DEBIÓ SER UN ANIMAL DE SUEÑO
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Plantada en la rotunda estética de su arquitectura visual, hembra de huesos ardientes, animal vertebrado en la magnífica, brutal esencia de lo serenamente irracional, Henriette Théodora Markovic, se dejó caer desde Buenos Aires, a sus 19 años, en el París de los años veinte, de todos los sueños posibles y los que se inventaban cada día en la atmósfera surrealista. Había nacido en Francia, París, pero estudió hasta esa edad en la reina del Plata. Venía con más de cinco sentidos, dispuesta a comerse con los ojos, la piel, el mundo que se le presentaba alucinante en la gran vitrina parisina. Alta, morena, sensual, dormida como un trébol, la enigmática baraja, el Tarot de quien se llamaría artísticamente Dora Maar, entraba al juego de la vida.
A Dora Maar se le conoce como la amante de dos mitos del arte y la literatura, monstruos sagrados, iconos: Georges Bataille y Pablo Picasso. Fue muchas más que eso, apéndice de artistas e intelectuales, imagen pasional, audaz vitrina de sí misma, antología de sus noches. Así escribe Bataille en su libro El Poder de la Palabra , un texto titulado: El Erotismo. " En medio de un enjambre de muchachas, desnuda Madame Edwarda sacaba la lengua. Ella era, para mi gusto, encantadora. La elegí: ella se sentó cerca de mí. Apenas tuve tiempo de responder al mozo: tomé a Edwarda que se abandonó: nuestras bocas se juntaron en un beso enfermo. La sala estaba abarrotada de hombres y de mujeres y tal fue el desierto donde el juego se prolongó. Un instante su mano se deslizó, y yo me quebré de pronto como un vidrio, y temblé en mis pantalones; sentí a Madame Edwarda, de quien mis manos contenían las nalgas, ella misma al mismo tiempo desgarrada; y en sus ojos más grandes, dados vueltas, el terror, en su garganta un largo estrangulamiento. Me acordé que había deseado ser infame o, más bien, que hubiera sido necesario, de toda fuerza, que eso ocurriera. Adivinaba risas a través del tumulto de las voces, las luces, el humo. Pero nada contaba ya. Apreté a Edwarda en mis brazos, ella me sonrió: enseguida, transido, volví a sentir en mí un nuevo choque, una suerte de silencio cayó sobre mí de lo alto y me heló. Era elevado en un vuelo de ángeles, que no tenían cuerpos ni cabezas, hechos de deslizamientos de alas, pero era simple: me volví desgraciado y me sentí abandonado como lo estás en presencia de Dios. Era peor y más loco que la embriaguez."
Bataille escribió y reveló en 58 páginas, en La historia del ojo , Histoire de l'Oeil , un potente, agónico, erotismo. No hay límites en Bataille. Su escritura es un acto de luz y olvido. Se consagra a la victoria y a la derrota con la misma lucidez del gusano de luz que devora el cadáver y la noche. Dejó poesía Bataille y unos cuantos signos más. Eres el horror de la noche/ te amo como se agoniza/eres frágil como la muerte/te amo como se delira /sabes que mi cabeza muere /eres la inmensidad del temor/eres bella como matar /el corazón desmesurado/ me asfixio /tu vientre desnudo como la noche /mi locura y mi miedo/ tienen grandes ojos muertos /la fijeza de la fiebre/ lo que mira en esos ojos /es la nada del universo /mis ojos son ciegos cielos/en mi impenetrable noche /está gritando lo imposible/ todo se desploma /véndame los ojos /amo la noche /mi corazón es negro /empújame hacia la noche/todo es falso sufro/el mundo siente la muerte /los pájaros vuelan los ojos desorbitados/eres