Por: iaIr
menachem
Cambiar
de piel es cambiar de mundo. Y la proximidad te cambia la piel.
Vivo
en un mundo intensamente presente. No tengo aquí, en éste mi mundo
pequeño, a quién entrañar un "te extraño", de esos "te
extraño" que bien recuerdo se hacían agua en la boca y sabor
a fruta en el paladar, y a veces memoria del futuro del bajo vientre.
Vivo
en un mundo presente. Tan presente, que el futuro no tiene tiempo.
No
es el mundo de afuera: es el de adentro, que cambia de piel como
se cambia cualquier afuera.
Pregúntame,
ven, cómo no me quiebro en ese tiempo como un cabello, sin delante
ni atrás y tanto dentro.
Afuera,
la maravilla simétrica de los espejos. La disparidad perpleja
del par. Por fin la respuesta a la sed de la pregunta, casi todo
el tiempo. Pero ese hermetismo de los espejos cerrados, esa sombra
de luz que me sofoca: el mutismo de la proyección de un sí mismo
asqueado de Narciso.
Cuando
me hacen hervir la piel, me dan frío por dentro las estufas. Y
afuera es un espejo: que sea bello a más no poder, aún no me obliga
ni me da pasaporte a la belleza. ¿Esa es la novedad?
Pregúntame
cómo no me quiebro, o cómo se me ocurre buscar semejantes respuestas
cuando apenas si en mi traza, de sus preguntas resta un rastro,
cuando dos días no me baño.
¿Cosmonauta,
demiurgo, u aún voyeur? Estar quieto solía ser no moverse; estar
quieto puede ser también, haber mandado a la deriva cualquier
punto quieto que pueda referir un movimiento. Una inercia que
es más bien una conciencia de la piadosa inconciencia de la inercia.
Y a pesar de todo ello, la mera referencia a un otro, a un sí
mismo cuya otredad se sustancia en la otredad de su tiempo, relega
la hipótesis náutica, la del transcurso objetivo y la del parasitario
voyeur, a mero discurso panfletario. Dan testimonio la felicidad
y la tristeza.
Es
que nada sino la prepotencia del demiurgo puede soñar con atacar
a la impotencia. Es que no queda sino crear, o enajenarse, cosmonauta
voyeur, que meramente no se puede y entonces queda crear. Ya
antes era así. Porque la hipótesis creadora exime del mundo que
se me ofrece -"no, gracias, yo me hago otro" aún de
pronto-, pero no tan así porque de lo que se trata es de un retiro
pudoroso del protagonismo, de la escena, para ceder lugar -y voz
y cuerpo y el motor erogénico- a las creaturas del mundo nuevo
a estrenar entre las manos cada instante; creaturas de ese mundo
sin ayer y sobre todo sin necesidad alguna de un mañana, porque
todo es hoy que no es otra cosa que yo, que así es como dialogo
con el mundo. En una soledad de silencio que trona, que por piedad
viene a decir un universo. Como se vive a un dios flamando adentro
de uno.
CASA
DE PIEDRA
De
las opciones, una de las dos es la singularidad, con lo que no
le queda a la otra ser sino lo mismo. Aunque podrían y aún iguales,
ya no son dos -¡nunca lo son!-. Y si la compulsión es de un ya,
la inteligencia radica en diseñarla de modo tal que sea apta para
todo ya. De lo contrario, el vértigo de pasar tan rápido por un
tiempo que no pasa, te destruye. Diseñamos los modelos demasiado
complicados; nos sobran cantidad de líneas por todas partes. Sólo
se trata de objetivar las evidencias -fijarlas en el cosmos- para
hacer lugar a un escenario en que poner títeres siempre iguales
todos y a cada instante distintos, a jugar un juego que se acaba
al empezar y aún así, empieza cada ya, y no sabe de acabar.
La
condescendencia de la puntuación.... todo lo antedicho cabría
en un único instantáneo sonido gutural, ahíto de letras encimadas.
La condescendencia de articular; la sonrisa cínica que reconoce,
en la tal condescendencia, una cohartada para el verbo que
pone a andar el mundo.
¿Mas
por qué cínica? Si en los hechos la opción es sólo una pero la
hipótesis exige dos, mi universo puede admitir -ésto es: fabricar-
una memoria. Y lo que el universo puede -que es que quiere- admitir,
aquéllo a lo que ha lugar, es todo lo obligatorio que algo pueda
ser. Cambiar de piel es cambiar de mundo. Y la proximidad te cambia
la piel. Y en el fondo, semejante libreto por la necesidad de
amar, de amar a un otro. A lo que no se llega es al fondo. Salvo
por esa trampa, ese maravilloso juego psíquico de trabajar de
demiurgo del demiurgo, porque el demiurgo ya es un cosmos, y la
metacreación se salva gracias al propósito final del universo.
No es el mundo de afuera: es el de adentro, que cambia de piel
como se cambia cualquier afuera. Vivo en un mundo presente. Tan
presente, que el futuro no tiene tiempo. No tengo aquí, en este
mi mundo pequeño, a quién entrañar un "te extraño",
de esos "te extraño" que bien recuerdo se hacían agua
en la boca y sabor a fruta en el paladar. Por eso me ha tocado
ser, siempre, hombre, hombre que busca dios.
Ierushalaim,
Shvat 5763 01/03