Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 4
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 42
Agosto de 2002 .

VÌCTOR HUGO
(1802-1885)
LA HERENCIA VIGENTE DEL ROMANTICISMO.

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

El rebelde creador.

Años tras año, una década tras otra, durante los últimos treinta años he leído y releído Los Miserables de Victor Hugo (1802-1885), uno de esos escritores del siglo XIX que llegan a la vida de uno para quedarse y nunca màs dejarlo en paz. Y digo esto porque, Victor Hugo es el escritor de los apremios, el escritor que llena la conciencia de las más angustiantes preguntas, el escritor que le revela a uno los temas y problemas humanos más abrumadores y desafiantes, aquellos a los que los hombres y mujeres de los últimos doscientos años hemos tratado de dar respuesta y a los cuales difícilmente hemos sabido plantearles las preguntas.


Las transformaciones que sufre la sociedad francesa entre 1664 y 1871 son tan decisivas que es prácticamente imposible entender a la civilización occidental sin tomar en cuenta esos cambios. Para quienes cometen el error constante de descifrar a la Revolución Francesa a partir de los acontecimientos de la mañana del 14 de julio de 1789, les pueden resultar complejos e inasequibles los fenómenos artísticos como Sade, Voltaire, Hugo, Balzac o Proust. 

Nunca será suficiente la insistencia sobre el hecho de que la Revolución Francesa solo puede ser entendida como un proceso de largo alcance, no simplemente como una serie desarticulada de acontecimientos y espasmos revolucionarios. Es eso precisamente lo que le imprime su verdadera textura històrica de una revolución con todos los ingredientes de un clásico y profundo cambio en las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales en el desarrollo de la sociedad humana.

De aquí la periodizaciòn que hemos mencionado arriba, porque en ella se contemplan todos los altos y bajos de ese largo, riquísimo y complejo proceso que fue la Revolución Francesa, a la que, tal vez, sólo se le puede asemejar la Revolución Bolchevique en la vieja Rusia Zarista.

Por eso nosotros somos de los que creemos, junto a otros historiadores y escritores, que se puede producir un mejor acercamiento a la figura de los escritores que hemos citado arriba, solo si los verdaderos logros culturales de la Revolución Francesa son tomados en cuenta como parámetros para la construcción de una cotidianidad burguesa totalmente inédita. El buen burgués que merodea y hurga en los entretelones de la corte del mediocre Luis XVI apenas alcanza a formular con claridad sus aspiraciones políticas e ideológicas. Pero ya no es el mismo burgués que se encuentra apoyando a Napoleón el Pequeño, como lo llamara Victor Hugo. Creemos que el registro cierto de este cambio en las trincheras ideológicas de la burguesía francesa se encuentra en el maravilloso trabajo de historiador que hiciera Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.

El paso sostenido hacia una profundización de sus aspiraciones haría que esa burguesía francesa, alguna vez revoltosa y violenta, revolucionariamente lúcida y prudente, se tomara su tiempo para educar, preparar y capacitar de la mejor manera posible, a sus escritores, pintores, músicos  y arquitectos. ¿Cómo entender al impresionismo de la música de Claude Debussy sin el tratamiento que le da la educación musical revolucionaria francesa a la herencia musical de los alemanes Mozart y Beethoven? Es el momento en que la burguesía francesa ya tiene conciencia de que la cultura mundial le pertenece.

Esa es la conciencia precisamente de que la que se apropia un escritor como Victor Hugo. En el período más álgido de la revolución francesa, digamos entre 1789 y 1830, cuando la tragedia napoleónica significó el fracaso de la precoz internacionalización de la revolución, y en el momento en que todas las monarquías europeas se han propuesto arrinconar a la burguesía francesa para cobrarle muy caro su traición, el ideario humanista burgués se enerva y se intensifica de tal manera que no es vano el Cristianismo que lo permea y lo penetra por todos lados.

Algunos sectores de la burguesía pos napoleónica se vuelven más cristianos y humanísticos que nunca antes, porque la herencia del Imperio ha sido sobre todo la fragmentación, la división y el enfrentamiento contra los escépticos y los radicales, herederos a su vez, de lo más noble del jacobinismo clásico, sobre todo por sus acercamientos a los campesinos, los obreros y la pequeña burguesía rural francesas.

Es en esta riquísima coyuntura en la que uno podría ubicar a Hugo. Su padre fue Mayordomo de José Bonaparte en Madrid, y sus contactos culturales y políticos serían decisivos para el escritor. Victor Hugo vivió de cerca los resultados de la caída del Imperio Napoleónico, que para el resto de las coronas europeas, era también la caída y la destrucción del acervo revolucionario. Desgraciadamente, después de 1830, todos los intentos de recuperación de aquel ideario degeneraron en muecas y vulgares imitaciones, como bien lo diría el mismo Marx.