sombría como el cielo negro. Bataille asumió la cirugía de su costura, cautivó su tiempo con hondos paréntesis sobre una escritura nunca lineal, que se devoraba y crecía bajo el amparo de sí misma. Dora Maar fue el inicio del misterio, sin principio, ni fin. Inspiró a Man Ray, fue compañera del cineasta Louis Chavance y dejó impreso para la eternidad, el sello y la gloria, todas las obsesiones de Picasso, en su cuerpo y para su desgracia, espíritu. La divina Dora, surrealista, onírica, inteligente, fuerte, creativa, un animal tan bello, ejemplar único , sería devorado por el minotauro Picasso. Ella seducía y hablaba desde el misterio. Su libertad, espléndida geografía coporal, clara inteligencia, el arte de encantar y esa audacia, seguridad de sí misma, tal vez todo eso, y lo que pudiera detectar el imán de Picasso, la transformaron en su modelo por ocho años, colaboradora de quien se transformaría en su "maestro, pontífice, tirano y semidiós, además de amante". Pero hubo más que estos datos que llegan como dardos envenenados. La pantera alusinada, dormida al final de sus días, ausente, pero agazapada en los fieros recuerdos del pasado, fue una gran artista, conmovió como pocas mujeres a Picasso, quien le confió para que fotografiara los dibujos que dieron al cuadro más emblemático de este andaluz genial: Guernica . Dora Maar influyó en Picasso y se autodevoraron, aunque ella resultó ser más débil de lo que alguien podría imaginarse o tal vez decidió ausentarse del escenario real de la vida. Dora es la mujer llorosa que lleva la luz en el Guernica inmortal que la inmortalizó. Su destino se sellaría hace 70 años por estas fechas, en el 36, cuando Pablo Picasso, su secretario Jaime Sabartés y el poeta Paul Eluard, conversaban apaciblemente en una mesa del café Deux Magots de París. Ella juguetebaa con una navaja con la que hacía muescas en la mesa. Se cortaba y la sangre comenzaba a brotar a través de sus guantes negros con rosas bordadas. La escena más allá del surrealismo por lo real, impactó al pintor que se interesó por saludarla. Eluard, que la conocía, hizo las presentaciones de rigor. Picasso le habló en francés y ella le respondió en español, con indudable acento argentino, imagino. Eso fue todo para quien ya había atravesado por su período azul y rosa y entrado en el cubismo, y viviría todas las glorias del éxito y la fama.
Vivió intensamente y se entregó al arte, a la pasión, fue una mujer compleja y difícil, ausente, llorosa, y ahi están los cuadros que la retratan con su máscara real de dolor. Sin una musa tan cómplice, condescendiente, participativa, y al mismo tiempo competitiva, tal vez Picasso no habría desarrollado toda la intensidad que requería su obra. Le escribió poemas inclusive: " Sus grandes muslos .../ sus caderas / sus nalgas /sus brazos /sus manos / sus ojos / sus mejillas / su pelo / su nariz / su cuello / sus lágrimas".
Dora Maar antes de conocer a Picasso se había codeado con grandes artististas y continuó su amistad con Breton, Artaud, Lacan, Malreaux, entre otros. Después de más de 30 retratos, dibujos, de vivir un intenso amor, fue abandonada por Picasso. Ella entró en un laberinto donde nunca más saldría. Sólo ella sabía por qué se había recluido, ausentado de la vida misma. Cuenta la leyenda, que nunca sabe todo, pero que sí conoce lo esencial, que Maar conservó hasta su último aliento, un pedacito de papel con la sangre de Picasso y una nota que dice: "Dora Maar, Dora Maar, Dora Maar".
