Paso todos los días por delante de una casa, muy de Santiago, con su indispensable antejardín, bien enrejado. En él hubo alguna vez pequeños árboles y arbustos. Durante un buen tiempo estuvo con el cartel de "se arrienda" y ocurrió lo de siempre: nadie lo regó y el jardín fue pereciendo lentamente, sucumbieron casi todas las plantas, excepto una: Un granado de flores rojas, dobles. Llegaron los nuevos arrendatarios y el "granado loco" (O. Elytis), remontó cuidado por los nuevos locatarios. Me acostumbré a verlo: ya desnudo en invierno, reverdeciendo en primavera o locamente rojo en verano. Casi en la esquina de mi calle, único destello verde de la cuadra. Hoy, no estaba; es decir, sí, estaba. Yerto, apiladas sus hojas y ramas en un rincón, secas sus flores. Santiago. ¿Qué nos pasa santiaguinos? ¿Nos molestan los árboles? ¿Qué mala leche de Castilla nos impulsa a salvajes podas o a eliminar la fuente de sombra y cobijo? Claro, se dirá, total era un espacio privado, ahí cada uno puede hacer lo que le parezca; sí, lo que le parezca. Seguro que los mismos que lo cortaron son de los que declaran solemnemente: "a esta ciudad le hacen falta áreas verdes", "los alcaldes no hacen nada por hacer más vivible esta ciudad". Siempre la paja en el ojo del otro. Siempre prestos a excusarnos, a justificarnos, a no sentirnos culpables y, menos aún, responsables de nada: "es que ahí se podían esconder maleantes", "es que se le caían muchas hojas", "es que". Así somos en todo orden de cosas: en el ámbito privado hacemos lo que se nos viene en gana, en el público reclamamos porque otros hacen o dejan de hacer. Nunca empezamos por casa con el poco aquél de caridad. "¡Que alguien haga algo!". ¿Les suena? Tal vez sea ésta la mejor metáfora sobre la convivencia santiaguina, "que alguien haga algo", yo tengo que cortar los árboles, tengo que salir en auto en plena congestión, tengo que prender la chimenea en pleno smog. ¡Que alguien haga algo! Qué fácil. ¿Verdad?
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