Victor Hugo se encuentra en el medio de esta situación, donde a una moralidad de profundas raíces cristianas, se une el humanismo pos napoleónico, rebelde y cuestionador que siente que los logros políticos y sociales de la Revolución deben ser reinstalados en el desarrollo de la cultura francesa, atosigada y vigilada por los corifeos del Congreso de Viena de 1815.  A la revolución industrial inglesa, después de esa fecha, se le volvió más fácil conquistar, económicamente, al resto de Europa, integrando de paso, con cautela y cierta dosis de racismo, a los rusos y los turcos en el proceso de acumulación internacional de capital. Estaban dadas las condiciones para lanzarse a la construcción del imperio.

Pero el ideario burgués en Francia, no lo perdamos de vista, de fuerte ascendiente agrario, tuvo que esperar unos cincuenta años para que las transformaciones industriales tuvieran sentido en ese país. Para algunos autores, entre ellos el eminente Alexander Gershenkron, la revolución industrial llega a Francia después de 1870. Los trabajos de Victor Hugo, entonces, son perfectamente coherentes con los sueños y las esperanzas de esos sectores de la burguesía francesa cuyas posiciones políticas e ideológicas eran pos napoleónicas en materia cultural, pero pre napoleónicas en materia de economía política.

Estaríamos en problemas para ver con claridad la mezcla extraña, pero muy rica, que soporta la idea de rebeldía que Victor Hugo logra en Los Miserables, utilizando ingredientes, aparentemente tan distintos, como revolución y redención cristiana. El gran sistema artístico que el escritor fue construyendo a lo largo de su vida, casi desde que tenía escasos dieciséis años (moriría de 83), se sostiene porque el mismo es el mejor monumento al Humanismo Cristiano de vocación contemplativa, y al Humanismo Burguès de propensión esencialmente democrática.

Pero estos dos pilares en el tratamiento socio cultural del quehacer literario de Victor Hugo no pueden ir separados de las acciones y los distintos protagonismos políticos del escritor.  No tanto porque alguna vez fuera diputado por París ante la Asamblea Nacional, ni porque hubiera sido perseguido y exiliado varias veces, por su seria oposición al reinado de Napoleón III, sino porque tales acciones están en íntima relación con su percepción de la vida, la sociedad  y el arte. Si alguna vez el ilustre crítico inglés Isaiah Berlin2 dijera que el Romanticismo era casi imposible de definir, en este caso, podemos darle la razón. Victor Hugo es considerado el padre fundador del Romanticismo francés, pero éste no puede ser entendido sin las ingenuidades, sueños y utopías de las vidas cotidianas de los hombres y mujeres de la calle, que son quienes realmente sufren aquello sobre lo que los escritores escriben.

Las denuncias sociales y políticas de Victor Hugo, Charles Dickens o Fedor Dostoiewsky, forman parte de un amplio abanico de alternativas políticas, que abrió la Revolución Francesa, y que puso en el centro del escenario al escritor, al intelectual comprometido con su mundo. Las acciones políticas y culturales de Victor Hugo son recordadas porque forman parte de una decencia intelectual que no ha perdido vigencia hasta la actualidad. Podemos llamarla romanticismo, pero, como señala otra vez Berlin, el afán de auto sacrificio, que viene de Lord Byron, es apenas una arista del gran ideario romántico que combate la universalidad insípida de la razón, cuando los detalles de la vida cotidiana de las personas, en la calle, el trabajo, la alcoba y el sepulcro son realidades màs tangibles que aquellas que pretendían imponer los maestros de la Ilustración con sus explicaciones todo poderosas del Universo y la Sociedad. El universalismo de los románticos entraba por la justicia, no por la perfecta armonía del mundo de nuestras explicaciones científicas del mismo.

El creador rebelde.

La revolución estética, social, educativa y política que trajo consigo el romanticismo en Francia, a través de una figura como Victor Hugo, va màs allá de un nuevo estilo de poesía épica, o de una nueva forma de hacer teatro. La bronca con Hernani en 1830 procede del escenario social hacia el escenario teatral, no al revés. Como diría Lucàks, para quien nunca existió realmente ningún escritor romántico, la estética de las utopías se forja en las trincheras, en la calle, y no solamente en el gabinete. La novela històrica, o la sociología de la cultura, al buen estilo de análisis de críticos como Raymond Williams, Bloom, Steiner y Lucàks otra vez, sólo tienen sentido si antes de cualquier itinerario estético, nos fijamos primero en la plataforma socio cultural que hace posible tal itinerario.

La revuelta romántica que produce Victor Hugo en su país, que no tiene, ni remotamente, los mismos componentes ideológicos, de revueltas parecidas producidas por Byron en Inglaterra o por Goethe en Alemania, tiene como telón de fondo a una de las más vertebrales contradicciones de la cultura burguesa: su aspiración de justicia desde el interior de un sistema económico que se se sustenta esencialmente en la injusticia. A Dickens por ejemplo, esto le producía unas angustias aterradoras. Y nunca fue màs allá de plantear las preguntas correctas. Por eso Lucàks decía que no había escritores verdaderamente románticos, porque el romanticismo como programa de vida planteaba la realización de un sueño, que, para algunos de estos escritores, sólo existía en los viejos castillos medievales, en la naturaleza salvaje y generosa, o en el cálido roce de la piel de una hermosa mujer, que no pensara mucho y se evaporara una vez que la hubiéramos amado hasta agotarnos. Los Pre-Rafaelistas sabían mucho de esto, y hombres como Dante Gabriel Rossetti, bien pueden ser considerados fieles discípulos de las enseñanzas de Byron y Victor Hugo, màs que de las de Goethe.

