Por Rolando Gabrielli
Una parte del cuerpo y de la especie humana, pareciera no poder vivir sin algo de poesía en sus carnes y espíritu, en la corporalidad esencial de su humanidad. O legítimamente, en el cuerpo cotidiano de las cosas. Es el recurso del gesto, guiño, la otra voz que aún es alquimia y lenguaje, ilusión, otra mirada de la vida.
La poesía tiene tantas definiciones como indefiniciones, es la palabra más contaminada de lo nuevo, sorprendentemente innovadora, comunicación y lenguaje, cuando es verdaderamente poesía.
Palabra universal e intraducible, el poema. Sin embargo, responde a los mismos resortes universales en cada época, al sentimiento mayor, único de la humanidad: el amor.
Se escribe por amor y amor a la palabra, al otro, a la vida.
La poesía tiene un listado innumerable de temas, desde la palabra fundacional, avisada en la remota memoria de los tiempos, en la pausa de algún mar, detrás de la noche de un Imperio en expansión, en la casa habitada por la poesía. Amor, muerte, política, temas sin época, ni tiempo, y ahora la poesía nada ante la consagración de la banalidad.
La frase más desgarradora, patéticamente poética, sublimemente erótica, sensual, prisionera en la audacia de sí misma, me la dijo una Mujer-Poema: " Qué quieres, estaba hambrienta de poesía ". Pensé, lo dijo todo, y más allá de esa afirmación, sólo el lenguaje, lo que anilla en la convicción del verbo. Definió el paisaje íntimo, visceral, la razón de ser de la poesía, un viejo apetito ancestral incubado en la caverna, matriz de un espíritu vivo que ama lo bello y se deja seducir.
La poesía es seducción de los sentidos y en este caso, la mujer es un animal de múltiples recepciones y posesiones, y en ellas cabalga (mos).Lucidez y privilegio de quien escucha y es caracol en el oído de la poesía.
¿La poesía es hembra o no tiene sexo?
Lo que sí marca esta nueva era, la centuria 21 que nos ha tocado, es que nos corresponde seguir viviendo dentro de la nuez global que se deshace en las manos de una ardilla, y en pasarela, el show continúa en un escenario circular, de goma de mascar, elástico, pegajoso, estólido.
Hoy muy pocos avivan el seso y despiertan en medio del cloroformo del mundo virtual, el inmenso mar de la estupidez. Es un magnífico altar creado a la diosa banalidad.
La poesía es un raro lenguaje, un objeto aparentemente inútil, mercancía en desuso, y su palabra es contrabando, un producto innecesariamente valioso. Los estantes de las librerías reciben el producto libro poesía con cierta vergüenza, algo de dignidad mancillada y un vendedor se cuida mucho de ofrecer a alguien poesía, no lo vaya a ofender en al ridiculez de los tiempos.
Los poetas actuales parecieran condenados a globalizarle después de la muerte. El mundo virtual los borra. Es casi ridículo leer: Diario de un Poeta. Crecen las listas y redes de una poesía espontánea, íntima, personal, en el mal sentido de la palabra, porque no recoge la voz del otro, y se hace ripio, una extraña gelatina sin forma ni luz. El auge de lo visceral, espontáneo, el aire enrarecido que nos hace respirar la globalización desarticulada, en la voz de los muñecos doloridos de la poesía. Son fragmentos de heridas, traumas cotidianos, riñas de parejas, dolores intrascendentes, chismografía personal, biografías sin historias, observaciones periféricos entorno al propio ombligo.
Ya lo dijo, Ezra Pound: la poesía es el lenguaje cargado de sentido. Es más que una frase bien lograda y yo diría que define esencialmente lo que debiera ser la poesía en todo lugar y tiempo. Trabajan la respiración falsa del maniquí, el gesto desarticulado de su árbol genealógico, un cuerpo inanimado, y aún ahí la poesía tiene espacio para reavivar un corazón muerto. La poesía no es vitrina de su propio espanto, ni falso o cómodo espejo, de lo que no se tiene, ni puede reflejar en palabras. Algunos, optimistas, se apoyan en la miseria, en las desgracias, infortunios, desajustes, perturbaciones, alucinaciones, en la tragedia personal o bien apuestan a lo insólito, y la propia poesía carga con todos sus escombros, hasta con el mismísimo plagio, el peor de los disfraces de la palabra.
