo, Uruguay