Este último, a quien Berlin consideraba màs bien un tránsfuga del romanticismo, en virtud de que, en realidad en Alemania nunca hubo un movimiento ilustrado de importancia, llega a la Ilustración por la puerta de atrás. Su amistad con Humboldt es un claro ejemplo de ello, como lo son también sus intereses por la óptica y otras ciencias. Por eso no existe comparación posible y justa entre Goethe y Victor Hugo. Algunos encuentran ciertas semejanzas entre Fausto de Goethe (sobre todo en la primera parte, de 1808) y Notre Dame, de Victor Hugo. En la primera, tanto como en la segunda, se encuentra, muy bien tejido, el viejo argumento romántico de la mosca en la tela de la araña.

Pero la comparación no da para màs, porque Victor Hugo, después de su largo exilio en las islas del Canal de La Mancha, entre 1852 y 1870, escribió un tipo de literatura donde se busca sentir y amar a la naturaleza, no tanto entenderla o desmontarla, según pretendían hombres como Goethe y Humboldt. El romanticismo cristiano y humanista de Victor Hugo, partía de la base de que el amor por los hombres se mide en función de las acciones que somos capaces de emprender para redimirlos (como en Los Miserables) o para liberarlos (como en Notre Dame).

Este descubrimiento nos vuelve a Victor Hugo en un contemporáneo nuestro. Porque el romántico de pura cepa se salta las barreras de su gabinete y muere en los campos de batalla peleando por la independencia de un país que no es el suyo, como es el caso de Lord Byron. Como es el caso del Che Guevara en Bolivia.

Sin embargo, como en tiempos de Victor Hugo también, el romántico y el romanticismo como forma de vida, están en crisis, sobre todo en una época, como la nuestra, en donde el renacimiento del ideario ilustrado (léase globalización) quiere hacernos creer que la única razón posible es la razón de la ciencia. Y ésta, siempre tuvo pretensiones de universalidad.

Pues bien, nos decía Victor Hugo, en la Leyenda de los Siglos, que el amor, las emociones y los sueños, son màs reales que cualquier fórmula física en la que pretendamos encajonar a la naturaleza. Tanta pasión por ella, otra vez, nos acerca a Victor Hugo cada vez màs, y nos da los instrumentos para pensar que alguna poesía naturalista de Juan Gelman, el gran poeta argentino, también tiene resonancias del más auténtico romanticismo.

Victor Hugo es contemporáneo nuestro por razones históricas, sociales y culturales, por razones humanísticas y estéticas. Pero sobre todo porque, con Victor Hugo llegan a cristalizar los aspectos más nobles del romanticismo clásico, ése al cual habría que estar volviendo constantemente. Este es un buen momento para leer de nuevo a Victor Hugo, y encontrar, así, los motivos esenciales que han hecho que el romanticismo y sus ideales más entrañables hayan llegado hasta nosotros casi sin cambios de importancia. 

La Comuna de París en 1871, decía el gran revolucionario español Josè Lissagaray, yerno a la fuerza de Marx (porque èste nunca quiso a los compañeros de sus hijas), trajo consigo la evidencia más contundente del fracaso del romanticismo revolucionario, el que fuera originalmente imaginado por los trabajadores de París a finales del siglo XVIII. Pero sería a partir de esa cadena de fracasos de donde se nutrirían el anarquismo, el socialismo y todas las variantes del comunismo como idea  y como objetivo. Por eso, cuando la fundación de la IIIa República se da, un nuevo conjunto de rituales y gestos encuentran a un Victor Hugo envejecido y curtido en lo que respecta a saber sostenerse, y luchar, aun en las peores condiciones. Esa ha sido, después de todo, su mayor enseñanza: la voluntad de luchar. Eso hace a un verdadero romántico.

San José, Costa Rica: 28 de junio de 2002.

1 Historiador costarricense (1952), Premio Nacional de la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica (1998). Jurado Internacional, en la rama de ensayo, del prestigioso Premio Casa de las Américas (2001) de Cuba. Tiene varios libros sobre historia económica, social y cultural de América Central y del Caribe. Profesor invitado de la Universidad Libre de Berlín (1998) y de la Universidad de Wisconsin (1991). Con estudios doctorales de la Universidad de Londres, Inglaterra. Artículos suyos han aparecido en revistas de México, Cuba, Chile, Argentina, Estados Unidos, España y Suecia.

2 Isaiah Berlin. Las raíces del romanticismo. (Barcelona: Taurus. 2000). P. 19.


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