Dije en el pasado que la poesía estaba en bancarrota, que se soñaba así misma tal vez como una loca en el ombligo de su propia soledad, sobre la azotea de un edificio de cristales que miran el mar con sus cabezas de cisnes dormidos en el aire. ¿Se agacha el verso en el aire o crece? Pueden caer las cabezas de las mismas golondrinas en pleno vuelo, y el verano continuará invicto. Es lo que debe hacer la poesía en todo tiempo. La palabra verdadera no tiene estaciones y la tribu sabe descifrarla, aún en tiempos verbalmente desmantelados.
La voz oficial siempre tendrá sus poetas oficiales, la vocería huérfana, la orfandad del vacío. El discurso del verbo mediático, desamparado. En eso, la historia se repite con algunos matices que siempre van a dar a la mar, que es el morir de alguna manera. Urracas con sus desalentadores ruidos, seleccionan sus porquerías en el basurero global, y las confunden con perlas. La poesía seguirá siendo un taller en la alcoba personal.
Los poetas nunca han vivido en un Paraíso, ni siquiera en una república. En mi caso, en una Aldea sostenida por palabras.
(Se ha inventariado tanto el horror, que da miedo que siga siendo el mismo horror de ayer y de hoy y de mañana y de siempre. Nunca no es nunca, esto fue hace sesenta años, durante la Segunda Guerra Mundial, y el mundo ocupado en la conflagración, hizo la vista gorda durante el Holocausto. Las dos palabras: solución final, no fueron una solución, ni el final. Dijeron que no se escribiría más poesía después de Auschwitz. El horror se pasea en pleno siglo XXI por el mundo, como si nadie lo reconociera, en su perfomance de cristal en la hiel, y tiene ciudadanía global.)RG
Ciudad Baldada
Sin piernas la calle quién la camina
o cojea, un cambio de pasos
y al revez de los sueños, la luz,
mi ocio dorado y tu amor,
el aliento se queda en estas paredes.
No vayas a olvidar el número trece,
dos veces nada, la puerta,
ciudad me arrastras,
sudorosa cancioncilla
somos tu primitiva aurora,
el sol nos aplasta en un cristal,
y un lagarto frío nos habla de su adolescencia.
No tengo tu espíritu, barro bajo tus pies de lodo,
no veo el rostro que esconde tu velo,
esa sombra Fenicia
Sólo juego al casino mi verbo,
bazar de mis palabras,
respiro la vida en un viejo domicilio
y si escribo es por azar,
lo que me dicta un ventrílocuo
con su serpiente de goma
y desafía conmigo el pecado original
detrás de un manzano en flor.
Esta plaza no es un destino,
abandono mi propio cortejo aburrido,
sombreros blancos con cabezas vacías,
alas detenidas, ruido de pájaros,
ni idea lo que sucederá.
El tiempo no cuenta.
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Mátame en el poema
Mátame, mátame,
me pide la paloma.
Degollándose ella.
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Detrás de las voces
Seguiré escuchando las voces
aún detrás de la canción olvidada
y bajo la piedra inmóvil,
el abecedario de mi infancia.
Una imagen perfecta es la voz del muerto
la que me lee una señal en el camino.
No haré alto más lejos que la sombra,
ni fijaré mi domicilio al otro lado del río.
Seguiré escuchando las voces,
el jardín lleva mis pasos,
en nombre de quienes han desparecido
y que yo aún recuerdo
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La Belleza
¿Ver para creer?
¿O tocar para sentir?
Dejas que el piano se lleve la nota
y la mano en la curva de la cadera.
Así te siento,
sobre mis piernas.
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¿Por qué me amas?
Muerte, qué asco,
un expediente intachable,
toda la eternidad en un montón de polvo,
no es mío el aplauso de un ciego
y tu no eres estrella, diosa
de grandes alas grandes.
Esta canción que escribes,
no es mi letra,
un hacha derriba sus vocales.
Muñeca insensible,
no finjas, me amas.
Baila con otro,
saca tus cuentas lejos de mí.
Esos números redondos, sólo a ti te cuadran.
dejemos en principio, el fin,
para otro momento.
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AG, AG, AUSCHWITZ
Silba, silba el tren,
viene mañana.
Qué nombre impronunciable tuvo la muerte
y detrás del pitazo sigue silbando.
Ag, ag, llega la carne
con sus dos zapatos rojos.
Infierno este es el humo de tus llamas,
baja sus maletas el invierno entre el bosque,
los rieles polacos seguirán nevados,
judíos, gitanos, soviéticos, homosexuales,
discapacitados en el horror del humo,
sin dientes ni muelas,
una camita para aferrarse a la muerte.
La muerte es un viaje,
no se cruza dos veces un mismo destino.
Un cabello, un botón, un par de muletas,
las uñas levitando,
¿es lo que veo en un guante negro
o el futuro que nos vuelve a dar la mano?
Rolando Gabrielli