Texto
y dibujos:Carlos Yusti
Cuando
niño aparte de paperas, gripe y lechina padecí agudos estados de
envidia. El caso que más nítido permanece en mi memoria fue lo que
me sucedió con uno de mis compañeros en quinto grado. Sólo recuerdo
su nombre escolar: Paco. Era un moreno vivaracho con algo de galán
y buen estudiante. Yo era un buen estudiante también, pero siempre
tuve la facultad de hacerme notar lo imprescindible. Bueno este
tal Paco era un maestro en eso de dibujar. Aplicaba las líneas y
los colores con delicada destreza.
Yo
quedaba boquiabierto ante sus dibujos. Cuando la maestra nos asignaba
una tarea con su respetivo dibujo yo me esmeraba, realizaba un esfuerzo
nada común. Al día siguiente estaba ansioso por ver el dibujo de
Paco. Excepcional. Los detalles, la equilibrada utilización de los
colores; todo respondía al patrón de la perfección. Mi dibujo en
cambio era un poco como yo: aleatorio y desapegado a las normas.
O sea mi dibujo era una interpretación muy personal y se alejaba
años luz de la copia fidedigna. No obstante yo quería dibujar como
Paco y lo acosaba con preguntas sobre como hacía para que el color
le quedara así difuminado. Paco con paciencia me explicaba sus trucos
y técnicas. Yo seguía al pie de la letra sus indicaciones, pero
mis dibujos seguían un patrón irregular y los colores se perdían
en lamentables y desequilibradas tentativas combinatorias.
Esa
manera fiel de copiar con exactitud de relojería dibujos, objetos
y rostros convirtió a Paco en un muchacho popular. Mis otros compañeros
de curso, en especial las niñas, se desvivían para que Paco las
ayudara con los dibujos de sus deberes e incluso de otros salones
las muchachas le llovían y le mojaban la ropa para metaforizar la
cosa. Hasta las maestras se lo disputaban para realizar los dibujos
de las carteleras. El día de la alimentación, Paco pintaba unas
peras y unas naranjas que ni Cézanne.
A
pesar de la popularidad de Paco yo no lo odiaba, éramos excelentes
camaradas. En muchas oportunidades nos reunimos, en su casa o en
la mía, para hacer la tarea o algún trabajo más extenso. No fuimos
rivales en lo absoluto. Ahora que analizo todo a distancia, mi deseo
por dibujar igual que Paco más que envidia era admiración. Yo admiraba
en Paco al artista, al espíritu capaz de observar el mundo desde
la belleza de las líneas y el color. Quizás lo que yo le envidiaba
a Paco era ese don artístico que tenía. Además mi envidia no era
malsana ni de telenovela. En el fondo yo le tenía mucho respeto.
Luego
los años han pasado su factura correspondiente. Por circunstancia
me convertí en pintor. He realizado un buen numero de exposiciones
y he vendido a buen precio algunos de mis cuadros. No obstante jamás
he podido pintar como Paco.
Esto
me lleva a considerar que artista es aquel que produce obras de
arte (sean musicales, literarias o pictóricas), pero es al mismo
tiempo aquel que asume el mundo desde la perspectiva inquebrantable
del humanismo. La obra de arte surge para enriquecer nuestra vida.
Trata de darle coherencia a lo humano a través de un canon estético.
La obra de arte es una operación lírica que ensancha nuestra humanidad
y el artista es el sagaz artífice de dicha operación.
Los
artistas en todos los tiempos siempre han tenido mala prensa. Van
a sus aires. Se erigen como reyes o mendigos de un quehacer que
no posee usos utilitarios definidos. En muchas ocasiones la gente
de bien lo que quiere es que los artistas trabajen y asuman la vida
con responsabilidad. Lo cierto es que el arte ( y los artistas)
parecen resistir todos los ataques. Frente a este enigma de arte
en plural Félix de Azúa escribe: "Frente al enigma de las artes
sólo caben dos respuestas, aunque luego puedan matizarse infinitamente.
O bien las artes constituyen una farsa nefanda, y su éxito responde
a la estupidez de las gentes, las cuales también aman cosas tan
inverosímiles como broncearse en las playas, los callos con mucha
guindilla, las carreras de sacos, la poligamia o las banderas y
bailes nacionales. O bien las artes recelan bajo su aspecto agradable
e incluso lúdico, un oscuro secreto conocido por algunos sabios
y sospechado por los aficionados, los cuales se acercan imprudentemente
a la obra de arte como mariposas a la llama".Luego de esta
digresión me gustaría redondear el episodio de mi amigo Paco. Porque
en todo este asunto se ejemplifica en que medida vive un artista
en todos nosotros y en que medida lo vamos asfixiando con el humo
banal de lo útil y de las exigencias de la convencionalidad.
A
Paco no volví a verlo. La corriente de los días nos llevó por rumbos
diametralmente opuestos. Hace poco la casualidad permitió que me
encontrara con él en algún café en Valencia. Conversamos largo rato.
Se había casado. Tenía tres hijos, una hembra y dos varones. Dos
ya estaban en la universidad y un tercero estaba en el bachillerato.
Evocamos nuestros felices y bucólicos días estudiantiles. Me ofreció
noticias de otros compañeros. Me preguntó que estaba haciendo. Le
dije que de todo un poco. No me había casado. Que había escrito
algunos libros. Que pintaba y que me dedicaba con infinita pasión
a vivir, beber y leer. Paco me miró algo triste. Luego me explicó
que trabajaba en algún cuerpo de la policía técnica. Se levantó
la chaqueta y me mostró el arma de reglamento. Me dijo que no me
asustara que la portaba por pura formalidad. Su función en la institución
policial era realizar los retratos hablados. Nos despedimos con
la promesa de volvernos a ver. No supe porque motivo suspiré aliviado.
Estaba un poco decepcionado de Paco. No dudo que elaborar retratos
hablados, en su esencia primordial, sea un arte complicado, pero
del arte me ha gustado siempre su simplicidad y su alto sentido
antiutilitario.
En
fin todo esto me induce a pensar que la envidia es una pasión absurda
y sin sentido como la xenobofia, el patriotismo, el racismo. En
algunos taxis y camionetas por puesto siempre encuentro aquella
frase que es un soberano lugar común: "La envidia mata. Haz
como yo, trabaja". Por fortuna la envidia no mató en mi niñez
lo mejor que quizás hay dentro de mí. Hoy día todavía no pinto como
Paco. Mis dibujos y pinturas se van por lo azaroso y metafórico.
Pinto las mujeres de color verde y el cielo amarillo y el mar anaranjado.
Todavía mis dibujos me parecen torcidos y llenos de imperfecciones,
sin embargo los prefiero así porque surgen de mí de manera espontánea,
como surge la flor en la rama del ciruelo. Hay belleza inesperada
en todo lo que hacemos y saber captar este hecho podría permitirnos
ver a los demás como nuestros iguales y no como a nuestros adversarios.
En
la actualidad la exigencia de avivar en todos nosotros al artista
que vive dentro de nosotros no es una mera formalidad práctica de
los libros de autoayuda, sino una necesidad por establecer una sociedad
donde las relaciones interpersonales respondan a los nexos del espíritu
y no a la vocación de rapiña e injusticia que enarbola la individualidad
como vocación pensante.
Necesitamos
con urgencia la imaginación artística para oponerla a la barbarie
de especialista en gobernar que no gobierna, a esa barbarie económica
donde sólo somos índices de un gráfico macroeconómico.