Por:
Alvaro Oliva
La escritora uruguaya, nacida el 8 de marzo de 1892 enriqueció la literatura de América con su delicado y fértil trabajo.
Cada detalle del verde que cubre Uruguay alteró las emociones de la escritora Juana de Ibarbourou quien relató a través de sus letras una híbrida secuencia de imágenes donde la flora y su vulnerable fuero interno danzan y terminan por germinar en todos los versos.
De lo sencillo y habitual ella construyó un reino paralelo, donde se ruborizó al escuchar las notas de una mañana lluviosa o al sentir la templanza que le proporcionaba el estar abandonada bajo la sombra de uno de los integrantes de ese batallón de árboles que aún surca a nuestros afortunados países hermanos.
En algunos de sus escritos expresa la posibilidad de haber sido un arbusto hace muchos años, estaba consciente de que el gozo que le provocaba la flora de su hermosa nación era exagerada y la intimidaba constantemente. En su condición de humano era afortunada, una mujer capaz de alcanzar la plenitud a través de la percepción del entorno la mantenía con vida y alejada hasta cierto punto de la desgracia siempre oculta tras alguna roca.
Su obra, catalogada de moderna y sencilla, capturó el interés inmediato del público latino quien no podía evitar seguir los caminos que Juana abría entre la espesa selva y donde cada emoción personal era transmitida en forma espontánea refrescando la mente de cada lector (especialmente a los del siglo XXI, cada vez más incapaces de poder respirar con los simples milagros que la naturaleza nos refriega, día a día, hasta la saciedad).
La vida de esta literata fue, al igual que su obra, sin fuertes fluctuaciones. Hija de un vasco español se casó, a los veinte años, con un general (Lucas Ibarbourou) del que se enamoró perdidamente y del cual adoptó su apellido. Su primer trabajo, "Lenguas de Diamante"(1918) la llevó a un éxito inmediato y a ganar la incómoda admiración del público y de los "entendidos".
Otras de sus creaciones más importantes fueron "Cántaro Fresco"(1920); "Raíz Salvaje"(1922); "La Rosa de lo Vientos"(1930); "Los Loores de Nuestra Señora y Estampas de la Biblia"(1934); "Chico Carlos"(1944) y " Juan Soldado", entre otros. También escribió varias obras dirigidas a los niños tales como"Los Sueños de Natacha"(1945).
En el año 1929, en el Palacio Legislativo, esta letrada, cuyo nombre verdadero era Juana Fernández Morales, fue proclamada como "Juana de América" por un grupo de artistas y diplomáticos encabezados por el escritor Alfonso Reyes.
Cada verso de su abundante obra nos reconforta, nos lleva a soñar aún más con la mujer, tan delicadas palabras, tanta belleza derramada y sin perder su textura. Tanto color, aroma y terciopelo agradándonos sin llevarnos a perder el juicio y la inútil compostura. Otro tesoro más yace en América, una voz, una caricia de algodón que nos murmura tanta fantasía, que nos calma y que dilata el tiempo como expulsándonos del momento presente, de los minutos del nuevo milenio, de esta época nauseabunda regida por el agotador espejismo del éxito.
En el año 1979, nuestra querida Juana dejó de existir, en Montevideo, dejándonos una obra esencial que llama al ser humano a conmoverse con los tesoros gratuitos que la tierra proporciona:
VESTIDOS NUEVOS
Creo a veces que las plantas son como las mujeres: les gusta cambiar de traje. Por eso en Otoño arrojan al suelo todas sus hojas amarillas y en Primavera se cubren de brotes brillantes. ¡Es que, de veras, es tan lindo ponerse un vestido nuevo! Y las acacias se adornan de moños blancos, los aromas de lunares de oro, los plátanos de borlitas verdes y los mitosis, como "Piel de Asno", le piden al hada de las flores un vestido hecho de cielo. ¡Hasta los cardos, tan ásperos, sienten despertar su coquetería y se prenden entre las duras greñas un penacho azul! ¡Me río yo de los botánicos que quieren explicar gravemente los fenómenos de la florescencia y de la vegetación! ¡Si al brotar y al florecer las plantas no obedecen a otro impulso más que al deseo de ponerse un bonito vestido nuevo! Por eso, también, crecen con preferencia en torno de las acequias, de los estanques, de los arroyuelos: para tener un espejo en que mirarse.
[De El cántaro fresco]
PUÑADOS DE POLVO
Por la persiana entornada entra al comedor en penumbra, un rayo de sol matinal. Y por la misma rendija sale a la calle, oblicua hacia arriba, una banda ancha y dorada de moléculas. Parece una legión de bailarines, pues, mirando atentamente, veo que cada uno de los puntitos rubios gira de una manera vertiginosa sobre sí mismo. Si yo supiera física, ¡cuantas observaciones podría hacer ahora! Pero no sé nada más que imaginar y soñar. Y miro con envidia a esa banda de átomos que se va a correr el mundo, llevándose quizás el secreto de todas mis intimidades. ¡Oh granitos de polvo que vais a ver lo que yo no he de mirar jamás: bosques, mares, ciudades, templos, auroras boreales, maravillas! De soplo en soplo, de ráfaga en ráfaga, recorréis la tierra, sorprenderéis el secreto de mil mujeres, y cuando el viento os vuelva a traer otra vez a este lugar, quizás haya transcurrido un gran montón de siglos. Yo no seré ya más que un puñadito de polvo amarillo. Y entonces me iré a danzar y a correr por el mundo con vosotros.
[De El cántaro fresco]
LAS OLAS
Si todas las gaviotas de esta orilla
Quisieran unir sus alas,
Y formar el avión o la barca
Que pudiesen llevarme hasta otras playas...
Bajo la noche enigmática y espesa
Viajaríamos rasando las aguas.
Con un grito de triunfo y de arribo
Mis gaviotas saludarían el alba.
De pie sobre la tierra desconocida
Yo tendería al nuevo sol las manos
Como si fueran dos alas recién nacidas.
¡Dos alas con las que habría de ascender
Hasta una nueva vida!
[De La rosa de los vientos]