Texto: Carlos Yusti
Perder la razón es un viaje (muchas veces sin boleto de regreso) por el laberinto de la mente, en donde no hay Minotauro ni un hilo de Ariadna para el retorno. Aunque lo escrito encierra mucha cursilería literaria, se puede asegurar que la locura la locura está lejos de la metáfora y bastante cerca del horror.
La locura más que un desorden fisiológico es un problema de orden social con implicaciones éticas y morales cuyo tratamiento (a fines del siglo XVIII fue considerada como enfermedad) hoy sigue basada en la represión y el aislamiento del alienado mental.
No obstante la locura seduce. Desde los griegos fue observada con curiosidad filosófica por Platón y Aristóteles. Los artistas tampoco escapan a su poder seductor. En la Edad Media a los desequilibrados se les trataba como poseídos y eran llevados a la hoguera, forma de profilaxis nada humanitaria patentada por la Iglesia. Hyeronymus Bosch, conocido como El Bosco, vivió todo ese tiempo nublado de superstición religiosa y crueldad. Su pintura lleva al extremo dicho horror y por ese motivo el mundo que pinta parece alejado de toda normalidad, parece responder a una visión afiebrada y delirante. Hay plantas extrañas, monstruos, personajes de horror y adminículos de una singularidad espeluznante.
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En ocasiones el fuego de la locura inspira al artista y otras lo envuelve con implacable saña como en el caso de Franz Xaver Messerschmidt, escultor nacido en Alemania en 1736. Desde los 16 años despunta como un escultor genial, pero en 1771 Comienzan a manifestarse los primeros síntomas de la enfermedad. Su extraño comportamiento hace primero que pierda a su clientela y un importante puesto como catedrático. Decide aislarse y empieza a trabajar en una serie de bustos denominados como "Los caracteres de Messerschmidt". La peculiaridad de estos trabajos escultóricos se encuentra en su enorme exactitud técnica y en la deformidad expresiva de los distintos rostros. Sobre la misma el escultor explicó: "El demonio me pellizca y yo le devuelvo el pellizco al demonio. Las esculturas son el resultado de estos encuentros." El mundo plasmado por los expresionistas en sus telas poseía un componente psicopatológico innegable y, como escribió el psiquiatra Pedro Téllez Carrasco, fue un esfuerzo para reportar por medios plásticos, no el mundo exterior, la realidad, sino el mundo interior de artista. James Ensor y Edvard Munch son pintores emblemáticos de esta tendencia quienes a través de sus cuadros muestran con crudeza ese desequilibrio emocional y que en Vincent Van Gogh adquirirá visos de un paroxismo paradigmático. Las privaciones de todo tipo (1889) le produjo un colapso nervioso por lo cual fue internado en el psiquiátrico de Saint-Rhémy. En ese lugar de pesadilla antiséptica, pintó 150 telas y centenares de dibujos. De estas obras destacan "El segador" y "Campo de trigo con vuelo de cuervos". El primero anuncia, con poética y turbadora clarividencia, su destino final. Con referencia a dicho cuadro el artista escribió: "Veo en este segador una vaga figura que lucha como un demonio en pleno calor, para acabar su faena; veo en él la imagen de la muerte.pero en esta muerte no hay tristeza, pasa a plena luz, con un sol que inunda todo con un brillo oro". Al final se suicidó en un campo de trigo a pleno día.
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Armando Reverón, después de su travesía por el manicomio, decidió aislarse. Convirtió el acto de pintar en un ritual. Se amarraba con férreos mecates en la cintura y luego embestía con furiosa irracionalidad la tela. Al final sus cuadros eran pinceladas gestuales que simplificaban el paisaje de la costa con escuetos toques de color blanco. En la luz encontró la razón final para reducir el paisaje a una escuesta emoción luminosa.
El caso de Javier Téllez es bastante peculiar. Sus padres eran psiquiatras y sumergido en esa atmósfera de la locura clínica (uno de sus hermanos murió esquizofrénico) ha llevado la locura a su taller, para extraer de ella su metáfora estética más sublime y dolorosa. Ha realizado instalaciones con trabajos pictóricos elaborados por enfermos mentales en Inglaterra y El Bronx de Nueva York. Una de sus obras fundamentales es "La extracción de la piedra de la locura". Dicha instalación se realizó en el Ateneo de Valencia y en el Museo de Bellas Artes de Caracas. Javier no llevó nada espectacular. Lo único que hizo fue reproducir un pabellón completo de enfermos mentales en el espacio del museo. Ofreció así una estética de la locura y ofreció una visión terrible, pero al mismo tiempo de incuestionable poesía, sobre el significado de lo que es normal y de aquello que infringe toda normalidad. Téllez en su texto, "De un hospital dentro del museo", explica el concepto de la obra: "Tanto la museología como la clínica psiquiátrica se basan en taxonomías que establecen una dicotomía de o normal y lo patológico. La selección y marginalización constituyen el principal modus operandi, sea éste el empleado dentro del marco de la historia del arte o del estudio del comportamiento humano".
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Una de las obras fundamentales de Javier es sin duda "La extracción de la piedra de la locura". Dicha instalación se llevó a cabo en el Ateneo de Valencia y en el Museo de Bellas Artes de Caracas. Javier no llevó nada espectacular. Lo único que hizo fue reproducir un pabellón completo de enfermos mentales en el espacio del museo. Traspapeló desde la metáfora la locura ofreciendo una visión terrible, pero al mismo tiempo de incuestionable poesía. Téllez en su texto, "De un hospital dentro del museo", explica así su concepción de la obra: "Tanto la museología como la clínica psiquiátrica se basan en taxonomías que establecen una dicotomía de o normal y lo patológico. La selección y marginalización constituyen el principal modus operandi, sea éste el empleado dentro del marco de la historia del arte o del estudio del comportamiento humano. El dogma terapéutico, que ambas ciencias comparten, hace que médicos y curadores de exposiciones se valgan del mismo verbo para definir el ejercicio de sus profesiones: curar el cuerpo; artístico o fisiológico".
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La interrelación del arte y lo locura es bastante estrecha. Además, entre la genialidad y la locura existe una delgada frontera. Picasso era un déspota tacaño. Dalí la hizo de loco para publicitarse como genio y luego terminó creyéndose su papel. Balthus tenía muchas manías. Pollock emborrachaba sus depresiones y Frida Khalo fue una amargada melancólica y egocéntrica. La lista es bastante larga. Lo escrito por Perán Erminy es preciso: "Si la locura es indefinible y terriblemente enigmática y desconocida, y si no podemos reconocerla, pero sólo a través de su calificación por el poder, aunque no compartamos las razones de su exclusión social y cultural, ni una definición como patología, menos aun en las artes, para las cuales es necesaria y consustancial." Foucault aseveraba que el arte empuja la locura a sus límites sin cesar. En todo caso una locura creativa y metódica como la que impulsa al príncipe Hamlet. El arte conforma hoy una terapia para hacer más llevadera la locura, ya que permite relajar los sentidos al tiempo que es una vía de escape para la depresión y la neurosis.
Foucault aseveraba que el arte empuja la locura a sus límites sin cesar. En todo caso una locura creativa, metódica y apasionada como la que mueve a Hamlet. La locura contenida en el arte en inofensiva comparada a esa que se respira en la calle, esa locura fanática y sin sentido que a veces nos rebasa.