Texto:
Carlos Yusti
Comprender
la pintura, intentar dilucidar los derroteros actuales del arte
resulta una actividad cuesta arriba con la postmodernidad y la globalización
creando nuevos paradigmas de convivencia(y subsistencia) mundial.
María Luz Cárdenas (crítica y curadora de arte) se quejaba
en un escrito sobre la ignorancia creciente en torno "a la presencia
de las ideas y de la integración del pensamiento como parte esencial
del proceso creativo". Argumentaba además que "no se trata solamente
del enriquecedor papel que juega la información en la comprensión
de la pintura, sino de colocarnos en el espacio mismo de reflexión
que propone, no la pintura, sino la razón pictórica: la pintura
como discurso, la pintura como paso del ornamento al pensamiento,
sino como representación, como dimensión de una acción según la
cual deja de comportarse como ornamento para convertirse en filosofía".
Sin
duda que el arte en general, pero más específicamente la pintura,
es un discurso que no ha dejado de reflexionar sobre las inquietudes
más variadas del hombre. No parece razonable que ahora la pintura
se derogue la responsabilidad de hacer filosofía en torno al devenir
humano. Quizá los filósofos comiencen a pintar. En lo particular
el arte siempre ha tenido algo de brujería y de filosofía, algo
de ritual de exorcización y de meditación trascendental desde la
prehistoria, pasando por los griegos, la civilización egipcia, la
Edad Media, los Mayas, el arte moderno de fin de siglo. La pintura
en nuestra etapa contemporánea se vuelve abstracta como un rechazo
de la realidad acribilladas de guerra y desolación, los artistas
de la vanguardia moderna desmitifican el arte, lo bajan de su pedestal
como una manera de reflexión sobre la obra de arte como pieza de
culto encerrada en el museo.
Que
el arte quiera estrechar lazos entre el alma y el conocimiento parece
una simbiosis inevitable y necesaria, lo que sí parece un rumor
sin fundamento es que el artista esté enterado de ello. Cualquier
santotomas puede dedicar unos minutos de platica con cualquiera
de esos nuevos covachuelistas del arte encargados de hacer arte
conceptual, instalaciones, arte efímero, etc. y comprobará con asombro
que una miss tiene más argumentos. O sea estos nuevos artistas distan
mucho de ser filósofos en mayúscula y la gran mayoría se queda en
el lamentable escaño del analfabeta funcional provisto, eso sí,
de gran audacia, caradurismo y mucha intuición estética. Del resto
ni la profundidad reflexiva, ni el conocimiento intelectual parecen
regir su actividad creadora, la cual colinda bastante con el azar
y la improvisación. Gombrich ha puntualizado algo interesante: "El
artista es su mejor crítico. Si dialoga con su obra, es un artista;
si dialoga con el público, es probablemente un impostor".
Toda
generalización tiene por supuesto su excepción. Tenemos por ejemplo
el caso de un contado número de artistas cuya claridad conceptual
y filosófica sobre sus peculiares propuestas estéticas representan
algo así como ese otro extremo donde el creador entabla un dialogo
con su trabajo artístico y no tanto para darle pistas al espectador
como para encontrarle ventanas de luz a su propuesta estética.
La
ignorancia cultural del pintor es en la mayoría de los casos proporcional
a la ignorancia cultural del espectador. En tales circunstancias
el diálogo es una suprema utopía. La preocupación de críticos y
curados estriba en sí un urinario tiene tanto valor artístico como
por ejemplo las pirámides mayas. Si el arte efímero tiene validez
en mundo donde parece ser momentáneo, incluso los cincos minutos
de fama reglamentario que tienen muchos artistas.
El arte en general hoy día, luego de una sinuosa
travesía, ha llegado al puerto de la ambigüedad más aparatosa. Como
hoy no se lleva la vanguardia ni el compromiso el artista es apenas
una prima donna del mundo ligero del mercado artístico. Al mercado
no le interesa la intrincada conceptualización que esgrima el artista
sobre su obra, ni los fundamentos filosóficos y metafísicos que
la fundamente. Hoy la obra de arte no explica NADA y por eso el
artista trata de envolverla con un discurso que le proporcione validez
tanto como obra de arte y como discurso.
El disfrute del arte actual más que conocimiento parece requerir
de sensibilidad y curiosidad por parte del espectador. Es innegable
que necesitamos educarnos para el arte de nuestro tiempo. Es innegable
la necesidad de educar el ojo y los sentidos para cruzar el laberinto
del arte actual y el cual posee una riqueza y variedad bastante
extensa.
Lo
interesante de las novísimas propuestas estéticas es que no son
un hecho acabado y definitivo en sí, más bien son ensayos, tanteos
que de seguro en un futuro próximo se impondrán como tendencias
a pesar de las críticas y de los silbidos públicos (recuérdese las
exposiciones de los dadaístas o de los impresionistas).
El punto crucial en la actualidad palpitante y globalizada es el
crecimiento intelectual, técnico y espiritual del artista. Si el
trabajador del arte se queda varado en su intuición y desecha toda
preparación intelectual tendrá muy poco que ofrecer. Roger Fry ha
escrito: "...en un mundo en el que el individuo está atenazado,
moldeado y pulimentado por la pasión de sus prójimos, el artista
continúa siendo individual de manera incontrolable: en un mundo
en el que todos los demás son educados perpetuamente, el artista
permanece ineducable; donde los demás están ya formados, él crece".
El crecimiento del artista va directamente ligado a sus propuestas
plásticas. Querer endilgarle al arte o al artista el rol de educador
del espectador parece una soberana estupidez. El arte tiene tareas
menos tangibles que cumplir.
Quizá el arte no pueda enseñarnos a ser mejores seres humanos(para
eso está la ética, la filosofía), apenas puede permitirnos entrar
en contacto con la belleza, con el asombro de la metáfora hecha
obra de arte.