Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1
Recordar los sesenta y cinco años del asesinato de Leòn Trotsky (1879-1940), en Mèxico, por un agente del estalinismo, no es simplemente un asunto polìtico que le pertenezca a una secta delirante de cazadores de infortunios y de promotores del izquierdismo inoportuno. Cuando se trata de Trotsky, como pensaba Orwell, se està considerando a una de los pensadores polìticos màs agudos y brillantes de la primera parte del siglo XX. Pero ademàs, a uno de los teòricos de la economìa polìtica, de la estètica, de la estrategia militar y del antiimperialismo mejor articulados y màs productivos. Una vasta obra que ronda los cuarenta volùmenes, escrita al fragor de los enfrentamientos con los contra revolucionarios rusos durante los inicios de los años veinte, de las acaloradas discusiones y de las persecuciones de los estalinistas por diversas partes del mundo, hasta la estocada final, revelan a un personalidad cuya templanza y lucidez escasean lamentablemente en la izquierda de hoy.
El pensamiento de Trotsky tiene la particularidad de haber tocado los temas màs atractivos de la agenda acadèmica y polìtica de la cultura del siglo XX. No dejò desatento un solo asunto que pudiera haber afectado la libertad, la independencia y la creatividad revolucionaria, en momentos en que la brutalidad del estalinismo y del nazismo reveleba un mismo propòsito. Hoy, las mismas preocupaciones siguen vigentes, con el agravante de que ya no tenemos a visionarios y hèroes hechos con la madera de un Leòn Trotsky. Se requieren seres humanos de una pasta diferente para enfrentar los retos que nos ofrece la insolencia vociferante de un triunfalismo capitalista agresivo, dèspota y voraz.
Las visiones de Trotsky con relaciòn al futuro (presente) de la URSS se cumplieron casi todas en su totalidad. Y no enfaticemos tanto en su capacidad visionaria, porque no se trata tampoco de un nigromante, pero sì es importante recordar que la mayor parte de sus escritos estàn sustentados en la reflexiòn crìtica, la intuiciòn revolucionaria y el màs agudo sentido de la realidad. La cantidad de herramientas analìticas de que nos proveyò para interpretar los distintos escenarios del presente, constituye uno de los aportes màs preciados del pensamiento polìtico del siglo que recièn concluyò y del que se inicia.
Con Trotsky se puede descubrir fàcilmente que la violencia revolucionaria es la respuesta ineludible y legìtima contra la violencia del opresor. Èste, se servirà de todos los recursos a su disposiciòn para impedir que sus condiciones de privilegio y bienaventuranza le sean arrebatadas. Pero tambièn, decìa Trotksy, es importante que los revolucionarios se muevan con solvencia en otros terrenos donde su creatividad puede ser puesta a prueba. Tal es el caso del arte, de la literatura, de los viajes y de la amistad. Sus escritos sobre arte y literatura nos heredan algunas de las pàginas màs bellas del pensamiento crìtico, con un nivel de sensibilidad y proyecciòn pocas veces visto en el siglo anterior. El tratamiento de la vida cotidiana, no siempre enfocado desde la perspectiva simple de una moral burguesa que se apaña con una moral proletaria, es el expediente indubitable de una conciencia revolucionaria que sabe visualizar en lontananza los grandes cambios que trajo consigo ese terrible y, al mismo tiempo, sublime siglo XX.
El antiestalinismo de Trotsky tiene el perfil de quien sabe que està al frente de uno de los grandes tiranos de la historia. No en vano le escribiò la que puede ser considerada la mejor biografìa de Stalin. Pero esta es sobre todo una biografìa de las distintas formas que pueden adquirir la opresiòn y la tiranìa. Antes que del tirano, es una biografìa de la tiranìa. Trotsky sabe que la revoluciòn le fue cooptada al pueblo ruso y por ello escribe tambièn la mejor historia de la revoluciòn rusa. El vasto monumento historiogràfico que es esa obra reposa sobre uno de los manejos màs habilidosos del materialismo històrico, el mètodo extraordinario descubierto por Marx y Engels en el sigblo XIX. Nada de lo que se dice en esa obra es superfluo. El fluir de los acontecimientos està narrado de tal manera que el lector se siente parte del proceso revolucionario màs demoledor del siglo. Su autor no se da el lujo de rechazar la importancia del sujeto en la historia, pero tampoco desconoce el necesario protagonismo de hombres como èl mismo y de grandes figuras como Lenin.
Bien podrìamos decir que si Trotsky nos hubiera dejado solamente su historia de la revoluciòn rusa, hubiera sido suficiente para recordarlo como uno de los grandes historiadores polìticos y sociales del siglo XX. Sus escritos sobre China, España, Amèrica Latina, sus polèmicas con los estalinistas y con algunos de sus seguidores siempre revelan a un magnìfico polemista, que se mueve en los terrenos del debate polìtico con una elegancia soberbia. El supuesto europeìsmo de que està penetrada toda la obra analìtica de Trotsky no es màs que el prurito obrerista de algunos estalinistas metidos a tercermundistas. El cosmopolitismo de la obra de Trotsky se sirve de uno de los ingredientes mayores de la herencia marxista: el internacionalismo. Sin èl, nuestro autor no hubiera encontrado utilidad a su manejo impecable de màs siete idiomas extranjeros.
Cuando la vulgaridad de la globalizaciòn y de sus cultores nos quiere hacer creer que la mejor manera de ser civilizados hoy, es pensar, sentir y actuar todos de la misma forma, el pensamiento revolucionario de Trotsky nos recuerda que algunos de los aspectos fundamentales con que se expresan la creatividad, la sensibilidad y la independencia de criterio son precisamente la sofisticaciòn, la fineza y el sentido de la realidad para enfrentar los desafìos que nos ofrece la historia contemporànea. No se puede combatir la vulgaridad con màs vulgaridad. O al menos no es recomendable. La arrogancia del bruto desaparece ante la lucidez y humildad del que se encuentra bien plantado en la realidad. El idealismo realista de Trotsky terminò derrotado por la brutalidad realista de Stalin, pero eso no implica, como decìa el gran Sànchez Montalbàn, que ambos sentidos de la realidad estuvieran equivocados. Simplemente el idealismo de Trotsky era todo comprensivo. El de Stalin no.