El día que conoció a Picasso, Dora Maar ya estaba montada en su leyenda, levitaba en París con su indudable encanto, la magia del clic que producían sus instintos, el frenesí indudable de de su piel de fuente de agua y miel. No venía a imporvisar una perfomance casual, fuera de los grandes escenarios de la vida, con la majestad de ser ella misma, la Otra que siempre fue, y que debían de descubrir a cada paso que daba como si el silencio ajustara los cinturones de todos los vuelos. D. M. era una marca registrada para seguir abriendo el velo de París. Ella lo registraba con sus grandes ojos verde mar Caribe y el lente de su cámara Rollei quería vivir la imagen del paisaje físico y humano. Picasso le escribiría en una oportunidad este verso: Estaba tan oscuro a mediodía que se veían las estrellas''. La retrataba con palabras desde la luminosidad del amor . Dora Maar cubrió casi 10 años de la intensa vida y obra de Picasso, y no es conocida, ni debe ser reconocida por su vida personal solamente, porque fue una artista con una personalidad propia y se montó en su atril, el de la vida intensa. Competir con la fama de Picasso es un absurdo, ser sombra, también, es poco digno de la historia. Fue su piel, sentidos, ojos, corazón, instinto, estudios, lecturas, conversaciones, su manera de ser y estar en el lugar indicado, provocar la acción, movimiento, lo que me tiene escribiendo estas líneas, así como su ausencia, el desdén con que la ha tratado el tiempo. Convivir, fusionarse, entregarse, ser parte, del mayor Minotauro del siglo XX, es más que un desafío o riesgo, una gozosa irresponsabilidad, una razón de ser, la manera quizás de seguir el hilo de Ariadna. Dora Maar es un icono en la obra de Picasso, más que un cubo de su mundo cubista, una línea intensa trazada con el vapor de un tiempo de búsqueda, de grandes realizaciones en la aventura del lienzo. Ahí está el andaluz insaciable, sentado en una escalinata mirando la cámara, el porvenir ya en sus manos, con la intensidad de sus ojos y Dora Maar a su lado, marcando con su gracia aquellos días para y por vivir. Entraría en el vértigo del laberinto picassiano y parisino, con el impulso de sus propios fantasmas y espléndidas piernas.
Yo le habría escrito algo así: Dora Maar, bendito París/que ya te conoce/pequeña sucursal de tus ojos/no dejes que el sueño te ahogue/las jaulas nacieron para volar con tu libertad/vuela, sólo vuela/en el color de la noche/tú, de alas rojas, divinas/qué fiesta tu cuerpo/Dora Maar, si París no tenombra/es porque no existe.
Y quedaría atrapada en la jaula invisible que Picasso le construyó a cincel sobre su propio espejo. El amor cuando se vuela es capaz de dejar pozos indescifrables en sus oscuras honduras y laberintos. La hermosa, vivaz, que se deslizaba sobre la imagen del relámpago real, y desnudaba su interior, los ojos, se dejaba esfumar ...Oh laberinto de polvo/quién puso el silencio primero/¿la palabra o el sueño? Dora Maar dejó la escena cuando el pintor cambió de musa. Ella entró en un inexplicable sueño, en ese laberinto de olvido y nunca más la flor. 40 años dentro de sí misma, fuera de todo, pozo de una luz que fue. Quedó en la memoria como una fotografía inmóvil. Se encerró en todos los ayeres del pasado, la ilusión del futuro se la borró París y sus inviernos, y esos eslabones perdidos de la cadena de la vida. ¿Qué guardó en los sueños de su prisión voluntaria? ¿Cuál fue el último trazo de Picasso? Su flash definitivo, quién como ella retrató la calle, el mundo exterior, la vida, los rostros de la pobreza y Assia, la modelo de los surrealistas, que Maar inmortaliza en un desnudo, cuya sombra multiplica el deseo. Ella sólo deja el cuerpo frente a la cámara, el tiempo... todo lo demás, es su belleza que algún duende armó mucho antes de Eva. El ojo de Dora Maar, en la imortal figura, el cuerpo que no requiere atril, ni lienzo, de Assia. La belleza a veces tiene nombre.
