Santiago de Chile.
Revista Virtual.

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 52
Julio de 2003

 

TEILLIER,

EL ÚLTIMO ANDEN
DE LA POESIA CHILENA


Desde Panamá, Rolando Gabrielli


TellierEl poeta chileno Jorge Teillier gustaba incluir en su biografía la fecha de su nacimiento, como el día en que murió Gardel, un 24 de junio de 1935. Día además de San Juan y de celebración del año nuevo Mapuche.

También se fue en el tango, el día de su muerte, porque se despidió un abril escuchando los viejos bandoneones, uno de esos días que estaban preparados para él, casi sin afán, sino más bien en el rutinario calendario que la hoja de la vida deja caer.

Muchas veces, descolgados en el mediodía santiaguino y un poco más allá, íbamos a escuchar con Jorge, tangos al Black and White, en el centro de Santiago, y a beber unos vinos de la casa, densos copihues rojos que mezclábamos con duraznos y las letras de los tangos.

Caía la voz de Carlitos Gardel como en cascada, sonriente, mientras apurábamos las copas y nuestras propias alegrías, en el viejo restaurante, un boliche de madera crujiente añoso, espectral, de altos techos, traspasado por el vino, aireado en la musicalidad tanguera, de un Santiago que ya no nos pertenece. Horas después de ese vagabundeo por la City gris, recorrido de guerreros derrotados por la soledad, regresábamos al Boletín de la Universidad de Chile, donde editaba esa publicación, luego de superar las empinadas escaleras de la Casa de Bello.

El Dueño de casa, Bello, sentado de espalda, impertérrito en la estatua que bien merecida tenía, por sus aportes a la educación de Chile y América, ya no se pronunciaba sobre los erráticos poetas.

Las tardes eran propicias para rendir en el Black and White un homenaje al tango, confirmar nuestro tributo y devoción por el Troesma, como se refería Teillier a Gardel, con religiosa simpatía ,mientras tarareaba algo desafinado sus viejas canciones que siempre le acompañaron como si fueran un cortejo, hasta que por fin le despidieron en un sala de hospital en Viña del Mar.

Gardel tuvo menos suerte, se desintegró en medio de la fama en el viejo aeropuerto de Medellín, Colombia, enclavado entre cerros, en la ciudad de las orquídeas y del famoso Cartel de Pablo Escobar Gaviria. Mi Buenos Aires querido,
cuando yo te vuelva a ver, no habrá más penas ni olvido. Este era el tango favorito de Federico García Lorca.

Malena canta el tango como ninguna/ y en cada verso pone su corazón. Si bien no la cantaba el Morocho del Abasto, el Black and White la tenía como una de sus preferidas. O este clásico: Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno.

Tellier

Jorge era descendiente de francés, como Gardel, nunca lo dijo, usaba un pañuelo de seda sobre el cuello, sombrero, con aspecto de forastero para una ciudad como Santiago, y en verdad venía del sur, Lautaro, tierra Mapuche (araucana), lugar que nunca abandonó, ni aún después de muerto.

(Che "Madam" que parlas en francés y tiras ventolin a dos manos, que escabías copetin bien frapé y tenes gigolo bien bacan...

Sos un biscuit de pestañas muy arqueadas...Muñeca brava bien cotizada...)

Fue nuestro Peter Pan de la poesía, poeta que visita siempre la infancia, y probablemente nunca la abandonó, como su patria chica, sus viejos temas de siempre impregnados en la nostalgia, las despedidas, de sus poetas preferidos, los mismos recorridos, un gran repaso por su cuaderno del primer día de clase.

Gran lector, enciclopédico, Trakl, Huidobro, Neruda, Holderlin, Cadou, Novalis, Rilke, Baudelaire, Esennin, la Historia de Chile, por citar algunos, pero en verdad, todos los libros, porque nada había de espontáneo en uno de los poetas simplemente más profundos de nuestra poética. Revisaba y corregía, una y otra vez, y sus lecturas no eran en vano, porque contaba con una memoria fotográfica, privilegiada.

