Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 1 
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 5.
12 de Mayo
al 12 de Junio 
de 1999.

 
UNA HISTORIA EN VERSIÓN LIBRE
 
Hay historias que corren la suerte de ser contadas. Existen las que deberían pasar inadvertidas pero se cobijan al amparo de la literatura, y hay las que nunca deber ser mencionadas. Estas últimas, sin embargo, por su naturaleza y por ser opuestas a las historias de éxito que abundan por doquier, adquieren un cierto valor que les otorga la clandestinidad, el ser portadoras de situaciones que por su contenido merecen, o deben merecer la suerte del silencio o, en su defecto, el impío valor del anonimato. Esta narración, por tanto, supone la extracción de algunos recuerdos que se han agazapado al discurrir el tiempo, alejada de todos los pertrechos que la memoria coloca en aquellos apartados de su amplio recinto. 

Los pormenores deben ser omitidos a favor de las circunstancias, pues sería ocioso intentar describir las situaciones que dieron lugar a los hechos que habré de describir en lo sucesivo, en la inteligencia de que cualquier parecido o coincidencia, en tiempo y lugar, con algunas personas o hechos, deberán ser atribuidos a la casualidad o algunas situaciones fortuitas. 

Mi relación personal con la protagonista de la historia es uno de los primeros misterios que escapan a mi comprensión, ya que Purificación, una mujer que irradiaba de luz a la luna, solía comunicarse conmigo a través de los sueños, o para decirlo con más propiedad, se me aparecía en mitad de la noche sin poder yo diferenciar si se trataba de un sueño o si era la pura realidad. Llegaba siempre sin previo aviso, y en contadas ocasiones se dirigió a mí de manera directa, es decir, casi nunca me miraba a los ojos mientras articulaba las palabras que salían a borbotones de su boca. No me permitía hablar. Era una aparición dominante, difícil de localizar en los complicados mecanismos de la mente, como si se tratara de un buen sueño venido a menos, quizás una suerte de pesadilla pero sin que mediara el terror o la angustia. 

Al paso del tiempo, me acostumbré a verla llegar en los momentos más insospechados del sueño. Sus apariciones no eran cíclicas ni obedecían a determinadas circunstancias; puedo decir que llegaba a su arbitrio, obedeciendo tal vez algún designio que ella distaba mucho de conocer, pues en ocasiones la sentí como enfadada y particularmente ausente. Nunca, además, llegó cuando la requería. En algunas ocasiones la invoqué desde mi lecho insomne, pero jamás acudió a esos llamados, lo cual me llevó a la conclusión de que sólo se aparecía cuando me encontraba dormido, por lo que deduje que Purificación era tan sólo un sueño que requería unirse a otros sueños para cobrar vida. 

Había algo de irreverente en esas visitas nocturnas, una especie de complicidad entre lo real y lo ficticio que terminaba por atormentar a la razón; pero esa sensación un tanto indescifrable de transitar por lo desconocido le añadía un toque de misterio que hacía empequeñecer los tormentos del intelecto, como si todo fuera producto de algo que podía ser paliado por la cordura. Y así, en medio de esos encuentros que se perdían por los derroteros que suelen tomar los sueños, transcurrieron varios meses, quizás años, y todo empezó a tomar visos de normalidad. 

Me era ya tan familiar Purificación que me resultaba imprescindible para poder despertar. En sus noches de ausencia, las más de las veces, no me alcanzaba la mañana para retornar al mundo de los despiertos, con todos los estropicios que ello suponía. Y a pesar de saber que la frecuencia de su aparición era por demás irregular, determiné que su etérea presencia tendría que eternizarse a toda costa. Así, en aquellas jornadas oníricas que presagiaban un final indeterminado, la puntual fascinación que sentía por ella se fue por los linderos de lo plenamente incierto. 

Empecé por idealizarla, dándole la categoría de musa, quizás incorpórea pero lo suficientemente sólida como para poder marcar la brecha entre la imaginación y el deseo, tarea que me resultó fácil puesto que Purificación se había insertado en mi ser como una presa en su proyectil. Y conforme los sueños se fueron alineando en su dirección, la osadía de enamorarme de ella violó los preceptos de los buenos soñadores, cuya ensoñación jamás debe ser alcanzada por la realidad. Por eso, cuando ella se materializó, tocó la puerta que separaba mi recámara del mundo y me confesó que era yo quien vivía perennemente en sus sueños, y que había tenido que valerse de la mitología del amor, la abandoné a costa de mi suerte, sin acaso haber tenido la precaución de escudriñar en los sueños de ella para encontrar el fiel de la balanza. Una historia así, en verdad, no merece ser contada, sólo que por algunas sinrazones que afloran cuando hurgamos en la veracidad de algunas historias que dicen tener el color de la certeza, me permití esta breve debilidad cuya autenticidad está en sus manos... 
  

HUMBERTO YANNINI MEJENES


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