Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 4
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 46
Diciembre de 2002

Tren-Tren y Kai-Kai Filu

EL ORIGEN MÍTICO
DEL PUEBLO MAPUCHE

Por: Rúbila Araya

Ante el indiferente correr del progreso, y el avance ciego y destructivo de la modernidad, hay aún culturas originarias que conservan los rasgos trascendentales de su universo cognitivo, como rodeadas por un resistente escudo que las protege de la vorágine globalizadora que arrastra al mundo. 

A pesar del histórico afán por someter su espíritu indómito, a pesar de la discriminación, a pesar del arrebato de su suelo...a pesar de nuestra incapacidad de abrir mente y corazón e internarnos en el sentir de las personas cuya tierra nos ha albergado a nosotros también. A pesar de todo eso y mucho más, el pueblo mapuche posee algo que todavía nadie le ha arrancado: su cosmovisión, su espiritualidad, su relación mágica con la naturaleza y los antepasados, sus mitos.

En sus creencias, traspasadas de generación en generación a través del relato oral; el cosmos se divide entre el bien y el mal; árboles, plantas y hiervas adquieren valor sagrado; milenarios ritos sirven de nexo con lo sobrenatural; personajes, mágicos o reales,  se anticipan a los designios de la naturaleza; mientras que alguna vez las aguas y las montañas cobraron vida.

A continuación, relataremos el mito o Piam del origen del pueblo mapuche, en el cual además se advierte la creación de los lagos y de la montaña, tal vez, el de la alfarería y de la calvicie, y el descubrimiento del fuego. Veremos cierta analogía con el diluvio universal que aparece en la Biblia, lo que nos podría hacer pensar que sí hubo uno y que es el mismo.

            Esta tradición que hemos intentado construir a través de los distintos relatos  que circulan, y que es sólo una dentro del infinito cosmos de historias y acontecimientos míticos mapuches, está contenida inamoviblemente en la memoria colectiva de este pueblo y viene transmitiéndose desde el más antiguo de los hombres, desde un pasado lejano remoto , o sea, desde un Ruf futrakuifi em. 

Las serpientes del diluvio   

Al igual que en el cristianismo, la cultura mapuche, también contempla un mito de diluvio universal. Cuenta la historia, que mucho antes de que en la tierra de las araucarias se avistara la presencia de los hombres blancos y lo mataran, Dios vivía en las alturas, junto a su mujer y sus hijos, y desde ahí se encargaba de reinar cielo y tierra.

Dios, además, recibía otros nombres, como Chau (padre), Antü (sol) o Nguenechèn (creador del mundo). Él había hecho el cielo con nubes y estrellas, y la tierra con bosques, ríos, montañas y planicies, animales y hombres.

El cuidado de su creación lo realizaba desde el firmamento, sentado allí iluminaba y vigilaba su reino, alternando esta tarea con su esposa -también llamada Kushe (sabia) Reina Azul o Reina Maga-, quien de noche velaba el sueño de las creaturas, por eso su otro nombre, Luna.

Debido a que sus hijos mayores, movidos por ansias de poder, comenzaron a codiciar el puesto de su padre y bajaron a la tierra para gobernar, Chau, lleno de ira, los cogió del pelo mientras descendían por las escaleras y los arrojó a las montañas rocosas. El impacto de los gigantes sobre la piedra, formó dos inmensos agujeros, los que fueron colmados por las lágrimas de dolor que  salieron de los ojos de Kushe, convirtiéndose en los lagos Lacar y Lolog, donde se refleja la brillante cara de la luna. 

Nguenechèn, conmovido por el sufrimiento de la Ñuque (madre), decidió atenuar el castigo y devolverle la vida a sus hijos, eso sí, en forma de una enorme culebra alada, Kai-Kai Filu, quien habitaría mares, ríos y lagos. La furia de los príncipes no menguó al ser convertidos en serpiente, y por esa razón, hasta hoy las aguas se vuelven olas espumosas, alcanzan los refugios de los hombres al salirse de sus dominios y causan catástrofes al agitar sus alas en las entrañas de la tierra.

El peligro que asechaba a los hombres, debido a los arrebatos de Kai-Kai, hizo a Dios crear otro ser que pudiera defenderlos de ésta, entonces, con arcilla modeló a la culebra buena Tren-Tren.

Luego de esto, Chau decidió bajar a ver a cómo estaba aconteciendo todo en la tierra, por lo que se confundió entre los mapuches, haciéndose pasar por uno de ellos, y comenzó a instruirlos sobre la naturaleza para que pudieran sobrevivir, les enseñó el tiempo para las siembras, qué semillas elegir, como cuidar los animales y les hizo un importante regalo, el fuego. En este tiempo fue que Dios recibió un nuevo nombre, Küme Huenu (lo bueno del cielo).

Con los años, los descendientes de los hombres comenzaron a olvidar las enseñanzas que en épocas lejanas había dejado el buen Dios, y comenzaron a pelear entre ellos.  Por lo que la ira divina una vez más se acumuló y Küme Huenu no encontró otra solución que recurrir a Kai-Kai Filu, para dar una lección a sus creaturas.

Entonces, por los violentos movimientos de la serpiente alada, comenzaron a agitarse las aguas y a desbordarse de los lagos. Tren-Tren, la culebra buena de la montaña, al ver que los mapuches corrían peligro, les comenzó a socorrer para que subieran lo más alto posible al cerro.

Hombres y mujeres corrían aterrados a la cima para aferrarse a los riscos, mientras la mayoría caía  a las aguas. Al final, sólo un niño y una niña salvaron con vida al protegerse en la grieta de una roca, se cuenta que éstos fueron amamantados por una zorra y una puma, y comieron de los yokones de las alturas. De los dos infantes descienden los mapuches.

Esta es una de las vertientes de este mito, ya que también se cuenta que al ascender las aguas los hombres subieron a la montaña de Tren-Tren, -que probablemente había adquirido forma de viejo para advertirles a todos el peligro que los asechaba-, provistos de víveres que llevaban en platos de barro.

           
Quienes cayeron al agua, perecieron ahogados, y más tarde se convirtieron en los peces que fecundaron a las mujeres que acudían a pescar durante la marea baja. De esta unión descendieron los clanes con nombre de peces.

             
Los que pudieron seguir escalando por la montaña de tres cimas, que se elevaba cada vez más, llegaron tan cerca del sol, que tuvieron que proteger sus cabezas con los platos de barro que llevaban para no seguir quemándose -se cree que éste podría ser el origen de la calvicie-, al final, muchos murieron y otros pocos, una o dos parejas,  sobrevivieron al rendirse Kai -Kai.

 

De todas formas, cualquiera haya sido el desenlace del diluvio, los mapuches creen que Chau debió haber muerto un poco también, porque desde  esos fatales acontecimientos remotos no volvió a escuchar los ruegos de los hombres como antes. La luna se escondió tras las nubes, las cosechas escasearon, proliferaron las enfermedades, los jóvenes desobedecieron a sus mayores y llegó el hombre blanco...

Si quiere comunicarse con Rúbila Araya puede hacerlo a: rubila@vtr.net
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