Muchas cosas se seguirán diciendo del Mito Teillier, quien lo cultivaba más de lo que algunos piensan, porque era poeta las 24 horas del día de los 365 días del año y de toda su vida. Nació para vivir y morir como poeta. Con frecuencia caminamos por las calles del Santiago democrático con su fiel escudero, Rolando Cárdenas, poeta olvidado, chilote, chilenísimo, austral, sureño del sur, sur, “corazón de escarcha”, un duende en medio de nuestra dolorosa geografía humana, suspendido en el disparate santiaguino.

TellierLa ciudad nos redactaba sus propias páginas, las mejores y peores, pero había felicidad esas noches, se notaban en las carcajadas de Rolando Cárdenas, una manera elocuente de hacerse presente en la soledad urbana, casi notarial de Santiago.Efraín Barquero archivaba con su silencio los nuevos fantasmas corporales de su poesía, terrena, con la propia acústica, los materiales fortuitos, del viajero que sería a pesar de.

No fue un gran viajero Jorge, pero viajó, a cinco, seis países, entre ellos España, Argentina, Panamá. Fue más inmóvil que Neruda en su aldea poética, de la que nunca salió, pero su Sur, era nostálgico, y siempre se identificó con los hijos de la tierra: los Mapuches. Le gustaba comulgar con su tierra natal, aunque también llegó a afirmar que no pertenecía a ninguna parte en sus últimos días, cuando la campana de Chile rodó interminables y largos 17 años sin parar. Fue, sin duda, un fantasma de su propio pueblo.

El pasa revista de sus días “inútiles”, llenos de “ocio”, Hizo suya la expresión de Rolando Cárdenas, casi una sentencia bíblica, una agenda del diario vivir, el itinerario de su apostolado: el Bar es mi segundo hogar. Es más, la compartieron día a día hasta el final de sus días. El Bar La Unión Chica, fue el último reducto del mohicano de Lautaro. Allí cuenta la leyenda, en el cabalístico 11 de la Calle Nueva York, no puede ser más premonitoria la fecha y la ubicación, un grupo de despiadados se la rifó día a día con su destino. Sin duda, si el Benemérito de Chile, hubiese estado al mando de la Nación en estos días aciagos de Manhattan, habría entregado pruebas a la Casa Blanca de la conjura, hilvanada en el Bar Unión Chica, por estos poetas malditos comunistas.

Tantos complot, para nada, el hombre se asolea en Iquique, las pálidas carnes de sus últimos días tras los cristales blindados y rodeado por su pequeño Ejército de Salvación, vitrinea los sitios de sus antiguos recorridos de Gran Primado de la República y come unos bocadillos fuera de su estricta dieta de diabético. ( El Gran Taimado le llamó Lafourcade)

La Historia continúa ciega y orgullosa, mientras el paseante hace el recorrido de su Vieja Caravana, fuera de la ley.

Teillier, volvamos a la poesía, se transformó en un transeúnte de si mismo: Me pasearé sin asunto /De un lado a otro/ Aburriré a medio mundo. El poeta ve pasar todo a su alrededor y el mismo sucede sin otra explicación. Era frecuente verlo en esos “estados poéticos”, rumiar el silencio vertical de sus horas idas y por venir. Es el lento Blue del poeta que llega al mismo puente y mira el mismo río, según nos dice en su poema homónimo, contrariando a Heráclito en el fluir que cambia a cada instante el río.

La poesía de Teillier, lárica según su propia partida bautismal, incandescente, memoriosa de la infancia, anclada en el vicio de la nostalgia, la mirada a la provincia que es al origen, el tiempo que rueda estancado en los ojos de la hermana muerta, era una constante marcha a la Edad de Oro, un viejo nido ancestral.

El niño Teillier nunca salió de su buhardilla, donde leía Los Miserables de Víctor Hugo, Julio Verne, Los cuentos de hadas, Los Tres Mosqueteros, El Gran Maulnes, La Isla del Tesoro, y seguramente ahora Harry Potter.

