LA EUFORIA DE LAS VIUDAS |
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Dedicado a Hortencia, Gabi
Paulina... Y todas las viudas
de amores imperfectos
Las mujeres podemos pelar al vecino. Cuando nos enojamos, embriagamos o enamoramos, hablar más de la cuenta, ufanarnos ante nuestras amigas de lo buen amante que es nuestra pareja, o quejarnos de lo pésimo que coge, o lo mal proveedor que es y lo machista. Pero hay cosas que no le contamos a nadie, ni a nuestra mejor amiga, nuestros errores por ejemplo, las pequeñas grandes humillaciones diarias que recibimos, el maltrato físico de nuestros esposos por ejemplo. Tampoco hablamos de nuestros sueños rotos, del príncipe azul que nunca llegó, de los recovecos de nuestra alma, ni de nuestras envidias. Somos capaces de callar profundamente y masticar a solas el chocolate amargo de las frustraciones. Somos capaces de soportar años de mala convivencia sólo para que los demás no vean nuestras debilidades ni nos compadezcan, ni vean el mal estado de nuestra alma que nos impide tomar decisiones, ni el mal estado de nuestra voluntad que nos deja como pajaritas a merced de las bestias. Todo eso somos capaces de callar, y atesoramos nuestro rencor como alimento, el rencor y el dolor que nos hacen saber que estamos vivas en las peores circunstancias, si duele es que existimos. Podemos mascullar entre dientes nuestro odio y poner la mejor cara si es necesario, podemos mentir para salvarnos, para disimular que hemos fracasado, que nuestra vida es una mierda y que el marrano que escogimos por compañero también lo es, pero lo defendemos si es necesario, para no admitir ante los demás que nos equivocamos. Y así, si tenemos suerte, sobrevivimos, al escarnio social y al tarado que nos robó la vida, la belleza, la juventud y los sueños. Y si tenemos suerte sobrevivimos a nuestra propia incapacidad.
Callamos sus infidelidades y hasta queremos a sus amantes, porque nos dan respiro y nos permiten gozar de nuestra soledad. Todo eso somos capaces de callar. Y si tenemos suerte, y el pastelito estira la pata, se va cortado, se muere antes que nosotras, nos deja su pensión, un seguro de vida o todos sus mezquinos bienes, con los que pagaron nuestro silencio y nos protegieron de la sociedad, menos de ellos.
Se lo agradeceremos poniendo nuestra mejor cara de viudas, aceptaremos que nos den golpecitos en la espalda para consolarnos, se lo agradeceremos dejando que la o las otras se acerquen a la urna para despedirse y derramen unas lágrimas. Ellas, que obtuvieron solo lo bueno, menos el contrato matrimonial, que obtuvieron al hombre que él no podía ser. Ellas no podían tenerlo del todo, y él tampoco. Se llevaron lo mejor y no nos importa, debieran agradecernos que nosotras fuimos la piedra de tope del individuo y las libramos de su ira. Ya nada nos importa, nos sentimos aliviadas. Estamos agradeciendo a Dios y la Virgen haber sobrevivido y que aún corra sangre por nuestras venas. Estamos agradeciendo al tipo que haya tenido el gesto de morir antes que nosotras y aún darnos tiempo para respirar en libertad.
Entonces pondremos nuestra mejor cara de viudas, guardaremos luto por un tiempo razonable y para no sentirnos culpables recordaremos sólo lo recordable. Poco a poco botaremos a la basura la telaraña en que nos enredamos, seremos dueñas de nuestra casa y nuestros horarios, seremos dueñas por fin de nuestras vidas, comeremos lo que queramos y no lo que a él le gustaba, esas repugnantes prietas por ejemplo. Poco a poco iremos recobrando la cordura y obtendremos nuestro premio, que es la tranquilidad y el dominio sobre nuestras existencias.
Seremos las perfectas viudas, dignas, solitarias y sonrientes. Porque volver a meter un hombre a nuestras vidas, jamás. Los demás nos mirarán con respeto por la devoción de nuestro luto, por la sobriedad de nuestros sentimientos, por la elegancia de nuestra soledad. Jamás sabrán que ahora somos felices y que estamos cagadas de la risa.
Nunca se vio a la Queca tan alegre, ella siempre sombría y cabizbaja, pasó rauda y sonriente con el pelo al viento.
tatyanacumsille@hotmail.com
Columna "Cuentos" a cargo de Ricardo Castro
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