Dora Maar se hizo ovillo, sombra de su sombra, tras el abandono de Picasso, en una época dura en el París atomizado por la guerra, el miedo, y ella se perdió en el dolor, en la hostilidad de lo que no queda. Viajó hondo casi sin retorno, en el filo quemante de la pérdida de sí. Entró en su apagado invierno de flor marchata, refugio de todos los silencios. Fou, fou, está loca había dicho el pequeño minotauro goloso, que la había reemplazado por una mujer 20 años más joven. La compensó con una casa y algunas visitas. La pisquis de Dora Maar se resintió fuertemente. Ella se abandonó en su desconcierto gaseosos, donde nadie puede llegar. Marchó a la perra soledad porque ya no estaba allí. París se le deshacía en las manos, el humo de un tiempo evaporado, la imagen sostenida en la fotografía y quizás en esos días comenzó a ignorar todo, hasta el mismo vacío, y tal como había llegado luminosa, se marchó en su silencio irrepetible. Picasso había roto el cristal del amor, del encanto, y rotundo como era, también en el arte se pronunciaba definitivo, audaz: Todo el mundo quiere comprender la pintura. ¿Por qué no intentan comprender el canto de los pájaros? ¿Por qué a la gente le gusta una noche, un flor, todas las cosas que rodean al hombre sin tratar de comprenderlas? En el caso de la pintura, en cambio, se quiere comprender. Que comprendan sobre todo que el artista obra por necesidad (...) Quienes intentan interpretar un cuadro, casi siempre se equivocan.
Intensa mujer, argentina, la pasión de los sentidos, una apostadora a la ruina, quizás, pero no al porvenir. traía su propia baraja de Buenos Aires y cayó encandilada por el espejito mágico de Picasso, un insaciable devorador de hembras y espíritus. Después de Picasso, sólo Dios, dijo Dora Maar, al retirarse de la vida del pintor, totalmente destruida, acabada, silenciada, ruinosa de todo deseo. Ella, dueña de sí misma, no se encontró jamás. Con la sensualidad de su voz, el castellano con acento de judía porteña, y el juego conocido como la navaja del bebedor sobre una mesa en un café de París, conquistó a Picaso en la flor de su vida intelectual. Se hacía cortes intencionales sobre el guante y sangraba, pero dicen, que no había dolor en su rostro. El Dios del cubismo caía arrodillado ante una de su más grande, quizás la más intensa de todas sus Musas. Picasso lo sabía desde que al conoció, sin duda su olfato por el color y las formas, también estaba desarrollado en la piel. Cuando D.M. y Baltasar Klossowski Balthus, el pintor del realismo frío, entablaron una conversación profunda de artistas, picasso estalló en unos celos picassianos. Los biógrafos dicen que "no pensaba en otra cosa que en ver sus cuadros, no era capaz de trabajar, ni de pensar, ni de comer, ni de dormir. Como buen genio cretino para los afectos, la amó por lo mismo que le amenazaba. Era tan buena como él en cuanto hacía, si no más".
Y ha vuelto Dora Maar en la majestad de la pintura y sus retratos cotizados como siempre, ponen a temblar el mercado. No hay retiro para semejante mujer, ni lo que dejó de construir tantos años cubierta por el velo de su olvido. De la mano de su amante regresa Dora Maar con el gato . El 3 de mayo será primera plana, su pasado se volverá a subastar en Nueva York. La puja es por 50 millones de dólares y ella murió en la pobreza rodeada de numerosos cuadros y joyas regaladas por Picasso, de una correspondencia con escritores y artistas de renombre. Nunca se deshizo de nada. La tenaza de Picasso la mantuvo aprisionada. Está sentada en un trono de reina, com su porte divino, pero con el rostro quebrado. La relación con Picasso ya viajaba al despeñadero. El gato negro fue un mal presagio. El retrato ha permanecido guardado cuarenta años. El tiempo que Dora Maar permaneció enclaustrada para siempre. Había entrado en un misticismo y en un grado de indudable locura. Pero desde su lucidez, habría dicho, que Picasso nunca fue su amante, sino su amo.
Rolando Gabrielli ©2006
Esta es parte de la historia de la hermosa, enigmática y talentosa Dora Maar, fotógrafa, pintora, artista, quien vivió en la Argentina y fue una de las mujeres más retratada por Picasso...una verdadera Musa... y estas líneas son apenas un reconocimiento...pero tienen mucho más de admiración por la mujer y la artista.