Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 7

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 72
Mayo 2005



EN MEMORIA DE
CABRERA INFANTE


Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

En las obras del gran escritor cubano siempre se encontró algo muy raro en la literatura latinoamericana de los últimos cincuenta años: el humor. Pareciera que en esta parte del mundo hemos asumido la vida con tal grado de seriedad que nos resulta imposible imaginarnos a un novelista, un ensayista o, incluso, un poeta con cierto tono humorístico en sus trabajos y en sus días. Porque hasta la pequeña o gran biografía pueden estar ahítas de humor, ese humor sano y picaresco del que està llena la mayor parte de la creación de nuestro admirado y recordado Cabrera Infante.


Existe el humor ácido, amargado y destructivo como el de Vargas Vila, o el humor juguetón, risueño y agudo como el de Chesterton. El humor sensual de García Márquez y el humor erótico de Jorge Amado. Pero el de Cabrera Infante tiene la virtud de ser esa clase de humor que llega a los rincones màs ocultos de nuestra conciencia y de nuestra vida cotidiana. Porque està construido, precisamente, de cotidianidad, de la que sólo él sabía sufrir y transmitir. Con Cabrera Infante la literatura latinoamericana hizo ingreso en un ámbito totalmente desconocido: el del humor al servicio del lenguaje, y no al revés. Los juegos lingüísticos y los chisporroteos semánticos convierten a la literatura del escritor cubano en uno de los instrumentos màs novedosos en el quehacer literario de estas latitudes. Los experimentos, la literatura experimental, que no se queda en el puro malabarismo verbal, hicieron también de sus creaciones un ingrediente profundamente enclavado en la historia de América Latina. Sus novelas-ensayos-cuentos, tienen el poder de convertir las fronteras entre los géneros literarios en el elemento que retrata, de manera casi sonora, la cruda realidad latinoamericana. Tales fronteras no existen en la realidad, pero ésta, cuando ha sido manipulada por los hombres, se vuelve increíblemente vulnerable y hace que escritores como Cabrera Infante adquieran la estatura de prestidigitadores, para quienes el humor, el sarcasmo, y toda la liturgia de la ironía es el arsenal de que pueden disponer los hombres de a pie, para que la vida cotidiana se les haga màs tolerable.


Cabrera Infante, como parte del “boom” de los sesenta, terminó siendo un tránsfuga para algunos pero, para otros, sobrellevó consigo los aspectos màs espinosos de lo que significaba enfrentarse a la Revolución Cubana y sus defensores màs cerrados; de la misma forma que su literatura recoge, mejor que la de ningún otro escritor Latinoamericano, con la excepción de Vargas Llosa tal vez, el aspecto negro, malversado y sombrío de dicha revolución. Su intolerancia contra la totalidad de lo que representaban Fidel Castro, el Che Guevara, y la iconografía toda de la Revolución Cubana, debe ser vista por encima de sus esfuerzos estéticos, como una enseñanza que hemos recibido después de las lecciones representadas por el caso de Salman Rushdie.


Ahora bien, si la producción artística se ve sometida a este tipo de embates y humillaciones, es nuestra obligación empezar a pensar en que la intolerancia no sólo tiene fronteras antropológicas y ontològicas sino también fronteras existenciales y humanísticas, que corren el riesgo de ser escamoteadas con el cinismo y reducidas a su mínima expresión: es decir a convertir a los artistas y pensadores en simples corifeos del dictador de turno.


Esa fue precisamente la factura que Cabrera Infante no le pagó a las protuberancias màs conspicuas de la revolución cubana y sus excesos. Nunca reconoció de líderes emblemáticos o ideas revolucionarias que estuvieran enquistadas, malsanamente, en la piel, sensible y sostenida, de los ideales de libertad e independencia con que fue, originalmente, concebida esa revolución. De todas formas, como no le quedó otra salida que irse del país y hacer vida en otro lugar, se sirvió de una arma que pocos exiliados han utilizado con tanto rigor y sabiduría: el humor.


Asumió, entonces, que el humor no siempre es ausencia absoluta de tristeza, y que tampoco es el sinapismo infalible contra la nostalgia y la melancolía que lo sobrecogían en las frías y húmedas tardes del eterno invierno londinense. Porque, con frecuencia, detrás de las explosiones de sarcasmo, caricatura e ironía con que se solaza Cabrera Infante, una vez que la isla se quedó sin él, hay una tristeza dolorosa y, sin embargo, notablemente productiva. Con Benedetti, Galeano, Peri Rossi, Zambrano y otros, uno aprende que el exilio puede ser muy triste, pero también muy productivo, aunque no necesariamente alegre. Està por verse, de todas formas, si el exilio de un poeta será el mismo de un ser humano común y corriente, de esos de a pie a que nos hemos referido antes. Porque, supuestamente, estaría penetrado de màs angustia, de màs frustración, hambre y frío. Puede sonar grotesco, pero para algunos poetas latinoamericanos en el extranjero, el exilio fue una opción que osciló entre el humor sombrío y la alegría siniestra de quien se sabe cierto en sus sentimientos. Algunos todavía llevan el exilio en su corazón. Regresaron a sus países, fueron bien recibidos, acogidos con cariño y dedicación, pero en sus corazones el exilio sigue siendo el grito que nadie nunca oyó, en el momento debido.


Con Cabrera Infante se aprende, si se quiere, que el humor es una salida, no la única, pero una que facilita la tolerancia de quien vive con su corazón lleno de escenarios, palabras, gestos y retruécanos, para que la vida misma no se le convierta en un paraíso repleto de monstruos. Ese humor que nos trajo el escritor cubano a nuestra cotidianidad deber ser estudiado por completo, comprendido, analizado e interiorizado en su totalidad, porque es inédita todavía toda su potencia estética y existencial. Se trata, en definitiva, del triste humor latinoamericano, de quien ríe con lágrimas en los ojos, de quien goza a plenitud su frustración, y no aprendió cómo instrumentar esa nostalgia (esa saudade diría el gran Pessoa) para que el exilio que lleva en el alma no termine por estrangularlo. Habría que leer a Cabrera Infante para que la lección tenga sentido.

 

1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista.

 


 



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