Debemos leer los títulos de sus libros, para entender también la magia de su poesía: Para ángeles y gorriones; Poemas del País de Nunca Jamás; El cielo cae con las hojas; Los Trenes de la noche; Para un pueblo fantasma; Crónica del forastero, El mudo corazón del bosque, entre otros.

No se bajó de la buhardilla, ni olvidó los abejorros, ni las luciérnagas o los callos cruzando el pueblo, pero su mundo fue mucho más complejo: un presente que se le deshacía en las manos y un futuro inexistente, que se esfumaba antes de llegar, porque el pasado aún existía y era para ser feliz, como el único tiempo de lo probable. Teillier podría decir como Cambalache, un clásico visionario del siglo XX y de este también: vivimos revolcaos en un merengue/ Todo es igual nada es mejor. Siglo veinte, cambalache problemático y febril.

Premonitorio el tango, y su letra es pueblo, arrabal, versos sudados con la camiseta y el saco al hombro, la calle es el micromundo cósmico real. La letra del tango es una filosofía actual, medible, tiene la vigencia de los acertos y las convicciones, el olfato popular, pero es una partida perdida de antemano, la tragedia de lo que ocurrirá o ya fue, sucedará inevitable.

El tango traduce el mundo, como el poeta le arranca rosas y espinas, y ambos son poesía, esa mirada que escarba en el silencio que anuda y desata. Arrastran el poeta y el tango historias de amor dolidas, fácilmente identificables con el fracaso, la esperanza, la espera, con al vida que no se deja vencer, ni arrinconar.

Jorge Teillier lo integró a su vida, una manera de mirar y sentir el mundo, palparlo, de saberlo irreal en el presente, efímero, tangencial, siempre por esfumarse, no cumplirse en su cometido o realización, una fiesta de despedidas, olvidos y desencuentros.

Detrás del ayer, el poeta, al fondo de la casa paterna, en el mesón de los bares, en la soledad de la línea del tren el camino hacia ninguna parte, en la Estación del olvido, en el último Andén apagando los sueños, los adioses aplaudidos en algún rincón de la memoria. Es Jorge dirán los habitantes de Lautaro, los viejos vecinos de siempre, los que se fueron y vienen llegando, los que instalan los molinos para el invierno. El loquito del pueblo, que va a ser bautizado. Las muchachas que juegan a la ronda El poeta que no se va, el sol que alumbra tenue, que olvida su presencia en los largos inviernos, el trigo que crece apagado, casi sin ruido, la calle larga sin esquinas que conduce al río. ¿En qué estación estamos, si ya no pasa el tren?.

Cierro estos apuntes sobre Jorge Teillier, sus días, la amistad y la poesía, con un poema que me escribió de puño y letra el tres de octubre de 1968 y que nunca he hecho público. No tiene título y dice así. Tantos milagros para nada/ Tanta nieve de leyenda/ Que hace inclinarse las ramas/ Cuando oímos en nombre de Terranova/ tantos jinetes/ Y torrentes llenos de castores/ Al oír la palabra Oregón/ Tantos rostros justos y ellos/ Como una naranja/ En el mediodía de la mesa/ Tantas calles/ Donde saltan las niñas a la cuerda/ Tanta lluvia/ Que siempre llega a tiempo/ Tantos milagros para nada/ Para ser menos/ Que un guijarro abandonado por el sol/ Para irnos/ Hacia un horizonte/ Que ni las aves de nuestra más alta esperanza/ Pueden jamás soñar alcanzar.


Imágenes: http://www.uchile.cl/cultura/teillier

http://www.epdlp.com/teillier.html
http://www.uchile.cl/cultura/teillier/galeria/index.html

Rolando Gabrielli



 
Rolando Gabrielli
es Periodista y Escritor chileno

 

Si desea escribirle puede hacerlo a:
panaglobal@hotmail.com

Actualmente vive en
El Dorado, Panamá

 


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