Por: Ricardo Arcos-Palma

Este mes para Escaner Cultural hemos escogido una obra fotográfica que pone de manifiesto el vínculo entre el mundo y la cuerpo. Merleau-Ponty en su famosa Fenomenología de la Percepción , dice que "no existe límite entre el mundo y la carne, pues el mundo es carne". Indudablemente lo que el filósofo nos dice es que el mundo se encarna (en el cuerpo) y la carne se hace mundo y deviene territorio en una íntima relación. Esto es lo que evidencia la obra más reciente del grupo edafos compuesto por la artista griega Carmen Filippides y el  artista colombiano Alfredo Virgüez, residentes en Madrid. Esta obra expuesta por primera vez  en la Bienal de Bogotá en el Museo de Arte Modeno (2000) atrajo mi atención no solamente por la fuerza con que está tratada la imagen fotográfica, sino también por el hecho de evidenciar la piel como territorio. Así pues echemos un vistazo crítico a esa obra.

 

 

Estas imágenes fotográficas configuran una especie de corpografías, donde la huella deviene físura en la piel. Las huellas se  transforman en verdaderos caminos, surcos por donde ha pasado el tiempo. " La piel como testimonio, paisaje o superficie para recorrer palmo a palmo;  lugares donde detenerse y hundirse, piel como arena o piedra labrada, imágenes incrustadas bajo los sentidos. La arena es testigo de hechos, emociones y tiempo. Tiempo que perdura, en la piel se atrapa un instante y en la arena se marca un final". Estas palabras de los propios artistas son la esencia de la obra compuesta por una serie de fotografías en color de gran formato, con una clara disposición narrativa. Hay un comienzo y un final.

El comienzo es la figura (rostro) humano con esas marcas que le crean una identidad particular, entre la máscara y  maquillaje. El final el rastro del cuerpo del toro en la arena del ruedo. Pero en realidad este comienzo y final no es mas que una cadena.... La foto del ruedo en blanco y negro parece ser un detalle de la piel del hombre, también en blanco y  negro; estas dos fotos se encuentran en los dos extremos de una serie de  "instantes" que nos hablan otras huellas, de otros territorios, más íntimos, donde el tiempo efectivamente parece detenerse. En los extremos - inicio y final -, existe un dolor el dolor del la muerte del toro, que deja un rastro en la arena y el dolor de las insiciones en la piel que luego se transforman en lineas que embellecen el rostro para siempre en una lejana cultura. En el medio, en esa frontera existe y persiste la memoria entre el placer y el deseo. La piel deviene otro territorio, más privado a diferencia de los otros que es hasta cierto punto un territorio colectivo. En el medio en esa frontera existe, el color de la piel, que nos hace olvidar la idea de territorio, pues si algo tiene de verdaderamente interesante esta obra, es que pone en cuestión la noción de territorio por  paradógico que parezca. Es una tentativa de deterritorialización por emplear el término de Deleuze y Guattari. En estas fotos se evidencia de una manera magistral una pérdida del  territorio individual y corporal. Pero pérdida en éste sentido no tiene una visión negativa, sino al contrario positiva: se pierde para ganar otro territorio más grande, pues las fronteras desdibujandose tienden a volverse un simple lugar de paso más que una barrera.

De esta manera la piel asimilada al territorio deviene el lugar de la memoria, donde unos trazos generan un escritura corporal que intenta permanecer. Verdadero pre-texto o para-texto donde la historia esta por hacerse y por escribirse. Historia privada?  Historia colectiva? Poco importa, pero historia simplemente, hecha de sensibilidad, donde la piel es tan sólo un fragmento de esa historia. Idea luminosa la de Edafos; nada de extraño cuando se sabe que su nombre significa sol (en griego antiguo), el símbolo de Apolo el resplandeciente.

Ricardo Arcos-Palma

París 22 de marzo del 2005.

 

 

 

 

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