POÉTICA DEL OUTSIDER |
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He conocido una buena cantidad de poetas. Muchos tienen un ego tan leudante que a la larga esto los convierte en alimañas insoportables. Algunos otros son sólo unos chapuceros en eso de las metáforas y a veces su vida es lo realmente poético. Otros, muy pocos, asumen la poesía desde el asombro aciago de la sensibilidad. Cuando conocí a Francisco Arévalo supe que estaba en presencia de un artesano de las palabras, frente a un alquimista del lenguaje que se aventuraba por encontrar la piedra filosofal de esa metáfora desollada a media calle, que buscaba otros derroteros para asumir ese inefable oficio de poeta.
Francisco Arévalo tiene tantos libros de poesía escritos como barras de bares recorridos. Nadie pone en duda su capacidad etílica y mucho menos sus dotes de áspero poeta urbano. Destaco esto porque el poeta es en muchos aspectos un sensible catador de la vida más allá de ese papel celofán de apariencias y realidad que la envuelve. Un poeta tiene puntos de contacto con el santo gracias a su verbo y otras veces conecta con su demonio cuando intenta vivir su existencia con desinhibida espiritualidad.
Uno que trata de leer, vivir y beber mucha literatura a veces corre el riesgo en convertirse en personaje de sus andanzas, de que nadie tome en serio eso de trabajar con las palabras desde la concienzuda paciencia del artesano. En Valencia nadie daba un centavo por mí, nadie creía que algún día llegaría a escribir un libro y para colmo publicarlo. Sin duda con Arévalo ha ocurrido otro tanto en estos parajes de hormigón de Ciudad Guayana que él pregona y canta en sus poemas.
Nadie decide de buenas a primeras ser poeta. La poesía elige a un grupo minoritario de desdichados, de seres carcomidos por la sensibilidad, el licor y las drogas duras tratando de encontrar la metáfora luminosa que los redima de tanta sombra acumulada, de tanta mugre adherida al grito del alma. Nadie puede decretarse poeta por el solo hecho de colocar palabras en columna, ni por escribir cursilerías amorosas, repetidas hasta la náusea, en cuadernos escolares. La poesía es una manera de escribir/sentir al mundo a través del lenguaje en una condición excepcional; es un apostolado que algunos lo ejercen con tiránica soberbia y otros lo asumen con equilibrada sencillez. De cualquier modo la poesía elige a sus víctimas/voceros para escribir las metáforas que hacen menos opresiva la época horrible que nos ha tocado en suerte.
Francisco Arévalo fue elegido por la poesía muy a su pesar y en su escarpado peregrinaje como poeta ha escrito algunos libros, ha trabajado con descarnada crudeza la hojalata del lenguaje hasta sacarle un brillo específico. Su poesía se pasea por la realidad desaliñada y su escritura renuncia al lenguaje de enjoyada fatuidad metafórica y asume las palabras desde ese contexto del fragor cotidiano. Hace poesía con el alma y la carne de los arrabales de la ciudad, descubriendo una belleza sin maquillaje retórico, dejando escuchar los compases de una indiscutible música de cañería y mugre. No por azar Rafael Rattia escribe: “Francisco Arévalo asume la creación poética con todo el riesgo que comporta fraguar un texto dictado por quién sabe qué demiurgo que lo visita en la alta madrugada cuando el escritor se debate entre los turbios y mortales acantilados de Escila y Caribdis. El padecimiento de ser tan solo una sombra en medio de las sombras, la imborrable ansiedad de traer el día con la urgencia de la escritura, no es un oficio dado ni una simple elección, es una huella indeleble que hereda el creador y que le dignifica y asigna atributos propios de la creación simbólica”.
Desde su primer libro de poesía publicado (titulado Brote) ha tenido más aspecto de trashumante insomne que de poeta municipal. Luego también ha ensayado la novela, el cuento y el artículo de prensa demostrando perseverancia creativa, obstinación literaria en el peor y mejor sentido. Después ha proseguido martilleando en su máquina portátil mucha poesía, se ha ganado algunos premios y todavía no se convence del todo de esa aciaga profesión que es la escritura. Siempre tuvo aires de “outsider”, de poeta al margen con más vocación de irreverente sin tiempo que de escritor en plazoleta o el pensum de estudio del bachillerato.
Poesía escrita en la intemperie de las emociones y con los sueños despeinados en los márgenes de la ciudad. Este nuevo libro, Razones de noctívago, reúne un conjunto de libros poéticos (algunos bastante delgados) dispersos por el tiempo y por el número de ejemplares impresos (100 o 500), libros desencuadernados como la vida de Arévalo, informes criaturas de papel que tratan de otorgarle perfiles poéticos a estos parajes de hormigón, que intentan forjar la carne metafórica de esta esquelética urbe de cabilla y concreto armado, que hace lo posible por proporcionarle importancia al paisaje dibujado a regañadientes en las pupilas de una mujer que pasa, de un par de piernas que se confunden con la línea enrojecida del horizonte. Poesía hecha con esa indiscutible ortografía candente de los días.
La poesía de Arévalo es un recuento del rostro menos luminoso de la ciudad, y su desarraigo con los espejos es definitivo ya que no busca ser el reflejo de eso que comúnmente se acepta como bello y asume el riesgo de mostrar un mundo sórdido que esconde siempre una metáfora menos trillada y empalagosa. Su poesía es un mapa de sus emociones, de lo odiado y lo amado, de todo aquello que le enerve y lo saca de sus casillas para situarlo en los bordes de esa respuesta desolada y baldía que es muchas veces la poesía.
El trabajo poético de Arévalo, en su conjunto, respira el aire canalla de la calle, de ese suburbio atiborrado de prostitutas, chulos, borrachos, buscavidas y todos los malvivientes que pululan en esos abismos de la ciudad. Arévalo rastrea esa belleza otra. Como poeta sin prejuicios saca partido estético de ese mundo nocturno del bar (esa otra iglesia donde el barman escucha las confesiones más insólitas y ofrece el vino de manera pródiga) y ese purgatorio sexual que es el burdel. Como incansable noctámbulo se curtió la piel con el sacramento de los bajos fondos. Al final su poesía es sólo una música en constante pugilato con la vida, que por otra parte siempre toma su revancha sobre cualquier escritura.
Celebro este libro, Razones de noctívago, debido a su temática noctámbula, me complace esa poesía despiadada y un tanto descosida por la emocionalidad frotada de astros, de ese verbo poético hecho con retazos del alma y con fragmentarios recortes de una vida llevada en volandas, de una existencia curtida en ajenjo y madrugada. En muchas ocasiones nos hemos encontrado en estos parajes de hormigón. Conversamos sobre este oficio de hacer malabares con las palabras, de convivir con esa serpiente viva y cambiante del lenguaje bajo este cielo de forasteros que es en definitiva Ciudad Guayana, o como él lo ha escrito: “En Puerto de Tablas —cielo de forasteros— mi trabajo es lo más parecido al de un encantador de serpientes”.
En la calle lo espera la poesía de piernas abiertas. No soy bueno para eso de las metáforas y mucho menos tengo paciencia para escribir frases hechas. Lo nuestro es la palabra viva, dotada de vísceras, amores y odios. En una oportunidad un artista en intento por ser dramático, y congraciarse así un subsidio, exclamó que el arte se hace con sangre. No obstante un escritor ebrio de musa y vino le contestó: “Con sangre lo único que se hace es morcilla”. Cuestión en lo único que parecemos coincidir Francisco Arévalo y yo. En fin que la poesía y la literatura sin drama, es sólo un dejarse el alma en la percha de las palabras y seguir tirando.